Capítulo 34

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MICHELLE

Mi cuerpo se siente liviano y frágil como si estuviera flotando en el aire, mis cabellos danzan de un lado al otro y una paz muy grande me embarga el alma. Aquella negrura impasible que me rodeo anteriormente se ha esfumado, ahora solo rayos de luz me acompañan en este espacio.

Vislumbro un haz de luz celeste que se abre paso hacia donde me encuentro y forma un camino resplandeciente con su destello. Me dejo conducir por aquel fulgor y me pierdo entre la luminosidad hasta que la luz me encandila tanto que quedo cegada por ella.

Lo siguiente que mis ojos me muestran es un techo completamente blanco, como aún continúo adormilada, no sé dónde me encuentro ni que me paso. Noto un bulto sobre el borde de mi cama, luego de desperezarme me doy cuenta que es El Príncipe, quien descansa apoyado muy cerca de mí.

¿Qué hace él durmiendo en este lugar?

Me quedo admirando sus largas pestañas junto con las facciones finas que delinean su rostro. Luce tan vulnerable mientras duerme que me parece casi un ángel.

Sus párpados se separan con lentitud, en el momento que nuestros ojos se encuentran, se reincorpora apresurado dejando ver una sombra de sorpresa y alivio en su rostro.

─ ¿Dónde estoy? ─pregunto ansiosa.

─En el hospital ─hace una pausa que me parece eterna─, llevas tres días dormida.

─ ¡¿Qué?! ─me levanto bruscamente y un dolor que se concentra en mi estómago me hace retornar a mi posición inicial─, ¿Por qué me duele...? ─dirijo mi mano hacia las sábanas que me cubren para destaparme y revisar mi vientre; pero El Príncipe posa sus manos sobre las mías frenándome. Su acción me paraliza y puedo jurar ver temor en lo más profundo de sus ojos azules.

─No es necesario que lo veas. Yo te lo puedo explicar ─dice aferrándose a mis manos.

─Me estás asustando ─el corazón me da un respingo, tanto misterio me pone nerviosa.

─Las cosas se complicaron allá abajo ─desvía sus ojos como si evitara verme directamente.

─ ¿Allá abajo? ─los recuerdos regresan a mi mente y me sobresalto─. Había olvidado la ceremonia de sellado, ¿no funciono? ─pregunto desesperada.

─Todo salió bien. La piedra del granizo no podrá apoderarse otra vez de tu cuerpo ─revela sin muchos ánimos, no me alegro puesto que eso significa que la mala noticia es otra.

Se crea un silencio eterno. Desde que desperté he notado al Príncipe extraño como si algo lo estuviera preocupando, algo que tiene que ver conmigo.

─Dime que pasó ─suplico.

─Como consecuencia de sellar los poderes de las piedras, tu capacidad para sanar se deterioró, por lo que ahora tus heridas no desaparecerán sino que cicatrizarán lentamente ─comenta con su mirada lejos aún de la mía. No me gusta hacia dónde va esta conversación. Mi temor se dispara cuando la idea de que cumplió sus amenazas se cuela en mi cabeza.

─ ¿Qué me hiciste? ─arrastro cada palabra con seriedad cansada de tantos rodeos.

─Te atravesé el estómago con mi espada ─confiesa y ahogo un grito. Mi mano escapa de su agarre y el corazón me palpita aceleradamente.

Me he quedado muda, un revoltijo de emociones se ensaña en mi interior y el malestar que siento sube rápidamente por mi garganta.

Inundada por un sentimiento de angustia vuelvo a tomar las sábanas; las retiro con brusquedad y sin importarme que El Príncipe este en frente de mí, agarro el final de la bata de hospital. Él desvía la mirada hacia el otro lado mientras yo la levanto hasta llegar a la altura de la fuente de mi dolor.

Atrapada en otro mundoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora