19. Cambio de estrategia

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Max

Salgo de la ducha, me seco el cabello con la toalla, me pongo el bóxer junto con el pantalón y... ¿Dónde deje la remera? Abro la puerta saliendo del baño y la rubiecita se sobresalta, sonrojándose al mirarme.

—Aquí está —Sonrío al encontrar la prenda que me falta —. Que despistado —Me río.

—¡¿Por qué andas desnudo por mi habitación?! —se queja Uri.

—No estoy desnudo —Me agacho a ponerme las zapatillas —¿Y cuál es tu problema? Cálmate, nena. Cómo si no me hubieras visto antes —refiriendome a cuando me desperté por primera vez aquí.

—¡Eres un salvaje y no soy una nena! —Me tira un almohadón.

—Que histérica —opino cuando no logra darme y me levanto del suelo, sosteniendo la remera en mi mano —. Discúlpame por no ser refinado como tú —me burlo.

—Quizás la Reina Madre tenga razón, poseo mal gusto para los hombres, encima eres pobre.

—Que discriminación solo porque soy una persona que nació en los suburbios, siento mucho haber nacido en un lugar de bajos recursos —exclamo con sarcasmo —. La próxima vez, prometo nacer en cuna de oro —Sonrío ampliamente —y hablar más fino para usted —Luego bufo dejando de sonreír —. Termina con el circo de una vez, dile a esta gente que no hicimos nada —Señalo la puerta —y que no nos vamos a casar, será lo mejor así no tienes que soportarme.

Y así tampoco yo tenga que aguantarte. Lo siento Rein, pero mi paciencia tiene un límite. Puedo conseguir esas voces de otra manera.

—No —exclama firme —porque no voy a mentir.

Es muy terca o es lamentable y dice la verdad.

—Pero... no puede ser cierto —Paso mi mano por mi cabello castaño.

La otra vez intenté que me contará de ese día, pero ni coqueteandole funcionó. No obtuve ni un detalle de nada y los días siguen pasando.

Frunce el ceño.

—Sigues sin responsabilizarte, llamaré a los guardias.

—Cálmate, nena —Me siento en la cama, dónde está ella abrazando su muñeca.

—No soy una niña, tengo nombre.

—Bueno, Uri. Deja la hostilidad ¿sí? No soy tu siervo o algo así.

—Sí pero... —Me observa ruborizada y señala mi torso —vístete.

Me río.

—Perdón —Me pongo la remera —. Ya está ¿Contenta?

—Sí, supongo —dice en tono bajo, ya se arrepintió.

—Bien, ahora, ya que estamos calmados ambos, llevemonos bien y arreglemos este asunto.

—No hay ningún asunto que arreglar —Hace puchero.

—Estoy atrapado aquí, por algo que no recuerdo, yo creo que eso no tiene mucho sentido ¿No te parece?

—Exageras, eres un salvaje y los salvajes hacen esas cosas —Se sonroja señalándome.

—¿Disculpa? Tú no me conoces, no soy una persona libertina, no ando por ahí acostándome con cualquiera, cómo personas que sí sé que hacen ese tipo de cosas.

—¡Pero lo hiciste! —Alza la voz.

—Vamos a suponer que sí lo hice —Muevo los dedos —¿Por qué te molesta hablar del tema?

—¡Es vergonzoso!

—Sí pero... no puede serlo para siempre y menos en exceso al punto de evitarlo tan seguido.

—¿A dónde quieres llegar? ¿No podemos hablar de otra cosa?

Hago silencio y me quedo observándola serio. Necesito cambiar de estrategia.

—Vale, hablemos de otra cosa. Es más, no abriré más el tema ¿Qué te parece?

—¿Eh? ¿Por qué el repentino cambio de opinión?

Sonrío.

—Porque hay que saber cuándo rendirse. Te propongo algo, prometo no hablarte más del tema, si tú me tratas mejor ¿Trato? —Alzo la mano.

Desconfiada la estrecha con la mía.

—Trato.

Aradia #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora