[Capítulo 62]

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Nos imponemos sueños con el afán de atisbar algo en estos. Ilusiones, visiones y objetivos. Fuera del nombre que les demos, los buscamos para llamar eso que encontramos distante de nosotros. Y contrario a lo que se cree, estos nos dan una importante perspectiva de la realidad y nuestra propia fantasía. Lucidez y engaño. Contaba con ambas cosas, además de una buena dosis de realidad. Había aguardado tanto para poder presenciar la escena que entonces se desplegaba delante de mí. Habría dado tanto, vehemente, con tal de estar allí de pie en el mismo lugar, sin saber cuánto estaba dispuesto a perder por sólo poder conservar un momento. Nuestras vidas cambiaron. Sentí la traición de mis propias intenciones.

62
Sátira a la razón

Reconocía aquella habitación. No como lo que era en sí, sino que la había imaginado infinidad de veces, a través de los años, con una intensidad intermitente la cual en vez de cegarme con su promesa, ya sólo me distraía de vez en cuando al posar la mirada en su destello. La imagen que tantas veces vi cambiar se intercalaba recalcando los pequeños fragmentos de aquel escenario, envolviéndome de la nostalgia por algo que jamás había tomado lugar. Pero allí había un elemento distinto, imprevisto pese a las advertencias.

Su mirada era incapaz de evidenciar eso que cursaba por sus pensamientos, dejando a la habitación desprovista del latido inherente del plano material. Con ella de por medio tras puertas cerradas, más allá de la semejanza de su imagen, le profería a la habitación una naturaleza acorde a esa del mundo espiritual. Fría y misteriosa. La reminiscencia de su mirada, los fragmentos que ya sólo dejaban los restos de lo que pudo haber sido, cargaban con el peso de un error irremediable.

Los espíritus que la seguían continuaban revoloteando alrededor de la habitación, guardando distancia de su persona. Era evidente que mantenía cierto control sobre el legado Norikiyo, y que pese a su estado, era capaz de verlos aún. Cada vez que uno se le acercaba, ella lo miraba distraídamente, sin perderlo de vista y siguiéndolo con los ojos hasta que se alejaba de su campo de visión. Fijarme en tan pequeña escena hizo que notara un hecho que encontré inusual. Yo que había habitado Gensokyo por gran parte de mi vida, poseía la percepción de la que las personas del mundo humano carecían, esa que me permitía interactuar con los youkai y espíritus. Mi madre quién había despertado la manipulación espiritual a temprana edad, también era capaz de hacerlo; no obstante, tenerlo presente ocasionó que un inconveniente saltara a escena.

«¿Controlaba a los espíritus, o estos la seguían?»

Efuruto era la clave para curarla. Comprender lo que sucedía en su cabeza ayudaría a crear el deseo que la sanaría sin que la magia inmaterial ocasionara estragos en su interior. Para ello, era vital que leyera sus pensamientos. Pero si controlaba a los espíritus, sería imposible. Por supuesto, reescribir mi control sobre el suyo era la solución al problema. Pero corría el riesgo de que mi madre se percatara de ello. Si de pronto ella encontraba que los espíritus ya no la seguían como hasta entonces, quizás ocurriera que desconfiara en la presencia del extraño a quien recién conocía. Que lo tomara como alguien que no fuera de fiar. Aunque realmente que confiara en mí o no, no conservaba relevancia significativa delante de la magia inmaterial. El resultado estaba allí esperando, convirtiendo al método en algo irrelevante, lo que hacía de la situación en nuestra mejor posición. Haberle sacado una respuesta por la fuerza habría dado lo mismo que siendo cuidadosos. Lo único que me detenía, era el recuerdo de que ella no era sólo otra decisión.

Y Efuruto lo sabía.

—El gusto es mío, señora Kamigo —saludé, inclinándome ligeramente al frente—. Soy Saigyouji Ankou, espero con ansias que podamos trabajar sin inconvenientes y conocernos mejor.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora