24. Desesperada

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Max

Espero a que Uri se quedé dormida, me levanto de la cama, agarro una de mis armas y lento abro la puerta de la habitación, espiando a ambos guardias. Disparo los somníferos y estos hombres caen al suelo, desmayados. Despacio, salgo del cuarto y avanzo por los pasillos, llegando a la sala principal.

—¿Dónde una bruja ocultaría unas voces demoníacas? —Pongo una mano en mi barbilla.

Sí, suena muy loco cuando lo digo en voz alta, pero para mí eso ya es normal.

Saco mi detector de objetos mágicos y lo ajusto en la frecuencia de esas malditas voces. Y la sé, porque varias veces para hallar a Rein, la utilice. La razón del por qué muchas veces llegaba a tiempo a buscarlo, cuando necesitaba mi ayuda.

—No hay nada aquí —Maldigo por lo bajo —¿Será que tienen un hechizo de protección? —digo para mí mismo.

Guardo el artefacto y me oculto cuando oigo un ruido. La Reina Madre entra a la sala junto a un hombre, mientras yo estoy detrás de su escritorio.

—¿Dónde has estado, Break? Tu mujer no sé qué está haciendo, deberías mantenerla controlada, es mi mejor soldado pero a veces no tengo idea de lo que hace —Toca su bola de cristal y bajo un poco más la cabeza porque está cerca —no puedo localizarla.

—Lo haría, si lo supiera, pero no lo recuerdo —El morocho se toca la cabeza.

—Es evidente, tienes un hechizo —Se ríe la Reina Madre y abre un frasquito sacando una hierba de allí —. Toma, cómete esto y cuando recuerdes, no te enfades con ella, descubre que es lo que oculta.

—Como desee —Asiente y veo cómo se retiran.

Salgo de mi escondite y agarro aquel frasco, está vacío, pero quizás el nombre de esta hierba pueda servirme.

Regreso al cuarto y me acuesto en la cama como si no hubiera hecho nada. La pequeña Uri se abraza a mí y yo me quedo observando el techo.

—Un hechizo, tiene sentido.

—¿Qué? —Los ojos celestes de la rubia se abren a observarme.

Sonrío.

—Nada, me gusta hablar solo, vuelve a dormir.

—¿Sabés? Yo me cansé de hablar sola —confiesa —es muy triste, no me gusta.

—¿Por qué? Es relajante.

—No cuando estás encerrada en un cuarto toda tu vida.

Mis ojos se giran a mirarla.

—Se ve que esa mujer controla la vida de todo el mundo aquí —opino refiriéndome a la Reina Madre.

Se ríe sin humor.

—¿Y recién te das cuenta?

—Deberías irte —ofrezco tocando su barbilla.

—Eso es imposible.

—¿Por qué? ¿Acaso no nos conocimos fuera del aquelarre?

—Mis amigos murieron ese día —confiesa y quedo sorprendido.

—Eso es...

—Déjalo, no importa —Se da la vuelta, dándome la espalda.

—Lo siento, no lo sabía —me disculpo, apoyando mi mano en su hombro.

—No tienes por qué —Su voz suena quebrada —son cosas que pasan muy seguido por aquí, una se termina acostumbrando.

—Oye...

Se refriega el ojo.

—Está bien, no importa.

La agarro del brazo y la giro hacia a mí, me encuentro con sus ojos humedecidos, pero la observo estando serio.

—No nos conocemos mucho, pero sé lo que se siente perder a alguien querido. Cuando mi hermana murió, me sentí muy solo, ella era muy importante para mí. Pero aunque sé que no está entre nosotros los vivos, estoy seguro de que me acompaña, al igual que tus amigos.

Baja la vista.

—Mis... mis amigos, no sé si los podría llamar así.

—¿Qué dices? —Apoyo mi mano en su cabeza —¿Por qué?

—Es que fue mi culpa —Cierra los ojos y sus lágrimas caen.

—Llora, es bueno llorar.

Okey, ya me dió lástima. Se me fue todo el profesionalismo ¿Y ahora? A la mierda, la abrazo, entonces se agarra fuerte de mí, mientras sigue sollozando.

La pequeña rubia llora y termina durmiendose en mis brazos de tanto llorar. De algo estoy seguro, si es culpable y me mintió, es porque estaba desesperada ¿Para qué necesita una chica virgen esa Reina Madre? Suena aterrador.

Aradia #5Donde viven las historias. Descúbrelo ahora