[Capítulo 41]

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Su existencia es discordancia en este o cualquier mundo, excentricidad de naturaleza incierta. De blancos cabellos y mirada ultramar, la chica cuyas mitades son vida y muerte, que le dictan existir como una elegante danza sin fin. Le miraban por donde fuera siempre con temor y fascinación. Lo hacían por lo intrigante que es, embelesados por su imagen que atrae y confunde, dejando las emociones a flor de piel al ver sus facciones suaves. Infantil y amable, tierna si sabes apreciarla.

Ella es su propio camino y el fin de éste. Es la antítesis perfecta de lo que es y lo que jamás debería de haber sido. La chica de tez blanca y mitad fantasma, jardinera y guardiana de Hakugyokurou. Mi mentora en la enseñanza del kenjutsu y entonces, mi amiga más cercana.

Aquella chica.

41
Descuido de sangre

El comienzo de yayoi lo recibimos con la llegada de un día con nombre. Al pronto final del invierno le hizo compañía la calidez del sol desperezándose, cubriendo al jardín que anhelaba un pronto y maravilloso florecer. Lo veías en los cerezos, en sus sombras, y con ese mismo ahínco, en la noticia que se nos reveló. Era un día de fuerza y así mismo el día en que asumiría enteramente mi puesto como guardián de Hakugyokurou. Antes pensé que aquel papel lo desempeñaba en el momento justo en donde superé la caligrafía y el kenjutsu. Y es cierto, ya lo hacía. Tan sólo ocurre que ese día lo quisimos formalizar con la oportunidad que brindaba un día con nombre. Durante esa mañana donde volvía a usar las prendas representantes de mi posición, Yuyuko-sama nos reveló lo que el día de fuerza implicaba.

—Se hace gala de la fortaleza —decía ella bajando su tazón de arroz—, de la voluntad y el arder de la convicción de cada ser. Como todo día con nombre, es una oportunidad excepcional. Una que ustedes aprovecharán.

—De modo que libraremos un combate —mencionó Youmu con voz de expectativa cumplida—. ¿Eso está bien? Es habitual que entrenemos así.

—Por supuesto que lo está —ella me miró, sonreía—. ¿Qué dices mi Kenro?

Aclaré la garganta.

—Si este día así lo dicta, significa que en éste podemos demostrar lo que hemos vuelto nuestro —miré a Youmu—. Hay mucho que debo aprender todavía, pero la resonancia y el kenjutsu son aspectos que ya controlo. Este combate será uno entre iguales.

Me pregunté si acaso ese día igual abarcaba aquello que leí en los mangas de Sanae alguna vez. «La fuerza de la amistad» me pareció un concepto tan chusco, que forzosamente tuve que contener las risas en ese momento. Aun así, tuve en claro que mi deber ese día era mostrar algo más que la fuerza con la que hablaba.

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En medio del jardín yacía un pedestal que sostenía dos bokken de madera oscurecida de los cerezos. Los tres esperábamos por lo que se aproximaba. El duelo que libraríamos ya no se trataba de prácticas o lecciones. Al igual que la caligrafía, Youmu me había otorgado las bases de sus conocimientos. Junto a las humana y tengu, volví éstas mis fortalezas. La unión a la vez que la separación de ellas convertía el estilo de blandir mi espada en uno el cual hablaba por Hakugyokurou y a quien servía.

Ambos vestíamos prendas sencillas y similares. Pantalones hakama oscuros y apenas un keigoki blanco. Youmu además llevaba un sarashi.

Yuyuko-sama ocupaba su lugar apartada del jardín, observándonos en nuestros respectivos puestos sin que las palabras en ese instante fueran imperativas. Como si conociéramos el orden de aquel momento. Youmu y yo nos acercamos hacia las espadas que reposaban. Sus manos encontraron una de las bokken, tomándola con lo que aún recuerdo se trató del movimiento adecuado a una composición perfecta. Sus manos asieron ésta con familiaridad, certeza y gentil sutileza. En mis manos también hubo eso. Control, fuerza y confianza. Un susurro esperado.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora