Para despedirse del templo Moriya hizo falta de un día completo, pues además de recuperarme del festejo en donde bebimos y comimos sin arrepentimientos, el clima decidió dar un giro impredecible, soltando un tremendo aguacero sobre la montaña. El que ocurriera fue tan inesperado como la fuerza con la que azotó a la tierra, provocando gran alboroto y un ruido casi ensordecedor.
Aprendí un poco más ese día siendo testigo de la afinidad elemental sobre el agua que Suwako realizó para apartar la lluvia del templo, previniendo que se formaran goteras a causa de la fuerza con la que azotó el agua. También pedí un mapa para bajar desde la cima de la montaña pues supe que debía de ser especialmente cauteloso de no adentrarme ni un centímetro al territorio de los tengu por equivocación. No me soltarían por más que les insistiera que aquello fuese un error.
Tras la despedida del templo me dirigí hacia Mokou con quien aprendería el dominio del fuego; sin embargo, ¿qué sentido tiene contar una historia así? Este momento, el ahora y lo que hay aquí, es el final.
O lo contrario, como dirían algunos.
24
Después de; antes queFui afortunado al recibir aquel mapa con el cual pese que volviera el viaje más largo, me llevaría a salvo hasta el pie de la montaña. Contrario al primer descenso que tuve tiempo atrás el de entonces fue tardado y con un par de problemas a lo largo del recorrido. El primer inconveniente no fue un problema en sí, pues me topé —o fui encontrado en mejores palabras— con una deidad del infortunio.
«¡Debes dejar este lugar! ¡Es peligroso!»
La deidad a quien identifiqué erróneamente como una joven, alguna clase de guardiana de la montaña, atacó mas no con la intención de herirme. Una serie de proyectiles rojizos volaron en mi dirección, aunque ninguno con un blanco fijo el cual representara peligro inminente. Ya al saber que no me prendería en llamas por cualquier fuente de daño bastó con dar un par de pasos alejado de su blanco para que cada uno fuera inofensivo. Conforme se acercó detecté algo distinto y la imagen de una joven se terminó por desplomar con su mera presencia. Fue imposible ignorar el terrible hedor, pese a que no tuviera un aroma como tal, que desprendía. Uno que me indicó mal augurio. Paré en seco sin moverme, un tanto atónito al no saber qué ocurriría después con la chica.
«¡Debes...! Tú... usted no... no es humano»
«Y tampoco estoy perdido»
Miró con curiosidad el mapa que llevaba, primero incrédula y luego estupefacta, dando la impresión de que algo le hubiera movido el mundo entero. Creí que fue por ver mi ojo violeta o quizá por el otro, cuya tonalidad lentamente desaparecería hasta alcanzar el momento en que se emparejaría con el otro. Lo cierto es que no se trataba de nada de eso. Algo captó su atención muy por encima de esos detalles los cuales bien pasaron desapercibidos por ella.
Kagiyama Hina, como se presentó, me ofreció sus más sinceras disculpas por la falta de respeto la cual fue atacarme así haya sido con buena intención. Explicó que su trabajo no oficial y que no hacía falta reconocer se trataba de ahuyentar a los humanos perdidos.
«Aunque claramente usted no es uno de ellos. Quiero pedirle disculpas nuevamente por la confusión»
«No hay problema. Usted quiere ayudar, aunque no muchos lo aprecien»
Alejar a los humanos de una montaña que no era sino peligro para ellos sonaría como una idea descabellada, concebida por un orate. Pero bien esas eran las personas con las que Hina lidiaba. No todo es miel y azúcar para los humanos y es cierto que muchos problemas no se pueden solucionar con buena actitud y disposición. Hina estaba allí para ello, para ser algo así como el contenedor de ese infortunio, alguien que sin más lo tomara y librase a los demás de sus días de pesares y penas. Al irle escuchando pensé que ella se trataba de alguien muy amable, de fácil malinterpretación y con nobles intenciones que no buscaba reconocimiento de nadie.
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[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.
Fanfiction[東方] 𝐇𝐚𝐧𝐲𝐨𝐮 𝐧𝐨 𝐦𝐨𝐧𝐨𝐠𝐚𝐭𝐚𝐫𝐢: 𝐉𝐢𝐧𝐬𝐞𝐢 𝐧𝐨 𝐡𝐢𝐛𝐢𝐤𝐢. Soñé con la luna y el filo de su figura, con el aroma de las flores y el sereno de las mañanas. Conocía el nombre de la oscuridad. La llamaba y ella acudía a mí. Su nombre...