[Capítulo 63]

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Nada que haya sido roto regresará a ser lo que fue. Ni siquiera el oro o la plata negarán la forma que obra detrás de sus grietas. Se resiente en su silueta, agravada por lo que ya no es. El orden y la locura rigen y entrelazan el mismo concepto. Una vez roto, roto se quedará. Sin embargo, una nueva forma nacerá.

63 
Elogio a la locura

El Aspecto de la Locura era uno con mi madre. Jamás podríamos deshacer el daño que este le causó. Curarla sin otro sentido habría ocasionado efectos irremediables sobre ella. Aun en su estado del día a día, continuaba siendo movida por una razón y propósitos, los cuales lentamente fueron influenciados por el mismo aspecto. En algún momento este empezó a ser su vida. Borrar los errores, heridas y cicatrices que dejaron cada una de las acciones tras mi partida, la habrían convertido en una persona enteramente distinta. En el peor caso, cada uno de sus recuerdos alterarían quien debía ser. Así es que, ¿cómo lo cambiaba mi deseo? Tras escuchar a Saiko mencionar sus historias y las de otros autores, de hablar sobre Lovecraft y las pesadillas que plagaban su vida, fue que la realización llegó como si siempre hubiese estado allí. Tal vez indiferente a su propia locura o inconsciente de esta, aceptó la visión que halló en sus sueños como una en sincronía con aquella que forjó de su vida diaria. Pasiones, estigmas e incluso el odio. La hizo suya, parte de su todo. Y bien, estos hechos no consiguieron resaltar del todo, de no haber sido por las palabras que mi hermana mencionó tan inocentemente.

"...Siempre he creído que a todos los escritores nos aqueja alguna clase de locura".

Ahí descansaba la forma de mi deseo. Como fueron aquellas pesadillas, para mi madre yo era un ser primigenio. Me veía y encontraba en sus sueños, abatida al ser despojada a la realidad en donde yo ya no estaba. Ese es el detalle. No debía curarla, alterarla o cambiarla. Tenía que ser el catalizador que la guiara en aceptar lo que fue y entonces era. Esa parte que a pesar de ser dañada hasta romperse, era suya.

Aunque Efuruto replicara su poder curativo en mí, así como el conocimiento de este, igual me habló a detalle sobre la forma de blandirlo. Podía considerarlo una copia perfecta. Era capaz de curar cualquier dolencia, enfermedad y herida por grave que fuera. La enorme diferencia entonces era que mi vínculo a la magia se encontraba ligado a ella, así como no tendría efecto sobre nadie que no fuera mi mamá. Una vez que cumpliera el cometido que me había propuesto, esa conexión desaparecería como si nunca me hubiera pertenecido. Todo conocimiento se esfumaría. Ese detalle me intrigaba profundamente. La información se encontraba arraigada en lo más profundo de mi subconsciente, emergiendo a la superficie cuando lo evocaba, provocándome una placentera lucidez de que era mío. Al irse, sólo quedaría la sensación de que alguna vez lo tuve y que conocí sus secretos.

Pero difícilmente le di importancia.

Ella me esperaba paciente en la misma habitación, delante del escritorio y la silla vacía. Cada sesión intentaba no pensar que durante aquellos días, no había hecho más que entablar una conversación predestinada. Como si hablara con una muñeca quien me daba las mismas respuestas en cuanto halaba el hilo.

"El día de hoy me gustaría probar una nueva actividad. Por supuesto, si está de acuerdo, señora Kamigo".

"Estaría encantada, Saigyouji-san".

Cada visita delineó con cuidado la realidad que evitaba afrontar. No hallaría la silueta de su ser dibujándose en ningún lugar. Detrás de las formalidades, recibía las mismas respuestas entre palabras y reacciones. Todas y cada una, sin excepción, deletreaban la figura que resaltaba sin que yo tuviera que señalarla, una que difería de la que yo conocía. No era más que una fachada, un caparazón, una mentira que hacía mucho perdió su utilidad. Y aun así, era necesaria para sostenerse a sí misma de algún modo.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora