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C A P I T U L O  34

N A R R A D O R

Una semana, tan solo una semana había transcurrido dónde al parecer las cosas seguían igual. Aunque no del todo; resaltando la relación entre Élisabeth y Finn, las cosas no marchaban tan bien como debía esperarse. Cada uno había decidido su rumbo. Tal vez para bien o para mal, ella no lo sabía. Solo entendía que no iba a irritarlo más, abstenerte de no procrear más problemas entre ellos. Finn, por otro lado creía que era lo mejor para él y así, cubrirse de seguir saliendo lastimado. Entendía que por más que lo deseara no iba a salir ileso.

El amar a alguien podía doler aveces, y aquello lo había entendido muy bien.

Sin embargo, la echaba tanto de menos. Era como si hubiese pasado una eternidad sin su compañía. Se resistía a llamarla o a acercarse a ella en el instituto o cuándo compartían alguna clase, mantenerse fuera por unos días fué más duro de lo que pensó; pero a ella, a ella no parecía afectarle en lo absoluto y éso le dolía como dedo a un salpullido.

Desde la entrada de Jaeden Martell al instituto todo había dado un giro más fuerte. Un giro que los llevó a separarse aún más. Por ello a Élisabeth no parecía caer en la ausencia de su mejor amigo. Ella, por otro lado, estaba más centrada en el chico que estaba saliendo con ella siendo parte ahora de lo que antes compartía con Finn. Horas de descanso, e incluso le tocaba ver como ambos hablaban debajo del árbol donde antes ellos cruzaron palabras cuando recién se conocieron. Sus sentimientos cada día eran consumidos en escenas que a cada segundo lo estrujaban con dolor, agonía, desolación. Le costaba aceptar que ya no era ni la más mínima prioridad para ella.

Todo había cambiado en tan solo cuestión de días, todo era de un color gris ahora. La amistad que alguna vez se juró irrompible estaba cayéndose a pedazos.

Era otro lunes, después de todo, Élisabeth se había acostumbrado a la llegada del castaño ojiverde mayor a sus delirios por ser parte de algo que alguna vez creyó inexistente. La emoción sublime inundaba su alma al darse cuenta que finalmente los sueños más sensatos de su vida se habían cumplido, y que ahora lo que tanto anheló estaba con ella, frente a sus ojos. Se había consumido poco a poco a su presencia en su vida; a verlo cada mañana pasar por ella para irse juntos a clases.

Ésta vez se había atrasado, no entendía porqué, después de unos minutos de retraso el timbre sonó dos veces alertándola antes de que su madre la llamara.

―¡Ya voy! ¡Ya voy! ―avisó, bajando las escalera a toda prisa―. ¡No abras mamá, yo lo hago!

―Deja de correr por las escaleras, vas a caerte ―reprendió Claire mirándola extraño―. ¿Qué tanto te emociona la llegada de ése muchacho?

La chica siseó para que bajara el tono y él no escuchara por el lado de afuera. Su madre como respuesta cruzó los brazos sin entender el por qué de su actitud; conocía al hijo de Angela, claro, su amiga de hace tanto tiempo. Pero, la intriga de saber que relación tenía   con su hija la hundía queriendo curiosear y saber más de lo que escondían ambos.

Por ello, se acercó lo suficiente para indagar.

―Creí que ya no vendrías ―dijo Élisa, saludándolo con un amigable beso en la mejilla. Jaeden se disculpó por el retraso así mismo devolviéndole el saludo―. ¿Listo para tu segunda semana en el instituto Lord Beaverbrook?

―Totalmente ―contestó con una pequeña sonrisa diminuta en su rostro. Su mirada cambia de lugar cuando siente una que lo recorre indiscretamente―. Hola señora Claire, buenos días.

―Hola Jaeden. ¿Como estás? ―le sonrió de forma tranquila cruzando un poco los brazos―. ¿Finn irá con ustedes?

Élisabeth intercambia mirada con el chico por unos segundos sin emitir alguna respuesta. Luego de unos segundos, sopló como si tal pregunta le incomodara.

―Finn no irá con nosotros ―replicó. Jaeden sonríe otra vez como si de algún modo la frase le divirtiera―. Ya nos tenemos que ir, se nos hace tarde.

―Que les vaya bien ―Claire se despide de ambos al cruzar la puerta―. ¡Te amo! ¡No olvides el almuerzo!

―Si mamá ―respondió algo avergonzada―. Te veré luego...

Dió unos cuantos pasos cruzando las gradas del patio alejándose tan solo unos metros del porche de la casa junto al castaño, quien reía un poco por el afecto tan noble de su madre hacía ella.

―¡Dije que te amo!

―¡Yo también mamá! ―respondió casí juntando los dientes―. Adiós...

Aquella solo sonrió apoyándose lentamente del umbral viéndolos irse como de costumbre...

Y, apenas yendo a unas cuadras en mucho silencio. Disfrutando de la compañía de ambos, cruzaron miradas una vez más como si aquello los divirtiera en fracción de segundos, se echaron a reír como si con éso pudieron entender más que unas simples palabras. Jaeden la tomó de la mano sin preocupación alguna.

Ella se puso nerviosa a la vez correspondiéndole.

―¿Que te parece tan divertido?

―No deberías sentir vergüenza cuando tu madre te dice que te ama ―musitó viendo el camino frente a él―. No sabes lo bonito que se siente.

―No sentí vergüenza por ello ―explicó haciendo una pequeña mueca con la boca―. Sabía que iba a nombrar lo del almuerzo y... ¿Por qué hablaríamos de éso?

―Solo está pendiente de ti ―sujetó más su mano―. Así como yo contigo; ahora mismo te estoy protegiendo.

―Sé porque lo dices ―rió empujándolo un poco por el hombro. Jaeden rió tambaleándose―. Te dije que soy despistada al cruzar la calle.

―Casi te atropellan ayer, ¿Lo olvidas? ―sonrió viéndola por el rabillo―. Tengo que cuidarte.

―Vaya, suenas como...~ ―cortó la frase riendo―. Nada...

―¿Sí? ―esperó a que completara lo dicho. Lo cual, ella se negó―. Ibas a nombrar a tu mejor amigo ¿Cierto?

Suspiró bajando la mirada―. Solo lo hecho de menos...

―¿Hay problemas entre ustedes?

―Digamos que sí ―replicó e hizo un pequeño mohín cabizbaja. Jaeden acarició sus nudillos con suavidad―. Aveces es tan... Extraño. ―masculló entrecerrando los ojos recordando la ultima conversación que tuvieron en la cafetería―. No sé por qué se alejó de mí... Supongo qué...―

EL CHICO DE MIS DIBUJOS© [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora