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C A P I T U L O 22

ÉLISABETH

Desde pequeña, he tenido un don tan peculiar que pocas personas pueden adquirirlo ―O éso decía mí madre―, cuándo apenas era una niña podía cerrar los ojos y entrar a un completo sueño lúcido dónde imaginaba lo que quisiera. Y fué un método con el que crecí y me divertía... ¿Cómo pude? El problema es que no sé cómo, pero tenía claro que muchas personas no podían hacerlo; dicen que los seres humanos no usamos ni la mitad de la capacidad que tiene nuestro cerebro, y los que logran hacer aquello que para mí era tan fácil era usar un por ciento más de lo que se ha hablado a través de los siglos.

Todo tiene un desahogo; buscamos la manera más opcional para sentirnos libres, otros lo hacen a través de la música, a través del canto y de muchas cosas más que engloban a cosas que nos apasionan en éste mundo. En mí caso, tenía una meta y era ser una de las pintoras más reconocida de Canadá (o de forma internacional), cada día me esforzaba más porque cada técnica sea pulcra; crear mis propias obras de arte. Allí es cuando entra mi capacidad: Con cada sueño lúcido podía crear grandes cosas y nuevas creaciones que solo la imaginación era capaz de hacer.

Tomo la posición de indio en medio de mi cama, sentada inmóvil con ambas manos sobre mis rodillas... Inhalando y exhalando para encontrar la máxima tranquilidad posible de mí alrededor. Mi habitación solo contaba con la luz del sol de la mañana, era muy temprano más de lo que estaba acostumbrada a despertar, cierro los ojos y entonces... Dejo que mi mente fluya como se le antoje, en el silencio vacío que ahora se hizo nada de mi pequeña burbuja de ensoñación.

Y, ahí estaba yo de nuevo... En aquel lugar que tanto me persigue sintiendo lo húmedo de la arena rebosar mis dedos, todo es silencio y se nubla un poco a mi alrededor.

Camino en pasos lentos para explorar lo que me espera, un objeto llama mi atención haciéndome detener a mitad de todo; entre la arena está la pulsera... La pulsera tan familiar para mí con el símbolo del infinito en medio. Estaba sucia e incrustada bajo unas pequeñas rocas.

Me agacho con cierta ímpetu, la saco y la observo con mucha atención hasta que... La presencia de alguien frente a mí me perturba a tal punto que me sobresalté con el corazón en la garganta.

«Estás perdiéndote en el camino, chica del puente». Dijo ésa voz tan reconocida para mí, El chico de mis dibujos me visita sin dificultad, pero ésta vez... Ésta vez no es extraño para mí, pude distinguir su rostro... Jaeden Martell me sonríe despreocupado.

«¿Jaeden? ¿Porqué estás aquí?» pregunté apenas con un hilo de voz, y él me toma la mano sin hablar, solo un siseo salió de su boca llevándome casi arrastras por la playa cuándo yo ni siquiera salía del shock en el que había caído; sin embargo lo seguí sin mencionar algo más.

«Estás perdiéndote en el camino, estás perdiéndote hacía donde te quiero llevar» repitió, doy paso a mí rostro de confusión y mi vista pesadamente baja hacía su muñeca donde logro distinguir la pulsera color negra con el símbolo de la promesa entre mi mejor amigo y yo.

«¿Finn?» deteniéndome, trato de mirarlo a la cara. «¿Finn, eres tú?»

«No te equivocas, Wilson» finalmente gira hacía a mí quedando frente a mis ojos, ése cabello voluminoso lleno de rulos, ésa mirada... Ésa voz.

Suelto un jadeo con incredulidad, siento como poco a poco estoy volviendo a la realidad y Finn me sonríe cuando una fuerte ráfaga de viento me empuja impidiendo que pueda abrir por completo los ojos. Una descarga se desprende y hay una lucha entre dos imágenes frente a mí, un Finn Wolfhard y Jaeden Martell se mezclan tan repetidas veces que parecía estar frente a un visor de imágenes que cambia una y otra vez. Susurros; susurros comienzan a sonar como si estuviesen cerca de mis oídos y me perturban hasta más no poder, pero el que más se acentúa es el que más se descifra en mi subconsciente.

EL CHICO DE MIS DIBUJOS© [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora