1. Sonrisa delatadora

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Intenté coger aire, intentando comprobar que mis pulmones seguían funcionando tras el espeluznante sonido que había salido de mi garganta. Deslicé la mano hacia la mesita de noche, y encendí la lampara. Inconscientemente eché una ojeada a la habitación, a pesar de saber que estaba sola entre esas paredes azules. Los primeros rayos de sol comienzaban a colarse por el ventanal junto a mi cama, ni si quiera había amanecido aun. Poco a poco conseguí acompasar mi respiración a los latidos de mi corazón, la imagen del coche desapariendo por la carretera de mi calle seguía repitiendose en mi mente, cerré los ojos con fuerza intentando retirarla inutilmente. Siete años, siete malditos años, y en siete años no había conseguido aún librarme de ello. Cada noche repetía la misma escena en  mi mente luchando por salir de ella, luchando por despertar y darme cuenta de que era un sueño, pero cuando abría los ojos encontraba exactamente lo mismo, sino peor.Me puse en pie frotandome los ojos y cogi del suelo la única muda de ropa que me quedaba allí, a pesar de las horas intempestivas el resto de la casa no tardaría en levantarse por tanto me vestí a conciencia de que era la última vez que me vestía allí y salí de la habitación sin mirar atrás, no era la primera vez que lo hacía, no era la última que lo haría...ya era una costumbre, esa era mi vida, la vida de Bella Evans.

La cocina estaba totalmente vacía, y cuando digo vacía digo literalmente vacía, cogí una de las tres tazas de la encimera y me serví un vaso de leche fría mientras escuchaba los pasos cansados descendiendo la escalera. Se notaba que era un dia distinto, los alegres y saltarines pasos de Sam bajaban más pesados y serios que de costumbre, no me había despertado su música de los altavoces de cada mañana, de hecho estaba más silencioso de lo que nunca le había visto. Probablemente no recordaba con claridad la ultima vez....

-Buenos dias Bella -suspiró sirviendose su desayuno.

-Buenos...-bromeé.

Mientras calentaba la taza en el microondas le dediqué un instante en como había cambiado, sobretodo en los últimos meses, había crecido y quizá madurado, se había convertido en alguien desconocido, a pesar de que siempe seguiría siendo mi hermano, mi pequeño protegido. A penas hablaba conmigo como antes, y procuraba mantener sus asuntos a raya de los mios, atrás habían quedado las charlas de hermanos y desgraciadamente eso había sido de un dia para otro, sin tiempo para hacerme a la idea y sin una razón del porqué, sabía que tenía algo entre manos, o quizá no, quizá era mi mente de hermana sobreprotectora con demasiado tiempo libre la que volvía a actuar.

En a penas media hora el coche estaba cargado y listo para marcharse al encuentro del compañeros de mi padre y respectivas familias. Mi padre no cambiaria jamás, era algo que había asumido aunque me hiciese entre poca y ninguna gracia, era la hipocresia personificada, no importaba que ocurriese, su sonrisa seguiría presente aunque estuviese viviendo el apocalipsis, me irritaba como pocas cosas en este mundo, bueno pocas...en fin. Mientras nos despedíamos del que había sido nuestro  hogar por dos años practicamente observé su expresión;vigilando los asientos traseros, asegurandose de que seguíamos en ellos, por algo había puesto los seguros a las puertas, había riesgo de fuga, sí, de dos adolescentes. Agotada de su expresión de satisfacción me cubrí con las gafas de sol y cubrí mis pupilas de los rayos del sol, cuando los volví a abrir tenia ante mi un enorme edificio blanco, el aeropuerto de Malibú, finalmente me despedía del mejor hogar que había tenido en demasiado tiempo, me estaba despidiendo del sol, y eso era una de las cosas que más me dolían, sin duda alguna. Saqué la cabeza por la ventanilla tintada del todoterreno y me dediqué unos segundos para que mi piel disfrutara de las ultimas gotas de sol californiano por un largo tiempo, al bajar la cabeza descubrí algo nuevo, tan solo debía haber una cola de cuatro coches, esta vez tan solo nos mudabamos cinco famlias...O NO. Los Dolley era una familia compuesta por cuatro miembros, el cabeza de familia había formado parte del grupo de cientificos de mi padre desde siempre, hasta la última mudanza, donde se separaron del grupo...sinceramente no me había planteado el hecho de volver a reencontrarlos, llevaba dos años sin hablar con ninguno de ellos, con ninguno y de pronto...el miedo se apoderó de mi, mientras descendía del coche las piernas comenaron a temblar.

-¿Es Zack?-preguntó Sam sorprendido.

Ni si quiera podía hablar, tenía miedo a lo que podría salir de mis labios. Los demás coches también se iban vaciando mientras se creaba revuelo alrededor del último coche de la fila, yo recibí el brazo de Harry sobre mi cintura con ganas y  de alguna manera me alivió los nervios, los nervios de volver a verle, al mayor de los Dolley, a Zack.... poco a poco la gente se dispersó y pude verle con claridad, me dediqué unos segundos a contemplar la persona que tenía frente a mi, ¿era él? Sí, solo podía ser él, no tenía mucho sentido dudarlo, pero dos años daban para muchos cambios, sus ojos verdes seguían siendo los mismos, sin embargo el Zack que recordaba no se parecía en nada al hombre de uno ochenta, deportista por excelencia que tenía ante mi, su sonrisa perfecta ayudó a despejarme las dudas. Por un solo momento me había llegado a plantear que habría empeorado, que no seguiría siendo el rompecorazones que estaba hecho, pero sí, había mejorado y demasiado quizás. El cabello castaño le caía sobre la frente dandole el aspecto juvenil de sus diecisiete años a pesar de su estatura y su corpulencia, me extrañaba de cosas obvias ya que se parecía bastante a Harry. Me había visto, su sonrisa le delató por completo, me había visto y me había reconocido.Sus ojos verdes se clavaron en los míos, de una manera en la que jamás hubiese esperado que volviesen a clavarse haciendome olvidar todo el rencor y todo el odio que le guardaba desde la última vez que nos habíamos visto en los míos. Zack Dolley había vuelto a mi vida, y había entrado por la puerta grande.

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