[Capítulo 65]

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La suya era de esas miradas hechas para no olvidar. Esos ojos me escrutaban con desdén, la tilde en ellos y la sensación que brindaba al encontrarlos, de navajas heladas lacerando la piel al tratar de respirar ante su ominosa presencia, eran dignos de la expresión desafiante que cargaba con la infalible seguridad del poder en ella.

Nos conocíamos en cierta medida, pues coincidimos ocasionalmente cuando ella acudía al templo por Reimu, atenta tras la desaparición de la anterior sacerdotisa. Allí jamás tuvimos la suerte o el infortunio de cruzar palabras. Aunque hubiera dado lo mismo, ya que la rabia y desprecio que sintió por mí aún ardían en sus ojos como si ni un día hubiera transcurrido.

Pero demasiado había cambiado. Ya no era aquel niño miedoso que deambuló en la noche por Gensokyo.

65
Hacia donde el este coincide

Al jardín lo tiñó un aura sombría al ver las nubes cernirse sobre nosotros. El viento que hasta entonces soplaba dejó de ser ameno, tornándose malicioso, como si este acarreara inquietantes secretos que murmuraba a las hojas de los árboles. Di un solo paso al frente. Aunque mi corazón estuviera en calma, sentí que si ignoraba mi propia respiración este habría revivido las mismas emociones que entonces corrieron cuando un joven yo la miró por primera vez. Me negué a mostrar lo que no fuera simple certeza.

Ella sólo cambió el peso con el que apoyaba las manos sobre el paraguas. Su figura se recortaba por el horizonte desdibujado más allá de los cerezos, imponente.

Pude sentir crecer su aversión por mí.

—¿Quién eres y qué asuntos tienes aquí? —pregunté.

Mi voz trajo un alto al viento inquieto. La pausa que introdujo por la fuerza brindó al jardín orden, suficiente para hacerse distinguir e imponerse. El rostro de aquella mujer ensombreció al escucharme. Recuerdo muy bien haber pensado que era la primera vez que veía una expresión tan medida, justa y controlada, carente de cualquier emoción natural, pero que al mismo tiempo estallaba iracunda.

De sus labios se escaparon apenas si las delgadas hebras de una risa. Tan suave, que si hubiera permitido al viento correr una vez más, este las habría cubierto.

—Tienes la audacia de hacer que una dama se repita —dijo con fría ironía, extendiendo una mano abierta hacia mí—. Sabes lo que quiero. Dame ese libro.

No pensé que pudiera fingir no saber a qué se refería.

Buscaba el libro que con sólo fotos del pasado de mi familia, mostraba con sutileza el camino trazado por el legado Norikiyo. Hasta ese momento no creí que este pudiera cargar relevancia de algún modo. Creí que podría tener alguna función, en determinado momento, para indagar más sobre mi familia. Pero la realidad es que antes conversándolo con Efuruto, ambos coincidimos en que sería más bien un curioso recuerdo para mostrarle a Yuyuko-sama e introducir el hecho de que ambos pertenecíamos a la misma familia. Pero aquella mujer les había dado un valor distinto a las páginas del libro. Este lo habíamos obtenido por un error, un desliz y arrebato que sin más, nos arrojó a escasos pasos de la línea de salida hacia un secreto sin forma. La postura de ella no sólo era desafiante, expresando seguridad. También hablaba de un intenso deseo oculto detrás de intenciones desconocidas. Por lo mismo, es que sabía que ella no había sido quien atacó a Efuruto de vuelta en el mundo humano. De haber sido el caso, ya nos habría arrebatado el libro.

De modo que, ¿por qué? ¿Por qué la mujer que siempre me miró con aversión durante mi niñez, demandaba aquel libro?

Sin respuestas tampoco tuve lugar para dudar. Di un paso más hacia ella, sin rastro de temor o incertidumbre en mi semblante.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora