Reencuentro

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El grupo de Percy estaba descansando en una sala como en la que entraron por primera vez. Los tres estaban sentados al rededor del hogar esperando a que Bianca recobrase la consciencia por el golpe que le había dado el minotauro.

Mientras que Percy y Grover esperaban miraban las llamas en silencio. Ellos dos nunca se había llevado bien. Grover pensaba que en cualquier momento Percy podría congelarlo en cualquier momento, y Percy pensaba que él era un cobarde sin agallas.

Pasaron unos minutos de silencio incomodo por parte de los dos hombres de la sala hasta que Percy decidió romper el silencio.

- ¿Existe alguna razón por la que no confíes en mí? - Preguntó mientras se alejaba un poco más de las llamas por el calor.

- No es que no confíe en ti. - Dijo este un poco nervioso por lo que acababa de preguntar el semidiós. - Solo sé que no formas parte del campamento Mestizo y que no te gustan los olímpicos. Yo siempre he formado parte del grupo de los olímpicos solo que no he estado nunca en contacto con seres como tú, no te ofendas. - Dijo el sátiro levantando las manos como si dijese que estaba desarmado ganado un asentimiento de Percy. - Nunca he estado al lado de un hijo de Quíone o hijo de un titán. - Eso extrañó a Percy pero decidió guardar silencio. - ¿Crees entender lo que estoy diciendo?

- Lo que puedo sacar en claro lo que me estas diciendo es que como soy una persona que no se ajusta a tus parámetros de comparación con otros semidioses no te sientes cómodo conmigo. - Dijo Percy ganándose una mirada sorprendida del sátiro. - ¿Qué? ¿Esperabas que no fuera tan listo?

- Es que solo conozco a Annabeth o un hijo de Atenea que pueda hablar así. - Dijo él. - Con palabras raras.

Eso ganó una carcajada de Percy a la que se le sumó la del sátiro con mucha alegría. Rieron por unos minutos hasta que escucharon un gemido de su compañera. Percy, como un rayo, fue a su lado y la ayudó a incorporarse ya que todavía le dolía la cabeza al moverse.

- ¿Cómo te encuentras? - Preguntó el sátiro.

- Un poco mareada. - Dijo ella. - Y me duele mucho la cabeza.

- Toma. - Dijo el sátiro entregándole un poco de ambrosía. - Sirve para curar heridas, si te lo comes te sentirás mejor.

- ¿Y dónde estaba eso cuando me pasó lo del ojo? - Preguntó Percy con una mirada muy seria.

- Era una herida muy grande, para curar eso podrías haber salido ardiendo. - Dijo Grover un poco nervioso por la mirada del hijo de la nieve.

Percy acomodó un poco mejor a Bianca para que se pudiera sentar cerca del fuego. Tras haber descansado un rato se pusieron en marcha por un pasillo que salía por la parte derecha de la sala. Todos iban con pies de hierro, es decir, lentos pero seguros ya que no estaban en condiciones de luchar contra nadie, por lo que hacían mucho caso del olfato del sátiro que los estaba acompañando.

No sabían porqué, pero el laberinto se había vuelto más siniestro. La poca luz del laberinto se fue desvaneciendo poco a poco hasta estar casi a oscuras, los pasillos fueron cada vez más traicioneros como paredes rotas, suelo quebradizo y muchos caminos sin salidas. Haciendo que el trío empezara a sentir como si sus mentes fuesen rotas poco a poco por alguna fuerza mayor, pero al estar juntos pudieron protegerse de la locura.

En un momento se pudo escuchar desde la lejanía unos pasos, haciendo que el grupo rápidamente se dirigiera por un camino opuesto por donde venía dicho sonido. Intentaron alejarse todo lo que pudieron para no encontrarse con el ser que hacía dicho sonido por los pasillos.

Tras huir un rato lograron encontrar una parte de el suelo que había en el piso superior creando una pequeña parte donde pudieran esconderse. Los tres fueron corriendo a esconderse para que el ser que estaba caminando por el laberinto. Tras unos segundos apareció el ser que caminaba. Era una mujer con una con una pata de bronce y otra peluda, como si fuese de burro. Ella estaba olisqueando el aire, como si fuese un perro rastreador.

Percy Jackson el señor del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora