Vidas taciturnas
Si tuviera que optar por una introducción a quién soy, ésta se encontraría en el justo momento que llegué al templo Hakurei, sitio en donde una mujer de larga y negra cabellera cuidó de mí. Aunque afirmar estas palabras sería un error pues aunque pudiera estar bajo su disciplina y guía, ella no hizo tal cosa. Esa mujer cuyo temple ante las adversidades era como el del acero al rojo vivo me hizo comprender que no era mi madre y que no tomaría ese papel en ninguna circunstancia. Así fuera que llegara herido, con raspones y ensangrentado por caer, no atendió mis heridas. Aun si aparecía enfermo bajo la incesante lluvia, ella no reparó en mi presencia. Sin importar si era un niño de apenas diez años, aterrado de lo que la vida le había brindado, eso no fue motivo para voltear en mi dirección.
No le recuerdo con cariño mas sí con gran respeto, pues en ella recaía el poder de ejercer el orden con un fuerte puño el cual no daba lugar a la vacilación. Y eso en un mundo en donde lo extraordinario es norma, es de admirar.
Pese a no ser recibido con los brazos abiertos me vi regresando constantemente a ese templo día tras día. Al principio fui tímido, ganando la confianza para atravesar el claro punto en donde hacerle frente se trataba de una clara muestra de delirio. Si hice todo eso fue por una pequeña presencia que siempre le hizo compañía como su diminuta sombra. O quizá, como una luz que ansiaba poder brillar iluminando un camino el cual pronto sería suyo.
La pequeña niña Hakurei.
Ella no era ni remotamente parecida a su madre, aparentando ser frágil y de sonrisa fácil. Si una decía izquierda, la otra ya estaba mirando a la derecha. Si la figura más grande e imponente decidía ignorarme, la más pequeña le retaba, llevándole la contraria al acercarse a mí, abriéndome las puertas de su hogar. Por más insignificante que fuera la oportunidad la pequeña que seguía el camino para convertirse en una sacerdotisa me otorgó su amistad. Me la dio sin miramientos, curando mis heridas, atendiéndome en la enfermedad y escuchándome cuando intentaba ocultar mi llanto entre la lluvia.
Crecimos relativamente juntos, jugando cuando podíamos como los niños de nuestra edad y cuando la situación lo permitiera, perdiendo el tiempo en esa clase de cosas que durante esos años de nostalgia nos atraían tanto. Ya fuera la llegada de la primavera, refrescándonos en verano, asando patatas en otoño o correteando por la nieve durante el invierno. Por un tiempo nos dejamos llevar por nuestra edad, olvidando nuestras propias vidas. Pero ella crecía hacia una dirección distinta a la mía. Cada uno tenía un futuro diferente delante suyo y pese a que no lo viéramos, debíamos cumplirlo.
Ocurrió de la nada cuando mi amiga debía asumir ser la cabecilla del templo y yo, seguir con mi propio camino que aún me era incierto. Crecí apartándome de ella y del lugar que fue como casi un hogar para mí, mirando de lejos cómo es que con el tiempo se volvía más conocida entre todos. Ella era maravillosa, asombrosa y todo lo bueno que se puede apuntar a ser. Mi amiga crecía para volverse en la sombra de aquella mujer.
Para mí las cosas igual cambiaron. Aprendí más sobre mí mismo en kilómetros recorridos que siendo el niño perdido que una vez apareció a las puertas de ese templo. Lo que era y en lo que me convertí, fueron frutos de esos años.Soy un híbrido. Soy un hanyou. Mi nombre es Kenro
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[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.
Fanfic[東方] 𝐇𝐚𝐧𝐲𝐨𝐮 𝐧𝐨 𝐦𝐨𝐧𝐨𝐠𝐚𝐭𝐚𝐫𝐢: 𝐉𝐢𝐧𝐬𝐞𝐢 𝐧𝐨 𝐡𝐢𝐛𝐢𝐤𝐢. Soñé con la luna y el filo de su figura, con el aroma de las flores y el sereno de las mañanas. Conocía el nombre de la oscuridad. La llamaba y ella acudía a mí. Su nombre...