Capítulo 80 Parte 2

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MICHELLE

La fogata calienta mi cuerpo, los temblores se reducen; pero el origen de estos, me confunde. Tenga la duda de si son por mi piel mojada o por la actitud rarísima del Príncipe. Me ha dicho con suma pasión que puede besarme y yo me he quedado petrificada, muda y asustada, sabiendo que si sus ojos me seguían mirando de la manera en la que lo hacían, yo iba a terminar desmayada.

Y posiblemente, besada.

Trago sonoramente. Mi cabeza esta oculta entre mis piernas, de allí no saldrá hasta que se me pase la vergüenza, la cual, no entiendo porque cargo si yo no fui la que propuso besarnos.

Oh, espera. Si lo hice.

Yo lo provoque... ¡Pero el muy bien pudo ignorarme y no lo hizo!

─Hey ─lo escucho llamarme. Mi cabeza asciende lentamente─. Esperaremos a que anochezca y regresaremos al lugar donde estaba el símbolo en el techo.

─ ¿Conoces su significado?

─No, pero es la única pista que tenemos ─se remueve en el puesto, mete sus manos en los bolsillos buscando algo.

─ ¿Qué se te perdió? ─cuestiono extrañada. Él niega con la cabeza.

─Duérmete ─ordena sin responder a mi anterior pregunta. Resoplo y vuelvo a acomodarme para dormir.

***

Despierto con la cabeza apoyada en los sacos en mi espalda. Me he permitido una siesta revitalizadora, aunque de revitalizadora no tenga mucho tomando en cuenta que hace un frío del demonio y que hace un par de horas caí en un lago de hielo. Mis ropajes se han secado, eso es algo bueno; espero que no me caiga una gripe de aquellas que me pegaban cuando aún vivía. Eran realmente terribles.

Me desperezo alzando los brazos para estirarme. La escena de un Príncipe tendido en el suelo y dormido me hace gatear hasta él. Se le ve tieso, con el ceño fruncido, no debe estar teniendo un sueño placentero.

Seguramente, está soñando conmigo.

Otras veces lo he visto dormir con más calma; ahora tiene la misma cara de amargado que carga cuando está despierto. Que tristeza.

De pronto, separa los párpados con una rapidez que me hace saltar del susto.

─ ¡Oh, Dios! ─exclamo colocando ambas manos en mi pecho.

─Es de mala educación mirar a la gente cuando duerme ─comenta mirando el techo.

─ ¡También es de mala educación asustar a uno cuando se acaba de despertar!

─Eso no es cierto. Además, tú te asustas muy fácil ─bufo. El color carmesí del sol se mete por las ventanas pequeñas.

─Ya va a anochecer, afuera se ve rojo ─informo, admirando el reflejo rubí sobre la blanca nieve.

─Esperaremos más, aún no está oscuro. Tiene que estar oscuro para que no nos vean ─aprieta los párpados.

Lo observo con curiosidad, luce raro. Algo me extraña y no sé qué es.

─Luces incómodo, ¿No quieres recostarte en los sacos? Son mejor que el suelo ─coloco las manos sobre sus hombros para acomodarlo; pero él se retuerce apenas lo toco.

─ ¡No me toques! ─grita afligido. Su semblante denota mucho dolor.

Pero eso no evita que me sienta mal.

Esa frase tiene un efecto negativo en mí y más si es él el que la utiliza.

─ ¿Qué tienes? ─pregunto temerosa. Él recuesta todo el peso del lado derecho y estruja las manos entre sí.

Atrapada en otro mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora