1: Mente extraña.

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Una vez más, los molestos gritos de una pareja de hombres incomprendidos resonaban por todo el apartamento

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Una vez más, los molestos gritos de una pareja de hombres incomprendidos resonaban por todo el apartamento. No era sorpresa que incomodaran a sus vecinos, quienes cada vez se alarmaban más por aquel hogar estropeado de violencia.

—¡Estoy harto de que vayas a ese maldito lugar! no entiendo porqué no buscas un trabajo común, algo en lo que no tengas que rogar por la atención de otros hombres —exclamó Saul, con un tinte de furia y decepción en su mirada.

—Porque no quiero hacerlo, así de simple. Estoy cansado de que siempre busques imponerte ante las cosas que me gustan. Quiero estar en ese escenario y no me importa lo que tenga que hacer para lograrlo, ¿qué más da tener que soportar algunos comentarios estúpidos? —replicó el joven.

—¡¿En serio piensas antes de hablar?! 

Saul no entendía como es que su esposo externaba con tanta naturalidad que el acoso al que se encontraba sometido día tras día, le resultaba gratificante, hasta el punto de vivirlo una y otra vez.

Y  a William no le gustaba que Saul quisiera jugar al salvador, porque él contribuía bastante para que su vida fuese un martirio.

—¿De cuándo acá te interesa lo que me afecta? No vengas a darme tu sermón sentimentalista, solo lo haces porque eres un maníaco posesivo que no acepta que nadie voltee a verme —Rose arrugó la nariz.

—No puedo creer que me veas como alguien posesivo; cada noche te largas a trabajar para estar con quién sabe cuántos hombres. Si de verdad fuese posesivo, ya te habría encadenado en la habitación con tal de que no pusieras un pie fuera de esta casa —suspiró frustrado—. Solo deseo que me garantices fidelidad, no necesitas ese trabajo. Puedo hacerme cargo de todos los gastos si así lo quieres; pero por favor, júrame que nunca estarás con nadie más que conmigo.

Sus suplicas no eran mero capricho, la inseguridad le carcomía la mente a diario. Su cónyuge tenía un empleo poco convencional: era vedette en un cabaret oculto para la ojos comunes, puesto que se trataba de un lugar exclusivo para homosexuales.
No le molestaba el hecho de que otros varones idolatraran a su pareja; más bien se trataba de celos, porque no solo hacía presentaciones en el escenario, también se dedicaba al striptease privado, y esa era la idea que lo llenaba de rabia.

El joven soltó una risa genuina y algo nerviosa.
—¿Ves cómo si eres posesivo? acabas de decirme que estarías dispuesto a tratarme como un animal salvaje, y lo peor es que lo mencionas como si me hicieras un favor. Muchas gracias, tú siempre tan romántico —su tono de voz aumentaba a la par de su coraje. Odiaba que lo hiciera sentir como una mascota, que no tenía más opción que jurarle amor eterno.

—¡No lo haría, ese es el punto! siempre entiendes solo lo que quieres —rodó los ojos indignado. —Intento decir que te amo, y sí, tengo miedo de perderte. William, esto es en serio, no tienes ni la menor idea de todo lo que siento por ti. Se supone que la fidelidad quedó implícita desde el día en que aceptaste casarte conmigo.

Neon CaressDonde viven las historias. Descúbrelo ahora