[Capítulo 64]

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Una buena vida es aquella que camina hacia la seguridad de su muerte con el candor de una memoria futura.
—Kamigo Sanna.

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Storge

Cómo era posible que hasta sin escucharlo en virtud de su ausencia, maldijera el impertinente ruido de las manecillas de un reloj inexistente. Era como si cada segundo, insolente, partiera sin el menor reparo al hallarme entre sus brazos, seguro de que salvo al tiempo mismo, nada existía errado en el mundo. Pero conocía otra verdad. Sería inevitable que ya al tenerla de regreso, aun así, la perdiera. A ella no parecía importarle. No sabía si a mis lágrimas las causaba ello o, por otro lado, el momento allí, envuelto por esa calidez familiar, del tacto de una caricia tierna y preocupada con la que me estremecía a la vez que me serenaba. Lo sabía, ella tan sólo podía presentirlo. Era algo sencillo, correcto y sin tener que decirlo, tal y como debía de ser.



A la noticia de su recuperación le acompañó un surgir de emociones encontradas. Incluso Efuruto no pudo o intentó contenerse al ver la escena de nuestra familia volviendo a unirse. También hubo más lágrimas, aunque ninguna que fuera injusta o a la que no le acompañara un sentimiento adecuado y necesario. El momento transitó rápidamente a convertirse en un festejo, el cual, por decisión implícita, aceptamos. Ninguno tuvo intención de refutar la iniciativa de Efuruto, de disponer toda clase de alimentos y bebidas para darle una nueva bienvenida a la familia a mi mamá. Quisiera decir que fue inesperado, pero tras días de relatar los eventos de mi vida, no me quedó mucho más que escuchar a los demás con bebida en mano y una sonrisa en el rostro. Por primera vez desde hacía mucho se hablaba de promesas sin el temor a esconderlas al verlas volverse mentiras. Un hubiera y un esquivo ojalá, formaban parte de un pasado que al fin podía dejarse ir. Lo que quedaba en sus vidas, era ver por delante. Seguros de que, desde ese momento, todo sería justo.

Casi todo.

—Pronto volveré a Hakugyokurou.

Incluso ahora no creo que hubiera habido modo discreto de haberlo dicho. Mi ausencia del mundo espiritual la había prolongado por más de lo que esperé en un inicio. Mi deber con la mansión y con Yuyuko-sama, eran mi prioridad. Lo que, tras un mes de mi partida, no tenía idea de cómo remediar. Ciertamente tenía conmigo nuevas historias y con ellas indicios de secretos antiguos que nadie habría pensado en poder desvelar, así como respuestas a otros que ni siquiera conocíamos.

No era un remedio, pero apostaba a que podría aliviar el impacto de todo lo sucedido si me explicaba desde el comienzo. Estaba ansioso por regresar y saber cuáles serían sus reacciones por todo lo que habíamos descubierto Efuruto y yo acerca de nuestra familia y legado.

Dicho eso, sin embargo, no podía irme sencillamente así. Después de lo que hice, de que volviera a la familia, partir me pesaba tanto como esa ausencia y palabras cortas con las que había llegado.

La imagen de ellos conversando como si los años de silencio hubieran sido algo meramente simbólico, pasajero como un recuerdo irrelevante, me hizo recordar lo mucho que sin importar cuánto lo hubiera querido en el pasado, desde aquel incidente en donde fui llevado a Gensokyo, aquel ya no podía ser mi hogar.

Saiko parecía ser aquella chiquilla atlética y llena de energía que alguna vez fue, charlando sin contenerse de todo lo que haría en el futuro. Las pláticas de deportes y amigos con quienes los practicaba, entonces las sustituían sus historias y los relatos sobre las editoriales que se peleaban por sus obras. De viajes que planearía y los hoteles a los que ella invitaría. Mis padres por otro lado apenas habían intercambiado palabras, sólo las necesarias que el silencio endulzaba. El contacto de sus manos y la misma sonrisa reflejándose en el rostro de ambos, decía que eso bastaba por el momento.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora