[Capítulo 31]

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Fue como si a su lado no importase que fuera un completo desconocido. No le impidió contarme tantas historias llena de ánimo, divertida de lo que tuviera que opinar de éstas. Yo le escuché con recelo, pero lo hice. Captaba con atención cada una de sus facciones al reír por lo bajo, sea recordando los días pasados o planeando otros. Ya sea que hablara o perdiera la vista en su inmenso jardín, yo la vi. Lo hice.

Éramos ella, yo y la noche.

31
Mano cándida

La sombra de una nube pasajera nos cubrió durante cierto momento de nuestra conversación dejándonos bajo de su cobijo. Ella al notarlo se detuvo. Sus manos que guiaron a sus relatos y cada palabra pronto descansaron encima de su regazo. Observó en la distancia y a la creciente oscuridad que no tocaba el jardín, manteniéndose al margen.

—¿En qué piensas? —preguntó.

Pese a lo repentina que fue tras su silencio a su voz le distinguía un timbre amable. No hubo sorpresas. Le miré, aprovechando la sombra sobre nosotros, encontrando aun así esa misma expresión.

—En muchas cosas —contesté, tratando de ocultar la prisa en mi voz.

Entonces se acercó un poco más, intentando escabullir su mirada al espiar con semblante de intriga.

—Eso lo sé. Te he estado observando.

Todo en ella hacía complicado querer mantener un perfil bajo e indiferente; y no es que buscara ofender la generosidad que nos mostró o faltarle el respeto, sino que buscaba protegerme de lo que acontecería de dejarme llevar a causa de su aspecto. No supe si sería capaz de retener ese estoicismo a su lado, cayendo ante sus encantos sin doble intención. La solución pues fue el silencio con el que buscaba oponerme a ella.

—Pareces no creerme cuando lo digo.

—No es eso.

—Creo que sí. Antes hiciste lo mismo —no respondí, lo que tomó como señal de continuar—. Cuando lo digo sonríes, apenas un cuarto de una sonrisa, como si saberlo te hiciera feliz. Es gracias a la seriedad que marcas en ti que lo puedo ver.

No quise admitirlo pero por más que insistiera en ocultarlo al no hablar tuve que serle honesto.

—No tenía grandes expectativas tras haber decidido venir —confesé—. No esperaba mucho a causa de una decisión que tomé en lo abrupto de una secuencia de días, siendo recibido y sorprendido por su amabilidad; lo que me hace sentir culpable por tomar a Sumiken y querer retirarme.

Asentó cubriéndose el rostro con las mangas de su kimono. De pronto escuché un par de risillas provenir desde detrás de sus brazos.

—¿Qué te habrá dicho Youmu sobre mí?

—No, no. Lo ha tomado mal. Fueron ideas mías.

Nuevamente un breve periodo de calma, uno el cual no quisimos apartar. Aún estaba confundido por el motivo de estar allí, pero ya no quería empujar a la suerte y terminar diciendo algo indebido. Elegí al silencio una vez más como mejor opción. Ella no lo permitió.

—Esa chiquilla me ha contado mucho de ti —se detuvo hasta esperar a que le mirase de vuelta—. Cada día al irse y regresar, lo hacía diciéndome algo nuevo sobre su amigo el joven hanyou.

—¿Qué le dijo de mí? —pregunté bastante intrigado.

—Que tú eras el dueño de la espada dejada por su predecesor. Estaba emocionada, y qué decir de mí. Medité las decisiones de tan increíble acontecimiento desde ese día.

Hubo una pausa, lo suficientemente larga para sentirla pero no tan extensa como para haberla considerado una interrupción. El timbre de su voz cambió durante estos breves instantes y de ser gentil y suave, se convirtió en uno lleno de secretos e intenciones desconocidas. Fue desconcertante hallar ese lado en su persona, pues antes aparentó lo opuesto.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora