Una vez terminado el bautizo del joven príncipe Dhivano, los sirvientes habían regresado al castillo, después de su viaje a París, pero el Rey no los recibió. El Canciller Leonilo presintió que algo no iba bien, ya que, a pesar de todo era anormal no haber sido recibidos por su Majestad. La sirvienta Nadina bajó de la carroza real junto al Canciller Leonilo y este le dijo:
—Llegamos antes de lo planeado, está a punto de anochecer y es muy raro que su Majestad no se aparezca para saludarnos—
—Así es, Canciller Leonilo, todo fue muy rápido y como usted dice, hay algo raro por aquí— contestó Nadina, ya que ella también percibía lo mismo en su Rey.
—Me extraña que el Rey no esté aquí para recibirnos— Expresó Leonilo abiertamente y con cierta preocupación.
—Eso es verdad, pero creo que el Rey debe estar en la habitación de la Reina, debe ser por eso que no se ha dado cuenta de nuestra presencia, Canciller Leonilo— Dijo la sirvienta Nadina para tratar de tranquilizar al Canciller.
—Bueno iré a avisarle de nuestra llegada y que su hijo ahora es todo un cristiano— Comentó un poco más aliviado el Canciller Leonilo antes de dirigirse a la habitación donde se encontraba el Rey.
—Yo llevare al bebe a su habitación para que descanse— Comentó la Madre Sustituta cumpliendo su obligación, tan abnegada como siempre.
Lo que el Canciller Leonilo D'Abbadie no sabía era que el Rey, aprovechándose de la ausencia de ellos, había decidido que se quitaría la vida, movido por el dolor de su pérdida, acabado y demasiado destrozado para seguir con las actividades de gobernante. Louis Edouard, el hombre, ya no El Monarca, tenía un pedazo de cuerda sujetada en el techo, lista para utilizarse porque el grande y orgulloso señor estaba acabado, se arrastraba por la vida gracias a su tristeza. Sus ojos estaban inundados de lágrimas, su rostro era un desastre, marcado por la pena y embarrado de licor, ese líquido que trataba de usar como analgésico a sus sentimientos, a la dolorosa pena que lo inundaba. Sentía que no había escapatoria, tan solo tenía en su mente una cosa: volver a ver a su amada Madeleine. ¡AUNQUE SEA EN EL OTRO MUNDO! Entonces acercó una silla para subirse en ella, agarró la cuerda y se la colocó en el cuello, sintiendo esa gran necesidad de morir, la seducción que le ofrecía la muerte misma, la calma a su incesante pena. En su cabeza solo quería sentir el otro mundo, que lo invitaba a visitarlo para que se quedara en él. Así que, una vez colocada esa soga en su cuello, decidió bajarse de la silla. La cuerda apretó muy fuertemente la garganta del Rey, cuando de repente la puerta se abrió y entro el Canciller Leonilo y este dijo:
— ¡Hermano! ¡No puede ser! ¿Qué estás haciendo? — Expresó en ese tono firme, de hermano que pocas veces usaba el Canciller para dirigirse al Rey.
De pronto, agarró su espada, la desenvainó rápidamente y cortó la cuerda. El Rey se desplomó al suelo y grito enojado, todavía bastante tomado y anestesiado como para sentir realmente algo que no fuera dolor y coraje:
— ¿Por qué me hace esto? ¿Con qué derecho Canciller Leonilo? ¡Solo quiero morir Leonilo! 'Morir! ¿Acaso no puedes entender la voluntad de tu Rey, idiota? — Fue la manera de "agradecer" a su Canciller por haber salvado su vida. Aquel hombre destrozado, era evidente que ya no tenía fuerzas para más. Prefería el suicidio que continuar arrastrándose por la vida como un fantasma.
El Canciller Leonilo estaba muy asustado. Trató de acercarse a él, se arrodillo junto al Rey, su capa gris quedó tendida en el suelo y dejando de lado la máscara del sirviente, del Canciller, le recriminó a su hermano por el tremendo acto de cobardía que deseaba cometer.
—¡Hermano no puedes hacernos esto! ¡Un Rey NO HARÍA ESTO! ¿Dónde quedó tu dignidad? ¿Dónde quedó El Rey Mezquino, orgulloso e implacable? ¡Piensa en TU NACIÓN! ¿Qué va a pasar con TU HIJO LOUIS EDOUARD? — Reclamó fuertemente Leonilo, apelando a ese lado fuerte de su hermano, el Monarca.
ESTÁS LEYENDO
Ahmena y Dhivano [Terminada]
Historical Fiction¿Alguna vez oíste de la Maldición de la Luna Negra? Conoce la historia del amor de Ahmena y Dhivano, dos amantes unidos por el destino y esta maldicion uno viene de la opulencia, el lujo y, sobre todo del rechazo de su padre. La otra viene de la pob...