Unión grecorromana

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Annabeth estaba muy confusa por lo que acababa de oír. Ella no tenía ni idea de que existieran semidioses romanos y mucho menos que estuvieran en San Francisco que era la ciudad donde ella vivía regularmente. Ante ella, el semidiós romano llamado Jason, el cual tenía el mismo apellido que su mejor amiga, la miraba con una una mirada seria mientras sostenía una espada de gladiadores en alto para atacar.

- ¡Contesta! - Dijo Jason con un tono de enfado.

- Soy Annabeth. - Dijo ella sacudiéndose la confusión un poco de su cabeza. - Soy hija de Atenea.

- Eres grekus. - Dijo él un poco confundido. - ¿Qué haces qui?

- Estamos en guerra. - Dijo ella muy seria. - Los titanes se han alzado con sus hijos mestizos, con ayuda de su magia han conseguido que todas las personas de Estados Unidos queden dormidas para luego esclavizarlas si llegan a ganar la guerra.

Tras decir eso el semidiós romano se quedó en silencio por unos instantes, parecía que estaba analizando todo lo que había dicho la hija de Atenea. Para él, toda su vida a consistido en entrenar como un legionario y guiar a su campamento como pretor por ser uno de los semidioses que llevaba más tiempo de servició y al ser uno de los mejores soldados, y ahora se entera de que hay semidioses griegos que viven en el país.

- ¿Es muy grabe la situación? - Preguntó él ya que no quería que hubiera para sus compañeros de campamento.

En ese momento la mente de Annabeth se dio cuenta de una cosa. En cierta medida los griegos y romanos, en términos de mitología, podían ser parientes, por lo que le contó Percy tenía razón. - Ya han atacado la capital y seguramente ataquen en poco tiempo, nos vendría bien vuestra ayuda.

El chico llamado Jason pensó en lo que le había dicho la chica que tenía delante de él, era una cosa muy rara que un griego pidiese ayuda a un roma y sería de locos que los romanos aceptasen. Pero eso marcaba la situación en la que están.

Mientras que él estaba pensando empezó a sonar una alarma improvisada que habían puesto los semidioses griegos en la ciudad, al parecer estaban atacando. - Mira, si nos ayudas bien si no lárgate de aquí, se a poner feo. - Cuando Annabeth dejó de hablar sacó su daga y fue corriendo a donde estaban sus hermanos y compañeros de batalla dejando solo al romano que todavía estaba algo confuso.

Mientras con Annabeth pudo ver como sur hermanos estaban defendiendo la iglesia en la que se quedaban. Una manada de monstruos estaban atacando y arañando la puerta con la intención de entrar y detrás de todos ellos había un chico de pelo negro con ojos de color almendra que vestía con ropa completamente informal, con un jersey de color azul oscuro, unos pantalones baqueros negros y unas botas. Rápidamente, Annabeth, llegó a la conclusión de que era el general.

El chico parecía indiferente, como si no le importase para nada pelear o no. Si se podía permitir tener esa actitud era porque estaba muy convencido de que podía tener la victoria sin tener que esforzarse mucho, por lo que Annabeth tenía que mantenerse apartada para poder pensar en lo que podía hacer. Esta vez tenía que mantener la cabeza fría para idear la mejor estrategia que hubiera montado en su vida.

Con Jason.

Jason estaba indeciso, todavía en la calle en la que se había encontrado a la chica griega. Era obvio que necesitaban ayuda, pero ninguno de sus compañeros romanos estarán de acuerdo con ayudar a los grekus. Tras unos segundo salió corriendo por un camino de tierras que se adentraba al bosque y pocos segundos llegó a algo parecido a una cueva que se adentraba en la tierra y cuando la atravesó llegó a lo que parecía una ciudad de romana en perfecto estado.

Jason corrió por la ciudad hasta que llegó a un despacho donde estaba una chica que era custodiada por dos perros, uno de oro y otro de plata. Esta chica estaba mirando unos papeles que parecían acabar con su paciencia.

- Oh Jason, no sabes cuanto me alegro de que esté aquí. - Dijo Reina con una sonrisa al ver al hijo de Júpiter. - Estaba harta del papeleo de la ciudad.

- Reina, tenemos un problema. - Dijo el rubio poniendo seria a su compañera. - Resulta que hay griegos en este país y que están en guerra contra los titanes. - Tras decir eso Reina se puso más seria. - La líder del grupo que está en esta ciudad se llama Annabeth y es hija de Atenea, nos ha pedido ayuda. Creo que debemos organizar una reunión de emergencia para plantear la ayuda.

Reina no era de esas semidiosas que no le gustaban los griegos, es más, disfrutaba de la lectura de la Iliada y Odisea cuando tenía tiempo para relajarse. - Esta bien, se hará el anuncio de inmediato. - Anunció ella ganando una sonrisa de su compañero. - Por ahora iremos al senado para hablarlo.

Los dos semidioses salieron del despacho y dijeron a los faunos que había por el lugar que dijeran que había una reunión y que  habían mandado los dos pretores para los líderes de todas las cohortes que había en el Campamento Júpiter, aunque lo más seguro es que alguno diese su voto nulo para la ayuda de los griegos.

Por el camino que había entre la zona de los barracones hasta el senado, fueron interrumpidos por una estatua de un busto parlante que les obligó a dejar todas sus armas y llegaron al senado donde se sentaron en unos asientos reservados para los pretores y esperaron a los que tenían que llegar, por suerte todos llegaron en menos de media hora.

Con la rapidez del viento todos tomaron su asiento en el senado con expresión de confusión, sobre todo porque no sabían porque algunos de los ciudadanos de nueva roma habían caído dormidos.

- ¿Qué pasa? - Dijo un chico rubio con cara de tener pocos amigos. - Estaba planificando los próximos juegos en el campo de Marte.

- Hemos hecho contacto con unos semidioses que son griegos. - Dijo Jason llamando la atención de todos los que estaban en la sala. - Al parecer están en guerra con los titanes y por eso los mortales de todo Estados Unidos han caído en un sueño profundo, incluidos los pocos mortales que viven en nueva roma.

- ¿Y qué nos quieres decir con eso? - Dijo el líder de la primera cohorte Octavio.

- Ellos necesitan ayuda y creo que nosotros podemos dársela. - Dijo Reina muy seria. - Pensadlo bien, ellos nunca pedirían ayuda a un semidiós romano, tiene que ser muy gordo lo que está pasando para que ellos pidan ayuda.

- ¿Y qué? - Volvió a decir el hijo de Apolo. - No deberíamos ayudarlos, no es nuestro problema, es más deberíamos ir a su base y acabar con ellos ya que saben que estamos aquí.

- Tío estás enfermo. - Dijo un chico que parecía ser un vampiro por el color que había en sus labios. - Si necesitan ayuda es deber de un legionario ayudar al que lo necesite.

- Dakota tienen razón. - Dijo una chica que estaba junto a él. - Tenemos que apoyarlos, después de todo, todos vivimos en el mismo mundo.

Todos estuvieron hablando sobre el tema, sobre todo Octavio que no paraba de decir que tenían que acabar con los grekus, pero sus palabras cayeron en oídos sordos ya que todos lo ignoraban ya que era una persona que obviamente tenia serios problemas mentales.

Tras estar casi una hora hablando llegaron a la hora de las votaciones el ganó el si con cuatro votos a favor y uno en contra, por lo que decidieron armar a sus soldados e ir a apoyar a los griegos por el momento.

Todos los romanos que eran de la quinta, cuarta y tercera cohorte salieron armados y dirigidos por Jason y Reina que portaban una armadura completa. Rápidamente llegaron a lo que parecía una iglesia estaba siendo defendida por la chica que había conocido Jason, la cual estaba muy cansada y con heridas por todo el cuerpo como cortes y contusiones.

- Vaya, has tardado. - Dijo ella con una sonrisa al ver al ejercito que había traido el semidiós romano. - No me quedan fuerzas, si me ayudáis os lo agradecería.

Jason asintió y gritó. - ¡Romanos, a la carga!

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Bueno, la semana que viene espero sacar un capítulo bueno, la verdad no sé muy bien como avanzar en la guerra, si me dais ideas os lo agradeceré. Hasta la próxima.

Percy Jackson el señor del inviernoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora