Jamás desesperó a pesar de las incesantes dudas que brotaban cuando tratamos el tema que tan ajeno me era. Le interrumpí un sinfín de veces, sin descanso. Como resultado ella respondió de manera cándida a cada una de mis inoportunas preguntas. La en ese entonces joven Keine entendió que si bien yo era un híbrido, también era apenas un niño que desconocía cuál era su lugar. Nunca me levantó la mano en señal de escarmiento, mostrándome por otro lado eso que ningún otro pensó siquiera enseñarme: Comprensión.
Nunca me mostró nada que no fuera bondad. Inclusive si su temple era bañado por la oscuridad de la noche, pude hallar gentileza en su semblante. Así como el dolor que la misma le causaba.3
Solución imprudente—Se le llama híbrido a todo ser cuya existencia la conforme dos mitades —explicaba—. Son conocidos por poseer las características de sus progenitores, sea en menor o mayor medida. Hablamos del aspecto físico al igual que aquello que se encuentra unido a la sangre. Un lazo que vincula a ambas mitades y que no es perceptible por quienes no poseen una naturaleza acorde o en su defecto, similar con la que el individuo fue dotado. El término "hanyou", que es como te llamaron, es la manera de referirse a los híbridos cuyas mitades corresponden a las de un humano y una bestia.
Por días le pedí repetir la misma lección, ya que no lo podía creer. Era humano. Estaba tercamente convencido de que esa se trataba de una realidad innegable, que me pertenecía sin ningún tipo de discusión. Mi mundo constaba de la sencilla división que pude definir como lo ordinario y lo extraordinario. Yo por supuesto formaba parte del primero. Y algunos habrán dicho que inclusive menos que eso.
Saber que en mí existía una parte de semejante magnitud resultó ser inconcebible, en parte porque jamás escuché hablar de tales seres. Alguien como yo. Y sin embargo, era verdad que existían allí fuera. Pero siendo un niño esas cosas no suelen tener peso o relevancia. Apenas unos ciclos atrás moría de hambre en las calles tras días afiebrado y entonces con ella, hasta ropa limpia llevaba.
Keine debió hallar mis expresiones como algo conmovedor y divertido. Ya se había levantado para observarme mejor, retrocediendo sin quitarme los ojos de encima, moviéndose hasta un librero del cual tomó un grueso libro. No hizo amago de verlo, volviendo a tomar asiento a mi lado. Me lo entregó con una tierna sonrisa.
—¿Sabes leer algo como esto Kenro?
—Sí —respondí entusiasmado—. Siempre me gustaron los libros.
Entonces no lo noté, pero mis palabras le parecieron extrañas. Un segundo enmudecido bastó para reparar sus facciones que se detuvieron, decidiendo no indagar al respecto. Apuntó al libro ya en mis manos.
—Bueno, quiero que consideres este libro tuyo. Consérvalo.
La sonrisa que se me escapó reveló lo grandioso que esa noticia me pareció. Sentado allí incluso empecé a tamborilear con los pies al aire, sacudiéndolos de la enorme felicidad que fue recibir algo que consideraba un gran obsequio. Claro, era un libro algo viejo y un poco gastado. Pero entonces el gesto me pareció la cosa más linda del mundo. Ese libro se fue volviendo en una muy preciada posesión de la cual no me separaría. Aunque desvarío. Miré la portada al sostenerlo, repasando con mis dedos las letras que sobresalían en un gastado brillo dorado.
—Me gustaría tener conmigo más que sólo libros de carácter académico y aunque ese no lo sea, ni siquiera tiene dibujos. Es probable que te cueste en un principio el leer los...
—'Obras, relatos y colección de cuentos cortos. Volumen II' —dije leyendo el título—. Me encanta. Es usted muy amable señorita Keine.
—...O puede que no te cueste —suspiró aliviada.
Al principio creí que haber comenzado una vida como profesora de la aldea fue la razón para acudir en mi auxilio. Que su posición como educadora y guardiana del mismo lugar, era lo que le impulsó a actuar en contra de quien se interpusiera entre el bien de otros.
Y aunque en parte esa era una verdad, su guía, comprensión y cariño, no derivaron gracias a ello. La razón estaba más cercana a su propia naturaleza y sangre. Si bien no como humanos, pero como algo más.
Con el tiempo aprendí más sobre Keine, sobre su vida y el camino que optó tomar por el bien de los pequeños. Cada mañana le ayudaba a preparar el desayuno, alistar papeles y documentos e incluso a limpiar el aula que se encontraba dentro del mismo edificio. Veía todos los días cómo otros jóvenes alrededor de mi edad llegaban entrando por la puerta, tomando lugar en cada asiento de manera natural, dando a entender que ese proceso lo repetían de manera continua.
Mientras tanto yo permanecí oculto. Al menos a la vista de otros. Tomaba mi lugar del otro lado de la puerta del salón, apuntando en un cuadernillo cada lección que ella les enseñara a los jóvenes y a mí también. Siempre llevaba a cabo un esfuerzo extra para que su voz llegara del otro lado de la puerta, nunca gritando, pero potenciando su timbre para que cada palabra fuera clara. Allí sentado encontré un lugar para mí, con mi lápiz y cuaderno en mano, el cual se llenaban velozmente de lecciones, además de mi preciado libro a un lado mío. Siempre a salvo al alcance de mi vista.
Descansábamos siempre dos días de la rutina. En esos días en donde el aula se desocupaba, ella me daba su tiempo. Pronto me percaté de que recibía un trato especial, asunto que me llenó de gratitud hacia su persona.
Aunque claro, no siempre estudiábamos.
Siempre solía preguntarle cosas. Sino de la aldea, sobre eso que yacía más lejos de esta. Entonces una duda me aquejaba, no la podía callar.
—¿Por qué los humanos odian a los hanyou? Entendería si me odiaran por haberles robado, pero yo...
Keine sólo carraspeó una vez, atenta a sus manos y eso que manipulaba en estas. Agua y tinta.
—Te robaste las galletas que pensaba darle a la clase —dijo y esperó, severa. Al final y con rapidez soltó una risilla dulce—. Pero yo no te odio. De hecho me sorprende que lo hicieras.
Intenté replicar compungido, mas la expresión de culpa me falló. Acabé riendo.
—Tenía mucha hambre.
—Sabes que puedes preparar lo que quieras, la cocina está a tu disposición.
Cabe mencionar que así como era con la cocina, Keine me dio el permiso para tomar lo que fuera de su hogar siempre y cuando me quedara dentro. Libros, ropa, comida por ejemplo. De todo.
Era una condición sencilla de cumplir, pues aunque las semanas se convirtieron en meses, como híbrido era incapaz de andarme a mis anchas por un sitio donde se respiraba un agrio desdén hacia mi clase. El tiempo ciertamente mejora muchas cosas, mas no las sana. Los aldeanos adoptaron una actitud reacia al saber que su tan preciada aldea pudiera tratarse de un cubil de híbridos y youkai, de modo que no sería bienvenido.
En mis incursiones entre páginas pronto hallé textos que trataban temas los cuales hablaban sobre los híbridos como si no fueran una raza diferente del todo. Se les consideraba un mismo tipo de raza que se había separado de quienes le dieron una razón de ser, alejándose por ese mismo odio. Allí mismo y en compañía de Keine descubrimos el indicio que nos revelaría lo que yo era. Un hanyou quien poseía una parte de un tigre youkai. Parecía que contábamos con poco que nos pudiera guiar, pero eso bastó para descubrir aún más. Entre textos y volúmenes, dimos con referencias que apuntaban describiendo precisamente a los humanos con atributos dados por la esencia youkai que me correspondía. Todo lo que encontramos fue acertado, como ser capaz mirar en la oscuridad con apenas el despejo de luz de luna. Los colmillos alargados y los ojos ambarinos eran atributos comunes, así como no era anormal que las uñas actuaran como garras, aunque no fuera mi caso. El sentido de la audición aumentado y la predisposición a los atributos físicos que sobrepasaran a los humanos eran más aspectos en mí, pese a que mis capacidades físicas fueran las mismas a las de un niño de mi edad. Fue un gran alivio no necesitar referencias de terceros. El día en que rastreamos cada punto, fue como redescubrir mi propia identidad.
—¿Entonces? —pregunté tras su silencio— ¿Qué hace que odien y les teman a los hanyou?
—Son temas peligrosos —contestó conservando su perfil sereno.
—Pero yo quiero saberlo —insistí—. Si esto es lo que soy debo saberlo. Creo que merezco saberlo.
Era claro que no dejaría el tema, así como ella no podría mantenerse firme ante la necesidad de saber. Por eso suspiró sonriendo, sabiendo que no había otro remedio más que la verdad.
—Kenro, ¿sabes cuál es el fruto de la unión entre un hombre y una mujer?
—Sí —dije avergonzado—... un bebé.
—Muy bien. Un bebé es el fruto de la unión entre ambos géneros, una prueba que tras consumar el... —se detuvo carraspeando—; el cruzar los genes de un humano y los de un youkai no garantiza que nazca un híbrido como resultado. Esos son cuentos que los ancianos les dicen a los niños para que se anden con cuidado. No obstante es una realidad que esa unión, fuera amor o capricho, pueda dar lugar a un híbrido. Pero no se trata de la única forma conocida. Existen lo que llamamos tabú.
—¿Tabú?
—Para que un hombre sea más que un hombre, y una bestia más que una bestia, se han realizado actos deplorables y de imprudencia. Un hombre de gentil y puro corazón no va por allí cometiendo esta clase de actos. Una bestia tampoco, pues su instinto es el de la supervivencia, no el de suplantar un lugar que no le pertenece.
—¿Matan?
—Hacen lo necesario por su cometido, aunque no es la única razón por la que los híbridos son vistos con ojos de odio. Se sabe de casos en donde quienes poseyeron ambas mitades han llevado todo tipo de tareas para pertenecer a una de las dos, sea bestia o humano.
—Yo no haría nada de eso —dije casi en protesta, hecho que le hizo levantarse y apoyar su mano en mi cabeza, acariciándome para tranquilizarme.
—Lo sé muy bien Kenro.
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[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.
Fanfiction[東方] 𝐇𝐚𝐧𝐲𝐨𝐮 𝐧𝐨 𝐦𝐨𝐧𝐨𝐠𝐚𝐭𝐚𝐫𝐢: 𝐉𝐢𝐧𝐬𝐞𝐢 𝐧𝐨 𝐡𝐢𝐛𝐢𝐤𝐢. Soñé con la luna y el filo de su figura, con el aroma de las flores y el sereno de las mañanas. Conocía el nombre de la oscuridad. La llamaba y ella acudía a mí. Su nombre...