74. En la que me había convertido

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Los tres días siguientes fueron confusos, como si no encontrase mi lugar, como si estuviese desenfocada en la vida. Ya no era la hija a la que había abandonado su madre, ahora era la hija huérfana de madre. No quería ser la culpable de su muerte, aunque mi cabeza se empeñase en centrarse en esa idea, y tampoco quería ser la hija que vió morir a su madre en sus manos sin poder hacer nada, yo no era la víctima, era el verdugo.

"La vida no son las veces que respiras, si no los momentos que te dejan sin aliento". Eso dicen. Ese día yo me ahogué. Ese día marcó mi vida. Marcó mi vida porque en menos de una hora recuperé a mi madre y la volví a perder, y entonces me dí cuenta de que había perdido seis años de mi vida pero no por pensar que ella me había abandonado y no me quería, sino por querer odiarla. La habitación del hospital y su blanco enfermizo no ayudaban a mejorar mi estado, ido, ausente, perdido en definitiva. Las bandejas de comida que me traían las enfermeras se acumulaban sobre la estantería mientras yo me negaba a ingerir esos alimentos insustanciosos, sin saber y que querían llenar mi estómago cerrado a cal y canto.

- ¿Cómo estás? 

Escuché esa pregunta docenas de veces: de mi padre, Harry, James, Oliver, Sam, Will, Taylor... me limitaba a encogerme de hombros o simplemente a fingir que dormía. Porque contestar sinceramente o mentir era demasiado doloroso, la primera para los demás y la segunda para mí, estaba cansada de mentir y fingir que todo iba bien. El dolor de mi abdomen fue desapareciendo, o más bien, se hizo más llevadero. Los antidepresivos y los calmantes eran una mezcla explosiva que hizo que la primera noche tuviese las peores pesadillas de mi vida, en la UCI y sin poder recibir visitas, me desperté gritando entre lágrimas y las enfermeras tuvieron que hacer turnos para vigilarme, desde ese día, me negué en banda a tomarlos y decidí soportar el dolor... como autocastigo quizás. Ni el dolor físico, ni el mental, ni los recuerdos de esa tarde, ni la mancha de sangre que aparecía intermitente cada vez que aparecía un rayo de sol por la ventana...fueron equiparables al azote que sentí al enfrentarme a los ojos vidriosos de Sam tras despertarme de la operación.

- Lo siento tanto - susurré - lo siento Sam, si yo no...

- Estás bien - sollozó - estás bien...

Mi hermano me calló con un abrazo, y cedí ante el silencio, que era más acogedor que relatar, o justificar lo injustificable, es decir, su muerte. Dios mío, estaba muerta... y nada me la iba a devolver... necesitaba esas fuentes de realidad, esas gotas de agua en un día de sol que me hacían darme cuenta poco a poco de la realidad, porque seguía en shock, no podía creerlo... cuando me giré, de pronto... de pronto ya no estaba, estaba en el arcén, con un pie más allá.

La única luz, el brillo que hacía que esos días no me llevasen al suicidio era probablemente, la voz de Will. Su mano sujetaba la mía cada segundo del día, no se separaba de mí para nada, aunque mi cabeza y mi corazón no eran capaces de reaccionar ante el tacto de su mano contra la mía, sus caricias o sus besos ne la frente. Perdí de vista a Will después de llegar al hospital, bajamos de la ambulancia juntos, pero se me llevaron de su lado en cuanto pasamos el umbral de urgencias conmigo perdiendo sagre. No le ví cuando desperté de la anestesia por la noche, y no  le ví en los turnos de visitas posteriores. No le ví a lo largo de la mañana tampoco... ni si quiera vino cuando me pasaron a las habitaciones normales mientras yo continuaba esperandole.

- ... verte... o entras o vas a casa a descansar pero no puedes quedarte aquí fuera todo el dia...  - decía Harry - ¿por qué no quieres entrar ahí?

- Porque...es igual - suspiró.

Su voz. La voz de Will fue como un maldito soplo de aire en mi corazón, dejandome respirar y quitandome un peso de encima...no se había olvidado de su novia moribunda. Estaba allí, Will estaba allí.

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