No quise reconocer como errores cada una de las decisiones de horas antes, las cuales se presentaron con lucidez tras la distancia y el tiempo. La imagen de Sumiken, como nombré a la espada, persistía latente como una necesidad rutilante tras nuestro partir hacia quien conocía la afinidad del viento.
Hice lo correcto, estuve seguro de ello. Fui perfectamente capaz de vislumbrar lo acertada de mi resolución. Pero a pesar de haber tomado la decisión más sensata, no pude convencerme del todo de que haya sido así. Es cierto que le había devuelto su imagen de antaño, mas sin embargo, ¿qué fue lo que ella me dio a cambio?
—Caminaremos desde este punto —mencionaba Reimu—. Sería mucho más sencillo cargarte sobre la espalda que llevarte volando de este modo.
—Bien. Sólo diré que tú perdiste la apuesta de piedra, papel o tijeras.
—¿Quién escoge tijeras tres veces al hilo? —replicó.
—Aparentemente yo.
18
Pertinencia humanaLlevábamos buen ritmo, de modo que no me vi capaz de insistirle a continuar volando. Cuando quedamos los dos solos, tuve la idea de proponerle un trato acerca de cómo llegar hasta dicho lugar. Un inocente juego de piedra, papel o tijeras lo arreglaría. Si yo ganaba ella tendría que aceptar a llevarnos volando, sosteniéndome de los brazos. Si ella ganaba por otro lado, se quedaría con todo mi dinero. Hasta la última moneda.
Aceptó sin reparos, demostrando soberbia y confianza que derramaron de sus labios sonrientes. Vaya forma en la que se desbarataron de estos, he de agregar.
Decidimos sentarnos a descansar tan pronto bajamos a tierra, y ya que el tiempo estaba de nuestro lado, lo aprovechamos para cubrirnos con la sombra de un árbol a la vez que nos sentábamos a platicar. Por si no fuese claro con antelación, yo no poseía la habilidad para levitar y moverme por el cielo cual ave que se burla de las alturas. Reimu por otro lado sí. No estaba familiarizado con tan singular habilidad, aun si no se tratara de algo completamente inusual. A ella le pareció oportuno mencionar algunos comentarios sobre el tema.
Lo que de inmediato me hizo entender fue que si bien uno es capaz de cubrir grandes distancias de este modo, eso no se simplifica que se pudiera hacerlo sin ninguna clase de dificultad. Aprendí por sus consejos y afirmaciones que de hecho es parecido o hasta significativamente más cansado que caminar o correr, dependiendo de tu velocidad y condición, habiendo veces que resulta ser más conveniente caminar con tranquilidad. El resto de información fue sobre lo desagradable que podía ser encontrar algún insecto intrépido cuyo fin se hallaba en ser tragado. Las historias de cuántas veces le ocurrió tan desagradable suceso las encontré divertidas, lo que hizo que se arrepintiera de contármelas para empezar.
A expensas de lo cómicas que fueron sus historias ella hizo mención de que al menos no era como yo, alguien que no podía hacer algo tan simple como volar, lo que en parte me hacía verla como una acción maravillosa. Admití que desde joven estuve intrigado y en efecto abobado con la idea de surcar los cielos, mas que sin embargo, a los tengu les quedó estrictamente prohibido instruirme en el vuelo. Las razones fueron simples y para evitar mencionar cada una, me limitaré a decir que todas remarcaban con énfasis que servía para que no pudiera dejar el territorio bajo ninguna circunstancia. En su lugar se me entrenó en todo ámbito físico, lo que sumado a la naturaleza de híbrido, causó que me convirtiera en alguien excelso en el dominio de armas y el combate desarmado. Se llegó a tal punto que me pude valer por mi cuenta dentro o fuera de la villa.
Recordarlo me hizo pensar que sin ser así la intención, eso me colocó en una pésima posición una vez se dio lugar al juicio. Aunque cada una de mis maestrías significaban nada si se considera el gran peligro que corría de convertirme en una antorcha. Coincidimos en algo que ya bien sabíamos, sobre que la solución estaba en aprender ambas afinidades elementales.
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[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.
Fanfiction[東方] 𝐇𝐚𝐧𝐲𝐨𝐮 𝐧𝐨 𝐦𝐨𝐧𝐨𝐠𝐚𝐭𝐚𝐫𝐢: 𝐉𝐢𝐧𝐬𝐞𝐢 𝐧𝐨 𝐡𝐢𝐛𝐢𝐤𝐢. Soñé con la luna y el filo de su figura, con el aroma de las flores y el sereno de las mañanas. Conocía el nombre de la oscuridad. La llamaba y ella acudía a mí. Su nombre...