[Capítulo 54]

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El legado de mi familia me unía a Yuyuko-sama, a quien fue en vida y a quien entonces existía como princesa de Hakugyokurou. Aunque escasas, las piezas de nuestro viaje nos hicieron ver parte de aquella imagen oculta. Un hecho olvidado, casi un secreto. Lo aceptamos con pausada naturalidad. Incluso así, supe que Efuruto jamás se referiría al curso de mi vida como algo obrado por el destino. Podría haber sido capaz de renunciar a su magia y al plano inmaterial si para conservarlos esas palabras tuviesen que haber salido de sus labios. Y sin embargo, no la vi dispuesta a llamarlo una coincidencia.

No, fue más allá. Lo llamó un sueño.

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Vaiśravaṇa

Tratamos aquella afirmación con absoluta certeza. Que la sangre Norikiyo brindaba a ciertos individuos el legado de la manipulación espiritual, dotándolos con la fuerza vital capaz de eclipsar aquella de mortales y fantasmas. Aparentemente el legado podía saltarse generaciones enteras, así como repetirse en sucesión por otras. Siempre de manera aleatoria.

Y aunque comenzaron como suposiciones, lo cerca que nos encontramos de la verdad hubiera sorprendido a cualquiera.

Por lo que quedó del día deliberamos sobre estas razones y lo que podría haber sucedido once años en ese mismo lugar. Disponíamos de toda la comida y bebida que pudiéramos consumir a gusto. Además, teníamos el tiempo para derrochar a la espera del siguiente día. Así pues, nos dejamos llevar. No hubo ningún deseo involucrado, pero sí el anhelo por saber.

No hubo respuestas en las que los dos concordáramos del todo. Fue como tener un argumento ante cada discrepancia en la punta de la lengua, listo para saltar y refutar aquello que no nos pareciera. Al final no pudimos ignorar tres aspectos de los cuales se extrajo una idea.

«Hakugyokurou fue el final de mi recorrido». Si la sangre en mí respondía a la misma de la princesa fantasma en vida, esta pudo haber jugado un papel importante además de oportuno, favoreciéndome en mi camino a la mansión de los cerezos. Convertirme en quien lo recorrería sin embargo, era el trabajo de una vida entera.

«De modo que Gensokyo se volvió el rumbo». El mundo espiritual no le pertenecía a Gensokyo, se pertenecía a sí mismo. Sin embargo, en la tierra de ilusiones se encontraba la forma y el conocimiento para que los mortales hallaran su existencia. El viaje que emprendí entonces me arrebató parte de mi humanidad para que así, avanzara por el camino que rectificaría era el indicado para la mansión. Sin saber que incluso eso me haría apto de atravesar el Río Sanzu y conservar mi vida.

Pero con un camino y final, ¿qué justificaba un principio? Fue gracias a esa sencilla duda que algo más surgió como un recordatorio pasado. Y es que si dejé el mundo humano, mi comienzo, «fue por la intervención de alguien más».

Pero ¿quién había sido el culpable?

Efuruto creía saberlo. Fue sólo una simple conjetura la cual pudo haber corrido la misma suerte que tantas otras durante aquel día. Sugirió que el catalizador que dio origen al cambio en mi vida, quien me puso sobre el camino que entonces recorría, se hallaba escondido en el pasado de mi familia. Si acaso las generaciones pasadas conocieron sobre la historia de Yuyuko-sama, de las razones por las que su fantasma se convirtió en la princesa de Hakugyokurou, eso podía señalar una razón, un rostro. Un nombre. Una fecha en el calendario.

Al momento apenas pude ocultarlo. Salí del jardín tras detener a Efuruto con un ademán de que volvería, no demoraría. Que no me siguiera. Fui a mi habitación y tan sólo asomándome dentro tomé la seda que Suu dejó con los trozos de eso que escondió mi abuelo. No quise pensarlo, pero entonces el deseo que estaba convencido a no pronunciar movió mis piernas. Y aunque en silencio, me hizo querer saber un poco más.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora