[Capítulo 06]

424 74 15
                                    

Vi su silueta moverse en la oscuridad, acercándose hacia la cabaña. Guiado por el instinto más que por decisión propia. Era esa criatura de pesadilla, con el rostro en donde ninguna facción se distinguía, ni siquiera el vestigio de lo que pudo ser. Sólo negrura. Mostraba un cuerpo maltrecho mismo que, si bien aparentaba ser humano, carecía de las características de uno. Un par de brazos huesudos y larguiruchos se aferraban en su camino al andar, incrustando unos dedos retorcidos por el suelo. Sus piernas, aunque frágiles de aspecto, le impulsaban con fuerza, haciéndole dar zancadas como un animal. Y allí estaba yo, viéndole acercarse a prisa con movimientos de una naturaleza indescriptible. Terribles alaridos escapaban con una voz desgarradora. Recuerdo la aflicción que causaba escucharle, como un centenar de agujas heladas clavándose en el centro del pecho. Y entonces, desperté.

 6
Liberosis. Segunda parte

Pasé la noche en vela, convenciéndome de que aquellas imágenes no eran más que una pesadilla. Aunque la realización de que me encontraba en una solitaria cabaña en medio de la montaña, con mis insidiosos temores e inseguridades haciéndome compañía, no ayudó mucho. Entonces allí no supe qué podría devolverme un poco de la seguridad que un sueño pudo arrebatarme. En mi pequeño espacio, lo poco a lo que pude recurrir fue reemplazarla de alguna manera. Con tan pocos métodos a mi alcance me quedó el exterior, por más extraño o contraproducente que pareciera. Mirar hacia la montaña y al bosque de cerca, ese prado y las colinas a lo lejos, su calma sorpresivamente me tranquilizó gratamente. Logrando serenar mi acelerado corazón al percatarme de que allí solamente estaba yo.
      Volviendo al momento con mi introducción al territorio tengu se habló respecto a lo que sería de mí y mis días como miembro honorario de su comunidad. Se acordó no celebrar ninguna clase de bienvenida compleja u ostentosa pues para empezar, no recibiría ni la más simple. Aun si lo di por hecho, lo repitieron. Sin embargo se pasaría la voz respecto a que un hanyou de mi naturaleza viviría en sus tierras por tiempo indefinido. Mis días de permanecer confinado dentro de esa pequeña cabaña estaban medidos. Contaba con Aya y Takeno para hacer correr la noticia de mi estadía y con ello poder empezar una vida diferente sin que mi cuello fuera el que peligrara.
      Lo que quedó de la tarde tuvimos una comida improvisada tras escuchar a mi estómago chillar en protesta. Fui el único que no lo encontró chistoso, mas los tres me calmaron y me alentaron a comer. Me cargaron de suministros y cuando el último saco se asentó, el trío se empezó a retirar.
      Aya tomó una foto de mi rostro antes de partir, sonriendo. Alegando que esta sería para la futura suerte. Momiji prometió estar allí mismo al día siguiente, así como Takeno imitando sus palabras antes de partir en una dirección diferente.
      La noche resultó pesada mas sólo por mis particularidades. Y para qué intentar ocultarlo si ya lo he dicho. No pude dormir.



—¿Cuántas horas dormiste? —preguntaba Takeno.
      —Mírale el rostro. Está claro que no pudo pegar los ojos ni cinco minutos.
      Sólo él rio. Momiji veía alrededor de la cabaña como si buscara algo.
      —Por supuesto. No es sencilla una transición como la que pasas ahora, Kenro. Tengas la edad que tengas.
      No me encontraba con mucha motivación para hablar, siendo que sólo me separé de la puerta murmurando lo que en principio debió de ser un saludo. Cuando volví al lugar donde intenté dormir, lo hice aplastado unas bolsas que Momiji dejó. Resultó ser tan cómodo que no pude evitar cerrar los ojos de manera inconsciente.
      —Deberías levantarte —dijo ella—. Las arrugarás.
      —O podría dormir encima de ellas, lo que le parezca mejor.
      Me costó quitarme lo espeso. Takeno tomó la iniciativa y empezó a buscar entre los fardos que dejaron para mí el día anterior, poniendo a hervir agua con la cual preparó una bebida que confundí con café. El color, aroma y sabor eran similares, aunque aquella bebida dejaba un regusto complejo de detallar. Al final me terminó despertando el sabor por el cual no pude darle un segundo trago.
      —Ya que despertaste deberías probártelas. Estoy segura de que di con tu talla.
      —¿Probármelas?
      —Oficialmente vives aquí —dijo Momiji sacando el contenido de las bolsas—, lo que significa que si piensas andarte por nuestras zonas, deberás lucir como un tengu pese a que no lo seas. Aya aún está acordando todos los detalles con los rangos superiores, pero mientras podemos iniciar con esto.
      No recuerdo haberme emocionado por aquel momento, mas es seguro que sonreía mientras mis manos desdoblaban las prendas que Momiji me llevó en esa ocasión. Ella me ayudó a disponer de cada pieza, doblándolas para hacerlas a un lado con el resto. Me enseñó cómo usarlas y cómo guardarlas, en qué sitios de la cabaña y hasta consejos sobre cómo lavarlas. Todo me lo repitió un par de veces, asegurándose de que lo recordara.
      Es posible que por la primera imagen que ella me dio es que esa acción desinteresada me fuera difícil de creer. No me quería hacer de una imagen de ella tan pronto, pero debo admitir que ésta iba encaminada a ser una intimidante.
      Me tardé un poco más por pedirle permiso para probarme la ropa. El atuendo era muy similar al que ella misma usaba, salvo que en vez de una falda, yo llevaba unos pantalones hakama. Entre las prendas además dispuso de una capa de viajero y un par de getas. Salí en cuanto pude pararme sin caerme, sosteniéndome de las paredes.
      —Míralo —apuntó Takeno—. Pasando por alto que es mitad tigre los demás se convencerían de que es tu hermano pequeño.
      —Hace falta más que un poco de ropa para poder buscarle parentesco a alguien —respondió con una sonrisa—. De este modo será más fácil explicarle al resto que lo vea el motivo de su estadía con nosotros.
      —Así que planeabas llevártelo con tu escuadra a él también.
      —Sí, eso pensaba hacer. ¿Algún inconveniente?
      —Es oportuno, además de beneficioso para los dos —dijo Takeno—. Pero no te lo llevarás. Pienso que es más prudente esperar por las noticias de Aya o las mías, saber que es seguro llevarlo más allá de este punto.
      Hubo silencio entre ambos. No comprendía de qué hablaban o al menos el tema que buscaba tratar Momiji, pero resultó ser simple. Que viviera allí desde ese día era una cosa, pero el hacerlo despreocupadamente era algo totalmente diferente. En algo debía ser útil y si no era así, caía en ellos, quienes estaban a cargo de mí que fuese lo contrario.
      —Se pierde de una oportunidad quedándose aquí —dijo ella.
      —Gana una mayor al hacerlo —contestó él—. Lo verás con el tiempo, Momiji. Yo no tuve quien pudiera enseñarme, mas él no debe pasar por lo mismo —me miró—. Como híbrido lo comprenderás. Vamos, se acabaron las visitas.
      Podría decir que fue entonces que mi vida empezaba.



Takeno sabía que para que Momiji pudiera ir a dejarme todos esos cambios de ropa tuvo que haberse dado el lujo de faltar momentáneamente a su labor como guardiana de la montaña. Al estar al mando del grupo conocido como los Hoja Roja podía hacerse la vista gorda. Es por eso que al ver que no iría con ella, terminó retirándose, prometiendo que regresaría de visita a la pequeña cabaña. Según ella, como la líder se lo podía permitir.
      —No te creerías su edad —dijo en cuanto ella se alejó—. Pero más importante, ¿cuál es la tuya?
      —Doce —respondí—. No me vayas a decir pequeño.
      No esperó mi comentario, lo cual le hizo soltar una carcajada exagerada. Comencé a enfadarme.
      —No era mi intención usar tu edad como algo para echarte en cara —se detuvo y pensó—. Tampoco tu estatura.
      La cara se me puso roja de lo molesto. Era consciente de mi estatura, pero traía una fijación por ésta en especial. Me causaba tremendo fastidio el hecho que de todos los otros niños que conocí en situación de calle o jóvenes con un hogar, yo fuera el más bajo de todos. Incluso la pequeña Reimu me superaba por una mano entera y en la aldea si me podía ocultar con facilidad, era por mi estatura.
      —Lo que quiero decir es que tienes tiempo por delante para aprender lo que te define como un híbrido.
      —Sé lo que soy —agregué de inmediato—. Keine me dijo todo lo que ella sabe sobre los híbridos.
      —Por supuesto. Te introdujo a parte de sus conocimientos sobre lo que eres, como humano y como bestia. Pero tómalo como lo que es, una introducción. Lo que yo te enseñaré irá más allá de eso. Un tipo de conocimiento que pocos como tú o como yo pueden tener a su alcance.
      Por supuesto. No comprendí lo complicado que sería de aceptar. Y es que desde el momento en que la esencia youkai surgió en mí, siempre me sentí como el de todos los días. Con el tiempo fluyendo, los únicos cambios que podía presenciar eran aquellos ligados a lo físico. Los principales habían sido mi visión en la oscuridad y mi oído agudizándose más allá de los límites humanos. Y sólo si me centraba en ello. Ya que se trataban de aspectos mínimos, jamás les presté la debida atención como un verdadero cambio y por eso, no entendía cuál era la insistencia y el extremo de haberme dado caza.
      —Ante todo, he de admitir que es inusual ver la manifestación de un tigre youkai. En especial en forma de un híbrido y sin rayas. Como mitad tengu conozco mis límites y fortalezas. Pero un tigre...
      —No me digas raro —repliqué.
      —Yo no pensé eso —suspiró—. Y de haberlo hecho no te lo diría. Pero Kenro, muchos youkai tienen grandes similitudes con inclusive los humanos, pudiendo una de estas ser su aspecto físico. Sin diferencias resaltantes. Pero bien, son totalmente diferentes. Comparándolo con una bestia, el humano es listo y astuto. La bestia sigue su instinto y es poderosa. Estas fortalezas marcan una vital diferencia entre los humanos comunes y las bestias ordinarias.
      —No entiendo —solté, mirándole fijamente.
      Takeno contuvo el aliento, sin mudar la expresión.
      —Imagina juntar las virtudes y defectos de ambas partes. No como mitades, sino que como completos.
      —Sigo sin entenderlo.
      Soltó aire por la nariz mas no desesperó.
      —Lo que es un humano con ese instinto perdido, con ese poder en sus manos, es lo mismo que una bestia con ese intelecto y astucia de su lado. Pero el humano es débil, así como la bestia es tonta.
      —Suenas como Keine —comenté, dejando en evidencia que de hecho no le prestaba atención.
       —Tal vez —dijo—. Es posible que se me pegara un poco de ella cuando me hablaba sobre cómo se haría cargo de los pequeños de la aldea; pero Kenro, ¿entiendes a lo que me refiero?
       —Entiendo tus palabras pero no lo que quieres decir.
       —Ya. Figuré que eso pasaría.
      Permaneció pensativo unos instantes, colocando una mano en mi cabeza para hacerme girar y echar a andar hacia otro lado. Al final chasqueó los dedos.
      —De acuerdo. Tu primera lección será comprender.
      —¿El qué?
      —Comprender cada parte en ti. A las mitades de tu esencia. La forma en que estas se afectan la una a la otra y al mismo tiempo, superar esa separación para convertirte en un ser entero. En un híbrido.



Era un hecho que serían días por completo distintos a los que alguna vez reconocí. Pero es importante llame a este punto como uno sin retorno. Cada mañana Takeno llegaba a primera hora, llevando consigo algo para comer. A veces sólo llevaba verduras, otras veces hongos mas nunca carne. Esto no lo hacía con la intención de que comiéramos en sí, sino con la de enseñarme sobre lo que podía tomar de la montaña para así abastecerme cuando lo necesitase. Aprendí a diferenciar todo lo que podía tomar del suelo y que literalmente podía meterme a la boca sin acabar envenenado.
      Sus enseñanzas principales se basaron en adiestrarme en la localización de alimento, dejándome a veces sin piza de algo para comer. Esperando a que sobreviviera por mi cuenta. Mencionó que varios tengu de alrededor de mi edad solían cazar por sí mismos e incluso, competían entre ellos.
      Pero bien por mi complexión y costumbres, hasta un conejo silvestre habría sido una presa demasiado dura para mí. Tiernos y adorables, sí. Pero a veces la gente ignora que aquellas bolas de pelo son capaces de morder. Y que lo harán.
      Cazar a un animal más grande lo vimos imposible.
      Y quizás él no quisiera reconocer el mérito, pero yo sentí gran orgullo cuando encontré un lago en el cual pude recurrir a la pesca. Jamás en la vida lo había hecho, mas pronto descubrí que no se me daba del todo mal. El primer pez se me escapó y lo mismo sucedió con el segundo, tercero además del cuarto. La frustración que causó que cada uno se liberara de la línea ayudó a que me hiciera de uno tarde o temprano.
      Fue sólo uno, pero bastó para alimentarme por un día entero y parte del segundo. Odiaba el caldo de pescado, pero entonces lo hallé como una delicia poder comerlo con arroz por las noches.
      Era gratificante pensar que podría encontrar un ritmo pasadas unas semanas del inicio. Y aun si Takeno no lo vio como una victoria, me felicitó con un saco entero de papas a la vez que me incitaba a seguir adelante. A mejorar. Me alentó a seguir recolectando y cazando, que siguiera con el ritmo para que con mis avances, recibiera mejores recompensas que solo papas.
      Durante aquel periodo de tiempo Aya se apareció sin anunciarse, haciendo aviso de que en la villa ya se hablaba sobre que formaría parte del territorio tengu. Lo que me daba la posibilidad de expandir mis zonas de caza y recolecta. Gané acceso a la comunidad, aunque realmente no me asomara más allá del interior del Bastión de los Vientos. Los muros, o el vestigio de estos, delimitaban hasta donde me atrevía a cruzar.
      Decidí dejar que se acostumbraran a mí.
      Los días fueron extensos y difíciles, aunque siempre buscaba algo con que ocuparme. De modo que al menos nunca estuve aburrido. Contaba con las visitas esporádicas de Aya y Momiji, lo que me hizo notar que podía dar un paso inicial a cazar tal y como Takeno me continuaba alentando. Pescar me abastecía con el alimento necesario, aunque ya estaba hastiado del pescado. Y el caldo. Sin mencionar que el agua de los lagos se congelaría con el invierno.
      El día en que ya no pude soportar el pescado no supe si atribuírselo a lo repetitivo de mi rutina o a mi esencia youkai. Aunque era verdad que un extraño instinto me gritaba que buscara algo más sustancioso.
      No me lancé a la intemperie esperando tener suerte. Vaya historia de haber sido esa la manera en que ocurrió. Decir que mi lado youkai tomó toda razón en mí, haciéndome adentrarme a la naturaleza como un cazador nato, saliendo victorioso sin más. Pero no, no fue así.
      Takeno me había instruido en diferentes conocimientos además de la recolecta. Sabía cómo elaborar trampas sencillas, las cuales solía repetir en mis ratos libres los cuales fueron abundantes. Las montaba y desarmaba cuantas veces fueran necesarias. Con el tiempo gané la práctica y facilidad para armarlas tan rápido como para irlas dejando en mi camino de ser necesario. Y lo haría.
      Salí durante una mañana y me encaminé al bosque cercano con un cuchillo, soga y un saco en los hombros. Lo demás me lo daría la naturaleza.
      Dentro del bosque y entre sus claros desconocí el flujo del tiempo. Pasé horas distribuyendo las trampas conforme recolectaba alimento y usaba el mismo esparcido entre estas por el suelo de hojas y ramas. Acabé durmiéndome entre las ramas de un árbol al que me trepé para no perder de vista el tramo hacia un par de trampas.
      Cuando la luz que se filtraba entre las copas empezó a amainar, el chillido de un animal fue lo que me despertó.
      Funcionó. Había conseguido atrapar algo. Bajé a toda prisa al suelo, entusiasmado por ver eso que cayó. Me llevé una gran sorpresa encontrar a un pequeño ciervo alzado por una de sus patas traseras. El pobre animal se zarandeaba como loco tan pronto como me miró, bramando al intentar hacer que sus patas tocaran el suelo, sacando la lengua y dejando su cuerpo lánguido del cansancio. Sabiendo que aquel era su final.
      No alargaré innecesariamente esta pequeña derrota. Dejé ir a aquel animal al contemplar que sin importar cuánto lo intentase, no sería capaz de matarlo. Me había roto el corazón verlo aceptando el resultado de un juego perdido. Verlo y encontrar a uno más a lo lejos, aguardando por mi decisión. Fue terrible. Corté la soga que le ataba, pisando el suelo con fuerza para que huyera de allí. El pequeño corrió hasta reunirse con el otro y sin ver hacia atrás, ambos huyeron.



—Repítelo —decía Takeno, furioso—. ¿Por qué lo dejaste escapar?
      —No pude —respondí aterrado.
      Me esperaba en la cabaña. Takeno llevaba una expresión severa, de decepción e ira, con la cual me vio llegar. No dejó pasar ni un segundo para casi saltarme encima, cambiando el amable timbre de su voz por uno intimidante.
      Por supuesto que lo había visto.
      —¿Y por qué no pudiste hacerlo?
      —No sé —contesté evitando su mirada.
      —Así que matar es difícil —me espetó. Temblé encogiéndome en llanto—. Pero adivina qué, niño. Antes mataste a docenas de peces sin detenerte a pensarlo. ¿Es que para ti su existencia significa menos?
      —No... no es lo mismo.
      —Claro, no lo es. El pez no podía verte a la cara mientras le cortabas la cabeza o lo azotabas contra las rocas. Eso es, esa es la gran diferencia.
      Gruñó. Entonces la expresión austera que recibí de su parte fue más que bien merecida. No había nada que pudiera haber dicho para resolver mi error, pues lo reconocía. Supe que haber dejado ir a ambos animales fue un paso más para poder sentir los contornos de mi estómago. Había dejado la recolecta en las trampas, las cuales no había desarmado. Traté de no pensar en cualquier otro animal atrapado en estas, además de que lo único que disponía como alimento era un saco de arroz casi vacío.
      —Discúlpame, es que...
      —Es nada —replicó, hundiéndome un dedo en el pecho—. He soportado ver cómo te contienes durante meses, pero he tenido suficiente. Si no quieres aprender yo no te enseñaré.
      Terminó retirándose de la cabaña en plena noche. No creí que verlo marcharse con esa expresión furibunda aterrara tanto, pero lo hizo. Él tenía razón y como en todo, la verdad pesa. Esa noche la empecé terrible. Comí un puño de arroz, lo cual no se trataba de una porción adecuada dado el tamaño de mis manos entonces. Esperé a que el agua hirviera para echarlo a la olla con la esperanza de apaciguar el hambre que ya empezaba a apoderarse de mí.
      Conforme vi el agua burbujear, me percaté de que ese puño de arroz no me serviría en lo mínimo. El hambre gritaba por más. Lo hacía desde semanas atrás.
      Empecé a temblar al mirar hacia unas horas atrás, a mi propia incompetencia cuando sin poder soportarlo, tiré la olla hacia un lado. ¿Hasta dónde dejaría avanzar al hambre para que tomara el control nuevamente? Como aquella vez en la aldea, cuando mi esencia youkai emergió. Si lo permitía, empezaría a tomar decisiones irracionales una vez más.
      Pero existía una diferencia.
      Aquella noche salí con solamente mi cuchillo. Fui armado de un poco de ingenio y hambre. Me adentré al bosque con una nueva resolución, permaneciendo allí hasta ver el amanecer con otro color.



—Dicen que cuando es controlada por el hambre, hasta el instinto de la bestia más mansa y pequeña despertará. He escuchado que es lo mismo con algunos humanos, que de seguir sus instintos, consiguen algo que sólo los animales pueden lograr. No lo sé, me parece que les gusta adornar las palabras. En realidad no es nada extraordinario.
      —¿Estás aquí para regañarme otra vez?
      Observaba a Takeno desde la rama más baja de un árbol, en un refugio improvisado de último minuto.
      La noche había sido como pocas. Al adentrarme al bosque revisé cada una de las trampas que dejé, desarmándolas y cambiándolas de lugar conforme avanzaba. Corrí con suerte y conseguí atrapar un ciervo diferente. Quizá, todos se veían iguales, mas este iba por allá solo. No fue más sencillo ni me produjo menor remordimiento saber lo que hacía, pero no me contuve. Tomé el cuchillo y puede que todo el bosque me escuchara agradecerle a la tierra en nombre del animal por su sacrificio, de lo que su vida significaba para mí. Me sentí afortunado de haber necesitado un solo tajo.
      Me lastimé los brazos cortando la carne, así como me pelé los codos y rodillas subiendo el árbol. No sólo eso, pues igual me había sacado ampollas tratando de encender el fuego para cocinar la carne. Pero al final pude llevarme esta a lo alto para comerla despreocupado.
      Intenté comer esta cruda, pero le encontré un sabor tan desagradable que no supe cómo lo había logrado hacer antes. No quise desperdiciar la carne y supe que no la podría llevarla tan fácilmente, de modo que cociné toda la que pude.
      —¿Te lo comiste entero? —preguntó entre asombrado y divertido.
      —Te guardé un poco —respondí, arrojándole un trozo. Aproveché para bajar también.
      —No es exactamente un desayuno gourmet. ¿Fue fácil?
      —No, para nada.
      —Excelente —dijo—. Entonces ya podemos regresar.
      En el camino de regreso Takeno habló sobre la lección que en un inicio no comprendía. La mencionó ya no como algo serio y en vez, la trató con un timbre casual. En ese último día me percaté de que era más sencillo. Me sentí ligeramente inútil, como si todo ese proceso no hubiera sido relevante o necesario.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora