CAPÍTULO 67: Culpabilidad

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AGONEY

Raoul se quedó dormido entre sus brazos. Tenerle ahí le tranquilizaba, y oír su respiración acompasada le hacía sonreír. Había notado cansado a Raoul, y cuando el rubio le dijo que no había dormido lo confirmó. No sabía que era lo que le preocupaba, pero algo había, algo que no le dejaba poder ser libre. A lo mejor tenía miedo, o  a lo mejor no estaba seguro de quererle, ni el mismo estaba seguro de quererse. 

Agoney, según él, tenía muchos defectos, la gente se los recordaba a menudo. Que si su raro acento, que si la mierda de ropa que llevaba, que si la barba que le quedaba mal, que si los ojos eran pequeños... siempre había algo que a los demás no les gustaba. Pero había una cosa por la cual solo se machacaba él. Era muy exigente consigo mismo. Y todo tenía que ser culpa suya. Veía como todos los problemas tenían relación con él. Se culpaba de la separación de sus padres, de haber tenido que mudarse de Adeje, de que fueran mal económicamente, del accidente de su madre y de hacer que Raoul acabara de tener un ataque de ansiedad. No le gustaba compartir esas preocupaciones, las cargaba él solo, y como siempre lo pagaba con los que más quería. Se arrepintió mucho cuando dijo que odiaba a Raoul, pero estaba enfadado, le había engañado, y habían pasado la tarde riendo mientras su madre estaba en el hospital. No se creía con el derecho de estar sonriendo, y que su padre hubiera tardado tanto, también le enfadaba.

No sentía que sus problemas fueran más importantes que los del rubio, y tenía la necesidad de  ayudarle. Pensaba que lo único que necesitaba Raoul, era decírselo a sus padres, eso, y que le apoyaran. Él ya había pasado por eso, y se paró a pensar en como se sintió, y en como necesitó a su madre más que nunca (hubiera estado genial también tener a algún amigo apoyándolo, pero por aquel entonces no tenía). Se acordó de lo difícil que fue contárselo a Alberto, no tanto como la primera vez, pero también recuerda lo bien que se sintió después. Eso era lo que necesitaba Raoul. Y él intentaría ayudarle todo lo que pudiera.

Raoul se removió en sus brazos, apretándose más contra él, como si se fuera a escapar. Agoney le dio un pequeño beso en la frente que hizo sonreír al rubio.

Se quedo mirando al techo, pensando en su madre, y también en su padre. Seguía pensando que Alberto le quería, nunca lo había dudado (Bueno puede que sí), pero también creía que si no fuera por su madre no les uniría nada, y se quedaría solo. También estaba su hermana, pero estaba en Adeje. ¿Se habría enterado de lo de Noemi? Tenía que llamarla, pero no quería interrumpir el sueño del rubio.

Suspiró y miró a Raoul. Todo lo que sentía por él era nuevo, pero no podía negar que también era lo más intenso que había sentido en su vida. Por fin sentía lo que decía Mimi cuando hablaba de Ana. Cuando miraba  los ojos del rubio, podía entenderle, cuando veía su sonrisa, se volvía loco y no podía evitar corresponderla. Cuando le hablaba se sentía la persona más importante y especial del mundo. Y cuando le abrazaba sentía que olvidaba todo lo demás para concentrarse en su olor, y en guardarlo siempre en su memoria. 

Unos golpes en la puerta le sacaron de sus pensamientos. Se alarmó al pensar que podrían ser noticias de su madre, o que fuera el padre de Raoul para echarle de casa. Había tenido ese miedo desde que lo conoció, le pareció un tipo muy serio y siempre miraba muy intensamente. A veces Raoul también lo hacía, sin darse cuenta. Aunque los padres de Raoul le habían tratado muy bien las veces que había estado allí (más Susana que Álvaro), no estaba muy seguro de caerles del todo bien.  

- ¿Chicos? ¿Puedo pasar?- Susana volvió a tocar a la puerta y Raoul abrió los ojos. Se incorporó y miró a Agoney para saber su opinión. Él tan solo asintió.

- ¡Pasa mamá!

Susana entró y sonrío a ambos. Agoney se sentó en el borde de la cama, separándose un poco de Raoul.

- ¿Hay noticias de mi madre?- Ella negó con la cabeza y se acercó a la cama donde estaban sentados. Agoney de decepcionó un poco al oír eso.

- Pero eso es bueno, quiere decir que esta bien.- Asintió no muy convencido.

- Ya... tengo que ir a llamar a mi hermana.- Raoul le miró por si necesitaba algo, pero salió de la habitación sin decirle nada.

Sacó de su bolsillo el teléfono y marcó a su hermana.

- ¿Agoney?-Escuchar la voz de Glenda hizo que se le hiciera un nudo en la garganta. Podría mentirle con muchas cosas,  pero cuando se trataba de su madre, no podía disimular.

- Mamá está en el hospital.- Empezó a llorar. Buscó el baño para poder tener más privacidad y se sentó encima del váter.

- Eh, Ago, no te preocupes, Alberto me ha dicho que está bien.- Agoney ya lo sabía, pero eso no impedía que siguiera preocupado, que siguiera sintiéndose culpable por todo lo que estaba pasando. Deseó  poder abrazar a su hermana justo en aquel momento.

- Glenda... ¿cuando vas a venir a vernos?- Al otro lado oyó un suspiro.

- Cariño sabes que no puedo, estoy con Óscar y no puedo ir. - Se sintió un poco celoso de Óscar, el novio de su hermana. Por su culpa ella se había quedado allí, y casi no la veía. - Pero intentaré llamaros en cuanto mamá esté bien. A lo mejor podéis venir en Navidad.

Glenda hablaba ilusionada, pero Agoney ya hacía tiempo que no le hacía ilusión ir a Adeje. Ya había ido ese verano y no había ido bien. Era su tierra, y se sentía muy bien allí, en la playa, en los acantilados, paseando por las calles... pero también era el lugar donde peor lo había pasado, y la gente le conocía muy bien. Y bueno, también estaba el temor de encontrarse a su verdadero padre, si aún podía llamarle así. Llevaba un tiempo callado así que rápidamente habló.

- Si claro... aunque también podéis venir vosotros.- Le sabía mal insistir, pero poco más podía hacer en esos momentos. Ahora que estaba con Raoul, había pensado en que podrían pasar esos días juntos, quedando para ir a comprar los regalos, paseando por las calles que estarían iluminadas por las luces navideñas... Siempre intentaba no ilusionarse (por si luego las cosas no salían como él pensaba), pero era incapaz de hacerlo.

- Ya hablaremos. Mañana te llamo otra vez para ver como está mamá. Te quiero peque.

Agoney se despidió y colgó. Suspiró y decidió mojarse la cara para espabilarse un poco. No se sentía con las fuerzas suficientes como para fingir una sonrisa, ni si quiera para fingir que no quería echarse a llorar de un momento a otro. Quería irse a casa y llorar en la soledad de su habitación, sin que nadie sintiera lástima por él. Su madre estaba bien, ¿por qué no podía él estar bien?

Recibió un mensaje de Raoul, y se dio cuenta de que estaba tardando mucho en salir.

Rubio: Estas bien?

Pensó bien en que decir (o mejor dicho escribir) a continuación. No quería salir hasta que estuviera más tranquilo, pero por otro lado no quería preocupar a  Raoul. Se acercó a la puerta y oyó la voz de Álvaro. 

- ¿Hay alguien en el baño?-Rápidamente cerró el pestillo.

- Es...estoy yo...- Su voz salió muy débil, pero Álvaro pareció escucharlo y le oyó alejarse. Volvió a sentarse en la taza del váter, con la respiración agitada.

Yo: Puedes venir?

Raoul no le respondió, pero segundos después alguien picaba a la puerta del baño.

- ¡Ago, soy yo, abre!-Se levantó rápido para quitar el cerrojo y le dejo pasar. Después cerró la puerta y sin decir nada, abrazó a Raoul.-Eh, ¿que pasa?

Apoyó la cabeza en su hombro y dejo que las lágrimas cayeran. Y en ese momento no le importó estar avergonzándose delante suyo, ni si quiera le importó que Raoul sintiera lástima de él. Porque sabía que iba a quererle igual, y estaba harto de guardárselo todo para él. Si quería que Raoul estuviera bien con él, no podía verle mal, así que tenía que confiar en él, y contarle todos los miedos, inseguridades y dudas que tenía. Y estaba seguro de que Raoul escucharía cada cosa que el dijera, y que estaría ahí apoyándole.  Porqué Agoney quería mucho a Raoul, pero estaba seguro de que Raoul le quería mucho a él. 

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