CAPÍTULO 59: Pollito

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RAOUL

Mientras el agua caía por todo su cuerpo, las lágrimas caían por sus mejillas. No sabía que le pasaba, acababa de disfrutar con Agoney y después se ponía a llorar. Se sentía un crío estúpido que tenía miedo. Las palabras de su padre en el sueño (o más bien pesadilla) no dejaban de repetirse por su cabeza y empezaba a agobiarse cada vez más.   

Pero es que allí, en los brazos del moreno y durante unos minutos, se había sentido vivo por primera vez desde hacía mucho tiempo.
Se repitió varias veces que lo que había hecho no estaba mal, aún así, seguía inquieto. ¿Le habría gustado a Agoney lo que le había hecho? Bueno su cara decía que si, pero no podía pensar con claridad.
Tuvo que parar el agua para poder respirar con normalidad. Estaba haciendo una montaña de un grano de arena y tenía que parar. Se apoyó en la pared de la ducha, a pesar del frío que empezaba a tener, y se sentó en el suelo. 

Lo bien que le vendría una charla con su abuelo, un par de collejas y se le quitaba la tontería. Eso le hizo soltar un sollozo más alto. Tuvo miedo de que Agoney le oyera, a pesar de que él también se estuviera duchando en otro cuarto, así que se tapó la cara con las manos y soltó todas las lágrimas silenciosas que llevaba tiempo guardando. Intentaba hacerse el fuerte, y a veces lo conseguía. Pero con Agoney le gustaba ser transparente, que no notara que les separaba ninguna barrera, que se sintiera totalmente libre de ser como quisiera a su lado. Y eso también era difícil.

Cuando se hubo tranquilizado, aun teniendo un pequeño nudo en la garganta, salió de la ducha y rápidamente se puso su albornoz amarillo. Castañeó los dientes y se maldijo por no haber traído la ropa, pues tendría que recorrerse el pasillo hasta su habitación para vestirse.

Cuando entró a la habitación Agoney seguía en la ducha así que rebuscó en su armario algo para ponerse. Tenía la ropa en la mano, preparado para salir cuando la puerta del baño se abrió, dejando ver a Agoney en un albornoz igual al suyo pero blanco. Agoney le sonrió y Raoul estornudó. Sorbió su nariz y le miró avergonzado. Aún tenía los ojos  llorosos y se sentía un poco congestionado, aún así, le devolvió la sonrisa y se dirigió a la puerta.

- Oye Raoul...- Volvió a girarse, un poco cansado de no poder vestirse y estar calentito de una vez. 

- ¿Que pasa?- Agoney bajó la cabeza y jugueteó con sus manos.

- Esto...¿estas enfadado?- Raoul negó con la cabeza extrañado.- Es que... como tu... bueno tu me has...

Notaba como se ponía más nervioso y dejó de lado su malestar para acercarse a él. 

- Ago, no estoy enfadado, ¿por que debería estarlo?- Agoney levantó la cabeza para mirarle, y Raoul pudo ver que se había ruborizado un poco.

- Pues porque yo no te he hecho lo que tu  me has hecho, y... pensé que estabas enfadado por eso.- Agoney negó con la cabeza riendo nerviosamente.- Dios, soy muy estúpido perdóname. Es que me habías dejado solo en el salón después de eso y como ahora ni me has hablado, pues... da igual déjalo. Si quieres salgo yo a vestirme y después me voy...

-Agoney, cállate.- El nombrado de miró sorprendido por que le hubiera hecho callar. Estaba mal de la cabeza si pensaba que él se enfadaría por una cosa así, lo había disfrutado tanto como Agoney. Puso una mano en su mejilla y la acarició, pero cuando iba a darle un beso, otro estornudo le hizo apartarse a un lado.- ¡Joder!

- Dios, lo siento, ves a vestirte anda. -Raoul asintió y volvió a coger la ropa de encima de la cama. Antes de salir, volvió a oír la voz del canario.- Por cierto, con ese albornoz pareces un pollito.

Negó con la cabeza y no pudo evitar sonreír como un bobo ante lo que le había dicho el moreno. ¿Un pollito? Se miró al espejo del baño y río. Llevaba puesta la capucha amarilla del albornoz y su tupé caía por la frente, además tenía la nariz un poco roja. Le dio un poco de pena verse así de mal, así que intento espabilarse un poco.

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