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C A P I T U L O 44

Después de tanto tiempo, después de tantas horas que parecían ser infinitas vuelvo a hundirme en sueño luego de llorar entre mis almohadas.

Me costaba creer que todo había acabado, me costaba creer que ya no sabría de él. Fueron tan ciertas sus palabras que, ya habían pasado varios días desde aquella noche. Su foto de perfil había desaparecido, la foto de ambos. Ya no había nada. Y aunque traté de dejarle mensajes jamás los respondió.

Me había bloqueado de todas sus redes sociales. Desviaba mis llamadas.

Sí, nos habíamos peleado durante éstos años de conocernos, pero siempre alguno de los dos dejaba su orgullo de lado y, volvíamos con lo de antes, nos reconciliábamos y dejábamos todos nuestros problemas en el pasado. Pero ahora, ya no es así. De verdad todo acabó y era difícil de asimilar.

Estaba en un estado en el que no salía de mi habitación por días, ni siquiera hablaba con mi madre quién me preguntaba en cada circunstancia que era lo que tenía. No le había contado lo que sucedió, me dolía con solo recordarlo. Solo miraba mi teléfono con la esperanza de tener un mensaje de él, pero no fué. Jamás lo fué.

Me resigné a ello, sin embargo me abstenía a dejarlo ir, estaba tan aferrada que sería capaz de insistir hasta dónde pudiese, pero él no ayudaba mucho. Ni siquiera sabía donde éstaba, que hacía o a dónde fué.

No supe el valor de ésto hasta que lo perdí.

Cuánto dolía saber que por mi culpa todo se esfumó.

Y el sueño de aquella vez, finalmente tuvo sentido.

Jaeden me alejó de manera más cruel de la única persona que siempre estuvo conmigo, la persona que verdaderamente me amaba y nunca lo aprecié. Ni presté atención a sus sentimientos, al daño que le estaba ocasionando poco a poco. Quizás la misión de Jaeden en mí vida era demostrarme lo que de verdad me convenía.

Ya no sabía ni que pensar.

Solo quería a Finn devuelta, solo quería tenerlo aquí otra vez conmigo. Abrir los ojos y verlo otra vez sentado a la orilla de mi cama, admirándome de cerca.

Oír su voz, y sus pronombres que me hacían sentir como una niña mimada.

Cosita.

Miré la pulsera de él, en mi mano detenidamente. En seguida la punzada en mí pecho se presentó recalcándome que ya nuestra promesa se había roto, y no por su parte. Él jamás me falló, yo fuí la que fallé. Era cierto.

Sollocé de nuevo, aferrándome a ella tratando de unirme a él y hacerle llegar que estaba dolida, que malditamente estaba sufriendo con ésto, que me estaba torturando.

Dos toques en la puerta me hacen querer desaparecer, era mi madre de nuevo. Juraba que no quería hablar con nadie, así que ni siquiera contesté cubriéndome de pies a cabeza con la sabana. Y ella, de todas formas entró.

―Niña. ¿Piensas quedarte durmiendo todo el día? Son las dos de la tarde y no haz bajado ni a desayunar, ni pasaste el almuerzo. ¿Quieres decirme de una buena vez que te sucede?―proclamó.

A lo que tampoco contesté.

―Élisabeth. ¿Estás despierta? ―refutó sacudiéndome.

―No mamá, estoy dormida... ―mi voz salió fañosa, puesto que mi nariz estaba tapada por todo lo que había estado llorando día y noche.

―¿No piensas comer o salir de ésta habitación? ―abrió las cortinas―. Ésto apesta. ¿Qué basurero tienes aquí? Aveces pienso que eres un vampiro. ―exasperó, ya que mi habitación estaba en penumbras sin una pizca de luz.

EL CHICO DE MIS DIBUJOS© [✔]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora