[Capítulo 02]

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La lluvia repiqueteaba contra el tejado del pequeño callejón en donde las diferentes construcciones coincidían, brindándome un refugio improvisado a salvo de los improvistos del clima. El agua no me alcanzaba, hecho que sumado al estado de mi cuerpo me hiciera decidir no llevar a cabo esfuerzo alguno por moverme. Gota a gota el débil "drip-drip" que caía al frío y húmedo suelo desaparecía en cuanto cerraba los ojos, tratando de olvidar el dolor que mi cuerpo sentía por la golpiza que me propinaron aquellos hombres.
      Mi mente se encontraba ausente, siendo poco lo que acudía a mí. Lo que lograba mantenerme en un estado de alerta pasiva de manera involuntaria. De ese modo escuchaba la lluvia y a los aldeanos quienes con prisa buscaban refugiarse por temor a empaparse. El mismo miedo del cual los infantes prescindían. Llegaba a mí el sonido de sus risas y cantos, salpicando entre los charcos con tremenda enjundia pese a las advertencias de los adultos.
      Me encontré moviendo los labios al son de su canto y de la lluvia, melodías que mecían mis sentidos, llevándolos hacia un lugar lejano y distinto, que yacía casi olvidado. Más allá de los años en un templo, más allá de los primeros pasos inseguros de un niño perdido.
      Más allá de mis recuerdos.

2
Lejos

No parecía detenerse. La lluvia aumentaba conforme el tiempo transcurría, con gotas grandes y heladas que convirtieron una tarde de verano en una fría y húmeda. Abrigarme hubiera sido de gran ayuda para soportarlo pues aunque seco, sentía el viento pasar, helándome las extremidades que aún conservaban sensibilidad. Traté cubrirme los pies sucios con las manos, mas pronto descubrí lo inútil que sería pues apenas si conseguía moverme sin que una ola de dolor brotara desde el torso y volara por el resto de mi cuerpo.
      Maltrecho, frío y con el hambre atacando una vez más, intenté a toda costa no caer dormido, llevado por los ruidos conformados por la llovizna y el viento. Los silbidos de aire al pasar por entre los hogares, torrentes de agua atravesando las calles; luchaba con todo lo que me era capaz para evitar cerrar los ojos ya que en cuanto lo hacía, brotaban imágenes las cuales deseaba apartar con gran desesperación. Veía a un niño de ropas sucias y aspecto lastimoso. Herido, ese pequeño cojeaba entre la noche tratando de buscar de dónde apoyarse, siempre cayendo al intentar asir algo entre la oscuridad que pudiera soportar su cuerpo. Caminaba con ojos vacíos, lejos de tener convicción alguna reflejada en su mirada y más inundados de un instinto que le había mantenido con vida. Caminaba hacia la promesa de una oportunidad o un súbito fin a su corto recorrido. Lo hacía con cortos pasos hacia una puerta entreabierta de la cual la luz se escurría ahuyentando a la oscuridad.
      Tan pronto abría los ojos, me sorprendía el paisaje gris en el que estaba. Uno que pese a no mejorar mi situación, no se veía inundado por los dolorosos recuerdos que significaban el fin de un camino.
      No encontraría descanso alguno de tal forma, eso bien lo sabía. Aun si fuesen minutos durante los cuales me desvanecía, siempre despertaba más cansado. Concluí que dormir no me ayudaría, al menos no si me encontraba en ese lugar. No en el callejón o bajo la lluvia, sino que dentro de la aldea. De cualquier otro modo ocultarme hubiera sido sencillo. Pero el hecho era que esa ya no era una opción. Antes cuando los aldeanos estuvieron por cobrárselas todas, los mismos se refirieron a mí como uno de esos. No supe con exactitud a qué se referían, pero de algo estaba seguro. Mis ojos ya no eran los mismos a como recordé alguna vez. Entonces siendo yo un niño cualquiera, podía fundirme con mi aspecto entre la multitud, sea de adultos u otros pequeños de mi edad. En mí no encontrabas mucho más que huesos y un poco de envoltorio, cabello y ojos del mismo color que un centenar de gente más. Encontrarme llevaba a una tarea infructuosa y frustrante, mas sin embargo, eso ya no era posible. Esa suerte me terminó abandonando cuando al entrar al callejón, noté en el espejo un par de ojos ambarinos, de un increíble color entre amarillo y dorado bruñido. Los colmillos que no dejaban de dolerme igual me delataban. Era un hecho que ellos se percataron y uno mayor que ya se hablaba de mi aspecto con los vecinos, amigos y curiosos entrometidos.
      Si no hallaba la manera de huir, andar por las calles se terminaría convirtiendo en una actividad peligrosa en la cual perdería mucho. Era el ladrón más fácil de identificar y por eso quedarme no era una opción.
      Tomé en consideración mis opciones, pero el frío y el hambre, así como el dolor y cansancio, no me dejaban pensar con claridad. Quise correr por las calles aprovechando la lluvia. Nadie me detendría. Pero claro, el inconveniente principal era que apenas si me podía levantar. Pensé en aprovechar el sigilo que la noche me daría. Pero hasta así, la aldea se vigilaba constantemente. Con mis torpes movimientos no sería capaz de buscar una salida, sin mencionar el atravesar esta.
      Pues entonces, estaba atrapado. Sin respuestas o ideas, me puse a llorar, soltando gimoteos que intentaba ahogar entre los ruidos de la calle.
      No sé cuánto tiempo pasé de esa forma pero cuando el rostro me ardía de tanto llorar, pude escuchar los pasos de alguien acercándose. Gritos en la cabeza me advirtieron de ello e intenté ocultarme tras los sacos de basura que detenían mi peso para sólo caer al suelo en donde me quedé quieto mirando hacia la entrada.
      Lo primero que vi fue un paraguas asomarse y un rostro cubierto por una capucha. Su cuerpo entero iba escondido por un impermeable, mas distinguí el porte de un adulto en sus manos desnudas.
      —Supe que podría hallarte aquí —dijo e identifiqué que se trataba de una mujer joven.
      No le respondí.
      Ella quiso dar un paso más y acercarse a mí, mas en respuesta mi cuerpo respondió por sí mismo buscando huir por mero instinto. Respiraba aterrado, temblando al desconocer sus intenciones. No supe si me haría algo, o por qué es que siquiera estaba allí para empezar. Apartó rápidamente la mano ante mi reacción, como si de pronto hubiera sentido el calor de acercarla al fuego. La pegó a su cuerpo y bajó el rostro que seguía en sombras.
      —Claro. No confías en mí —rio, aunque no pareció burlarse—. Debes de estar aterrado.
      Nuevamente no respondí. Continuaba alerta ante cualquier movimiento que pudiera llevar a cabo. Lo único que podía hacer era gritar, y hasta eso sólo resultaría contraproducente dada mi situación. Miraba fijamente a la mujer, aguardando en silencio hasta que decidió moverse una vez más. Entonces esperó por cuál sería mi reacción, agitando una mano en ademán de tranquilizarme al verme apretándome como un nudo. Debajo de su impermeable sacó una pequeña caja negra que dejó en el suelo cerca de mí. No la apoyó, primero la puso frente de sí misma y luego la deslizó con mucho cuidado.
      —¿Creerías si te digo que he estado buscándote? —preguntó, aunque volví a callar—. No he venido a lastimarte. Quiero ofrecerte ayuda. Sé que la necesitas y estoy dispuesta a brindártela.
      La mujer se levantó lentamente, procurando no asustarme. Había tomado el paraguas, abriéndolo antes de irse. Miró fuera del callejón, volviendo el rostro a la espera de que nadie la viera. A pesar de la llovizna las personas continuaban rondando por las calles.. Me miró nuevamente, hablando con suavidad. Un timbre de voz que me parecía extraño de un adulto.
      —Espera a la noche. Vendré por ti.
      Y sin agregar otra palabra, salió a paso veloz.
      Quedé atónito del repentino encuentro con esa misteriosa mujer. Quien admitió haberme estado buscando. No es impredecible que la primera impresión que tuve de ella es creer que mentía. Que no era más que un engaño y que los aldeanos intentaban hacerme salir para mostrarme un verdadero escarmiento por osar robarles en los pasados meses.
      Aunque me detuve a pensarlo mejor. Carecía de sentido. De haberlo querido, esa mujer los podría haber llevado hacia mí y acabar todo en la oscuridad y anonimato de un callejón. Otras personas me vieron entrar momentos después de la golpiza que recibí, así que cualquier idea de que aquello fuera una trampa perdía sentido de inmediato.
      Pero la realidad es que estaba confundido.
      Su amabilidad me había intrigado. Por qué lo había hecho, querer arriesgarse de esa manera por un paria sin escrúpulos. Un ladrón que en todo momento tras tomar esa vida, ignoró quien fuera su blanco. Jamás me detuve a pensarlo, si tomaba monedas de un herido o un enfermo. Si la situación de alguien más, era inclusive más precaria que la mía. El gentil tono de sus palabras, lo terso de su voz y la preocupación en esta. Lo que la llevó a ser así conmigo, eso que buscaba...
      Cada una de mis dudas fue acallada en cuanto el viento sopló, entrando al callejón y trayendo el exquisito aroma de la carne y el arroz hasta mí. Resultó ser un golpe especialmente cruel. Aún podía sentir el estómago y sus rincones vacíos siendo atacados por esa insidiosa sensación de la que no me libraba desde hacía días. Intenté ignorarla lo mejor que pude. Pero fue inútil e imposible, debido a que aquel olor provenía de la caja que aquella mujer dejó para mí.
      No pude creerlo, casi no quise hacerlo.
      Fue imposible pensar en aceptar algo así. O al menos lo habría sido tiempo atrás. La amabilidad en esos tiempos me resultaba ser hostil. Jamás recibí un trato similar si es que no provino de mi amiga del templo. Pero el hambre podía mucho más. Al abrir la caja, observé su contenido sin poder compaginar lo que encontraba. No me molesté en usar los palillos, así que pasaron a ser algo sin importancia.
      Durante aquella tarde el hambre desapareció. Aunque no podía decir lo mismo de mi llanto.



—En verdad esperaste a que regresara. Temí no encontrarte de nuevo, pero sigues aquí.
      Su voz cándida calmó mi respiración. Encontrarla de nuevo fue, pese a su previo aviso, inesperado.
      El alimento que me facilitó fue lo más cercano a un milagro. Cada bocado le devolvió a mi cuerpo energía y calor hasta puntos ilógicos. No sólo me vi poseído por una vitalidad y fuerza sorprendentes, sino que a la vez mis heridas sanaron. Aquellos cardenales ensangrentados que manchaban mis ropas, ya no se encontraban más.
      Ese nuevo aliento me tomó desprevenido, pero no lo malgasté. Nuevamente pensé en escapar corriendo entre la lluvia y las calles, huyendo de la aldea para perderme entre los prados de su alrededor.
      No obstante, me detuvo el simple impulso.
      «¿A dónde llegaría?»
      
No existía lugar al que pudiera regresar. Si hasta el campamento improvisado que compuse con ayuda de mi amiga cerca del templo lo terminé desbaratando antes de partir. Verme nuevamente al espejo hizo que me percatara de que mis opciones no eran limitadas. Eran inexistentes. Me quedaba confiar en una extraña quien me mostró gentileza, apostándolo todo en su presencia y promesa de regresar.
      Aun si prometió volver en la noche, terminé asomándome por el borde del callejón por el resto de la tarde. Al oscurecer en mi escondrijo no pude ver nada, sólo escuchar. Fue hasta que vi una luz acercarse, proveniente de una lámpara de papel que usaban las personas habitualmente, que volví a tensar el cuerpo.
      —Lamento mucho haberte dejado en esta lluvia, pero nadie más podía verme ayudándote. Al menos no en estas condiciones.
      No esperó por mi respuesta, avanzando con mayor seguridad que esa misma tarde. Me entregó un impermeable como el suyo, uno casi de mi tamaño. En esa ocasión no intenté separarme, mas el instinto me hizo saltar un poco. Ella rio.
      —Si alguien llega a encontrarnos y pregunta por ti, respondes que te perdiste y yo te llevaba a mi hogar para resguardarte de la lluvia —explicó, colocándome la capucha que me iba grande, aprovechando su tamaño para cubrirme la cara—. No alces el rostro, no corras. No te separes de mí. A decir verdad, será mejor si me tomas de la mano.
      Eso hice y apenas alcancé su palma ella tomó la mía con fuerza. No me lastimó, pues lo hizo para asegurarse de que no la dejara ir.
      —Por los dioses, estás frío —dijo a la par que me frotaba las manos con las suyas—. Pégate a mí, el paraguas es lo suficientemente grande para cubrirnos de quien nos mire. Sostén la lámpara si puedes.
      Todavía con un poco de miedo lo hice. Su proximidad me asustó, pero igual permanecí a su lado.
      —¿Listo para irnos? Serán unos minutos hasta que lleguemos donde vivo —asentí con energía—. Muy bien, te sacaré de aquí.
      Y caminamos entre la lluvia.



Corrimos con suerte y sólo nos detuvieron un par de veces preguntando por quién era yo. De camino a su hogar, una mujer se preocupó al escuchar de parte de mi rescatadora sobre cómo me había encontrado perdido en medio de la aldea, buscando un lugar para ocultarme de la lluvia. Le dijo y le insistió que no tendría problemas, pues conocía a mis padres desde que yo era más pequeño. Que ellos trabajaban cerca de la aldea, en donde se podía gozar de la protección de ésta. Entre otros, un rostro más detuvo a la señorita. Se trató del hombre que me había golpeado al final. No se había percatado de que estaba allí, explicándole a la joven que seguían buscando a ese repugnante hanyou. Ella insistió que detuvieran toda búsqueda, pues de seguro él ya habría escapado.
      Cuando por fin llegamos a su hogar soltó un resoplido de alivio. Dejó el impermeable colgado y me mostró que hiciera lo mismo. No le había visto con claridad antes, así que su cabello me asombró. Era blanco con mechones azules, lo cual le daba una tonalidad peculiar. Lo llevaba tan largo como para llegarle a la línea de la cintura, acomodado en una coleta. Su complexión la reveló como una joven de al menos dieciocho años. Ya al verme me volvió a sonreír, invitándome a pasar una vez que cerró la puerta.
      —Por lo regular no suele haber tanto jaleo en la aldea —empezó a decir, avanzando por un largo pasillo donde una puerta se ubicaba a la derecha—, aunque supongo que sabes por qué ahora lo hay.
      Agaché la cabeza, alargando un silencio incómodo. Ella se acercó y posó su mano en mi cabeza, agachándose para quedar a mi altura.
      —Esta tarde te vi muy malherido, mas ahora te veo libre de todo daño. Eso en parte me alivia, pero también me angustia un poco.
      Desde que entré intentaba hablar, pero no pude contener más todo lo que brotaba al ver su sonrisa llena de amabilidad. No pudiendo más, reventé en llanto nuevamente. Traté de decir algo, mas sólo me salieron gritos mezclados con balbuceos.
      —¡Gracias! —grité sorbiéndome la nariz en cuanto pude articular una palabra—. Usted... usted me ayudó y... la comida de antes... con su comida...
      Nada. Ni yo mismo comprendía lo que quería decir.
      —Ay niño —ella me tomó fuertemente, sobándome la espalda con lo que mi llanto se hizo más fuerte—. ¿Cómo te llamas?
      —Kenro —respondí entre gimoteos.
      —Así que Kenro —dijo para sí misma, apartándome de su pecho con suavidad—. Mucho gusto Kenro, mi nombre es Kamishirasawa Keine. Te he observado desde hace meses, aunque no pude hacer nada para ayudarte. Por mi posición en la aldea supe que te metería en mayores problemas si hacía algún movimiento inoportuno. Siempre le decía a la gente que mirase hacia a otro lado cuando te encontraban. Pero hoy ya no pude más. Tuve que actuar. Esos hombres que te golpearon dijeron que el niño ladrón al que desconocían, se trataba de un híbrido. Me advirtieron que no interviniera, dejándote a tu suerte, pues sabrían que no podrías huir con las heridas que te causaron. Encontré mi momento y quizá haya sido que los dioses nos dieron esta lluvia. Supe que tenía que acudir a ti.
      Mis lágrimas seguían, pero mis gimoteos ya sólo se vieron reducidos a un pequeño hipo impertinente que no podía hacer parar. El tono de desesperación que se apoderaba de su habla, la velocidad con la que expuso los hechos. A nada de eso pude tomarle el debido interés, al menos no tras escucharle decir algo que no entendí.
      —Señorita Keine —ella se sobresaltó, dándose cuenta de que no captaba ni la mitad de lo que decía. Sacudió la cabeza y ladeó esta en señal de que escuchaba —... ¿qué es un híbrido?
      Primero me vio un poco de incrédula, sin desbaratar esa sonrisa. Es hasta que se percató de que iba en serio, que decidió mantener la calma. Tomó mi mano, guiándome al interior de su hogar. Dejó que tomara asiento en un extenso sillón, moviéndose con rapidez al tomar unas tazas y platos. Hablaba mientras realizaba cada acción, hirviendo el agua, sacando comida de un recipiente entre otras tareas. No perdió tiempo ni la oportunidad para adentrarme al mundo en el que vivía y que desconocía.
      —Un híbrido. Bueno Kenro, es lo que eres tú. Pero descuida, no debes temer. Ni pensar que es algo malo. Yo te explicaré y te ayudaré, tienes mi palabra. De hecho, tengo una idea. ¿Te parece si tenemos una pequeña clase?
      —¿Clase? —pregunté asombrado— ¿Escuela?
      —Sí, eso mismo. Mira, para empezar, un híbrido es...
      Quisiera la suerte que ella me encontrase. Que bajo su cuidado aprendiera tanto sobre lo que desconocía, sobre mí y la naturaleza de mi esencia. No obstante esos días no durarían. Esa no era mi vida y pronto lo descubriría.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora