Desconocía todo respecto al lugar al que nos dirigíamos puesto que más allá de su nombre, aquello que pudiera ocultar me era por completo un misterio. Aquel sitio del cual se contaban historias por las noches se avistaba desde la aldea y aunque la cima fuera algo inalcanzable a la vista, se contaba que ésta se alzaba desafiando a los cielos. Esas fueron la clase de historias que durante mis días en las calles escuché, formando una imagen por demás abstracta sobre la Montaña Youkai. Se contaba sobre gente adentrándose para no regresar, de seres cuya presencia es de temer y demás fruslerías que con el miedo y lo desconocido se arraigan. Entre todo, la montaña no era un sitio apto para los humanos.
Lo cual en parte me intrigaba ya que después de todo, yo no lo era.4
El Bastión de los VientosLa seguridad que encontraba con la compañía de Mokou aligeró mi paso, permitiéndome andar pese a lo que se dejó atrás. Aunque no quisiera miraba hacia aquel lugar. Sin encontrar la silueta de la aldea o sus luces. Y cómo iba a ser, si llevábamos horas caminando sin detenernos salvo para confirmar que sí, nos dirigíamos rumbo al norte.
Ella mientras tanto procuró que no hubiera demasiado silencio. Tal vez no fuera adepta en la enseñanza así como era Keine, pero hizo un genuino intento por explicarlo los aspectos de la montaña. Dijo que esta había sido habitada originalmente por los oni, quienes mantuvieron como sus subordinados a los kappa y los tengu. Quienes al hallar que los mismos oni se desplazaban hacia otras tierras, tomaron la montaña como suya. Los hechos exponían que la montaña jamás había sido habitada por humanos. Aseguró que en el pasado o el presente, quienes se adentraban a la montaña lo hacían buscando un fin.
En ningún momento lidiamos con nada de lo que se nos había advertido, teniendo en nuestras manos un viaje nocturno en donde pequeñas hadas volaban a lo lejos. Si nos vieron o no les interesamos, igual no le di importancia. Decidí que así lo prefería.
—Hasta aquí llego yo —mencionó Mokou.
Habíamos llegado al territorio indicado dentro de la montaña. El terreno cambiaba desde ese punto, encontrando hileras de árboles de una especie en específico. Lo que aparentaba tratarse de una zona de crecimiento o una granja de árboles, era una señal. Si prestabas atención notabas que estos habían sido sembrados en posiciones exactas, entrelazando sus ramas unas con otras. Formando una red gigantesca entre sus copas. La luz que se filtraba apenas si dejaba ver el suelo con excepción de ciertos claros dentro del mismo bosque.
—Desde este punto empieza otra zona —dijo y miró hacia lo alto—. No puedo acompañarte por este tramo aunque quisiera, te terminaría perjudicando. Lo lamento.
Ella me miró. No pidió una respuesta de mi parte.
—Sabes lo que debes esperar cuando te encuentren—agregó mientras se agachaba, explicando cuidadosamente—. No te atacarán si tú no les das una razón para hacerlo. No se fijarán en tu edad, en especial cuando descubran que eres un híbrido. Eso los pondrá alerta y dependiendo del número, es que tu situación podría variar. Si son muchos te harán preguntas e inclusive se repetirán. Son tercos, orgullosos y no querrás fastidiarlos en tu posición, de modo que ni se te ocurra corregirlos. Si es uno, es posible que te lleve a un grupo o intente intimidarte.
—Si la encuentro...
—Cuando la encuentres —me interrumpió—, te irá mejor. Te lo prometo —rio—. Yo debería volver ya, la gente de la aldea empezará a sospechar. Ya estoy deseando verte cuando regreses. Ella te esperará, tigre.
Agitó un puño convencida, dándome un pequeño empujón. Sin palabras de más se dio la vuelta y me miró una última vez. Se marchó. Lo último que vi de ella fue su cabello blanco perdiéndose en la distancia y sea necedad o tristeza, por impotencia o el hecho de que todavía era un niño, es que me quedé mirando en su dirección con la vaga esperanza de verle volver. No sé qué es lo que hubiera hecho de haber sido el caso, pero recuerdo que lo deseé con hasta el último gramo de mi cuerpo. A mi espalda me esperaba un camino de pesadilla el cual no tenía otra opción sino el de recorrer.
Conforme avanzaba los árboles se empezaban a verse todos iguales, comprendiendo que la razón de ser de estos es que se dispusieron para confundir a quien osara allanar ese territorio. En mi caso usé el viento como referencia, moviéndome hacia donde iba durante aquella noche, siempre hacia adelante. Aunque no ayudó a calmarme pues quizás uno de mis mayores miedos es que en ese instante por dondequiera que mirase, no hallaba sitio en el cual pudiera ocultarme. Era la presa perfecta, pues incluso con tanto árbol rodeándome, me veía en la incapacidad de trepar alguno debido a mis carentes habilidades físicas. De lo poco con lo que contaba, nada me servía.
Por si fuera poco los sentidos empezaron a traicionarme. No es que me fallaran, sino que en plena noche estos se agudizaron de un modo que jamás pude experimentar. El manto de la noche no resultó un inconveniente cuando la sangre bombeó por mi cuerpo con brío. Además de la visión que me permitía ver con claridad en la oscuridad, cada pequeño ruido en la distancia lo captaba retumbando en la tranquilidad.
Quise creer que la ansiedad y el terror producían esos golpeteos a lo lejos, mas pronto se volvieron imposibles de ignorar. Un débil "tap-tap" resonaba en la tierra y los árboles. El silencio dominaba indiscutiblemente y por eso tras dar un paso, lograba escucharlos. Retrocediera o avanzara estos marcaban el ritmo de mis pisadas con las suyas. El escuchar cómo predecía mis movimientos, sea en carrera o en quietud, consiguió nublar mi juicio. Mi agitada cordura apenas lo soportó, llevándome al punto de quiebre cuando estos paraban. Como si quien los produjera estuviese delante de mí.
Perdí toda pizca de sentido y eché a correr dominado por el temor. Deseé poder escapar, siempre lo quise hacer. Regresar a la aldea y encontrar a Keine, despertar de un absurdo sueño y saber que todo no era nada más que una ridícula pesadilla. Si tan sólo no hubiera huido de ese campamento, el que la niña de cabellos oscuros me ayudó a levantar cerca de su hogar, si tan sólo no hubiera tenido que caminar ese tramo de oscuridad, herido y perdido. Si tan sólo aquello hubiese sido el fin...
Corrí como poseído escuchando detrás de mí ese golpeteo de pies que con celeridad seguía mis pasos. No tuve control sobre mis movimientos y al intentar descubrir al artífice de estos, miré atrás, tropezando y cayendo con brusquedad. Di una vuelta y me golpeé la espalda, callando toda duda al momento, tomando mi mochila entre los brazos para arrastrarme hasta el árbol más cercano con la espalda sobre su tronco.
Ya sólo escuchaba mi propia respiración y el galope de mi corazón estallando. Si las pisadas que me seguían fueron terribles, el silencio que le siguió a mi caída, esos largos minutos de silencio, fue aún más cruel. Ni siquiera supe por qué, pero traté de ponerme de pie.
Fui detenido.
—Querrás quedarte quieto, forastero.
No le vi aparecer, sintiendo apenas si una brisa soplar y detenerse a mi lado. Y ahí la tenía. Una tengu con el aspecto de una muchacha de cabello blanco a media melena, ostentando un aspecto inusual. Con un sombrero rojo, uno muy pequeño que ocupaba su sitio perfecto en el centro de su cabeza, con dos largos cordeles en cada lado. Una falda oscura y prendas blancas tradicionales. Un par de orejas blancas de can sobresalían por encima de su cabeza. Plantó un pie frente al mío, deteniéndome con una espada a medio desenvainar. Verla a la altura del cuello me hizo sudar enormes gotas heladas.
—Responde —unos colmillos largos y muy blancos se asomaron de su boca—. ¿Qué haces tan cerca del dominio de los tengu?
No pude contestarle pues su enorme espada, cuyo peso hubiese bastado para aplastarme por sí sola, me seguía dejando mudo. Ella la cargaba como si nada. Dejó ver su filo un poco más, acercándomela.
—No fue una sugerencia. ¡Habla!
—Vi-vine bu-buscando a a-alguien —respondí aterrado.
Ella no lo tomó bien. Terminó desenvainando su espada, apuntando con el final directo a mi pecho.
—A solas, un ser imberbe como tú y que apenas si puede hablar. Ya me lo creo. Darás media vuelta y te sentirás afortunado de haberte marchado con una advertencia. Andando.
Y así de simple terminó, componiendo su postura. Tomando aire exasperada, guardando su espada con un ligero floreo. Ni se molestó en mirar si me marchaba, pues daba por hecho que esa advertencia bastaba y sobraba para alguien como yo. De pronto olvidé cuál fue el plan ideado por Keine y Mokou, de cómo tratar con los tengu en caso de que determinadas situaciones se presentaran. La desesperación, furia y el temor que me produjo no tener otro lugar derivaba del mismo que sentí al estar tan cerca de aquella muchacha. Si no encontraba el lugar y a la persona que me dijeron, igual y ya estaba muerto.
—Necesito encontrar a alguien —repetí.
Las palabras que pronuncié dieron la impresión de quitarle el sonido al ambiente, causando que ella se detuviera en un instante. Me miró por encima del hombro con un par de ojos rojos ardiendo de ira, amenazadores y que brillaban con peligro. Se terminó de dar la vuelta, agachando la cabeza y haciendo sonar los nudillos de su mano dominante.
—Eres un chiquillo estúpido —murmuró. Una vez más tomó su arma, acometiendo contra mí, atascándola en el mismo árbol. De nueva cuenta no pude verle y sólo hasta tenerle al lado y escuchar la madera crujir, con la espada clavada a la misma altura que la mantuvo antes es que lo noté—. Si estás aquí es por dos razones: O eres demasiado imbécil como para ver por tu propia cuenta el peligro en el que estás metido o tienes un deseo suicida. Hazme un favor y escoge una. Hazme la noche, pequeño...
Se detuvo. Sus ojos los tenía fijados en mí con la misma intensidad. Observaba mi boca y mis ojos. Puesto que no pude respirar por el impacto, mi boca se abrió, buscando aire con desesperación. Su brazo perdió fuerza y dejó de sostener la espada que en un ataque decisivo no dudó en usar contra mí. Su temple rápidamente también perdió la dureza con la que me observaba, mostrando en su lugar incertidumbre. Tiró de la espada clavándola en la tierra, mostrándome una expresión diferente mas no amigable.
—Eres un hanyou —dijo recolectando sus pensamientos, halando mi mejilla y tirándome del cabello. De esa misma manera me quitó la mochila—. ¿Qué hace uno de tu clase aquí?
—Necesito encontrar a alguien —repetí con decisión, aún temblando.
—Eso ya lo dijiste —dijo casi gritando—. Explícate o me veré en la necesidad de...
Terminó sacudiendo la cabeza y poniendo los ojos en blanco, callándose y vaciando la mochila con unas buenas sacudidas.
Cada una de mis pertenencias cayeron al suelo en una maraña golpeando unas contra otras. La ropa fue lo primero que cayó, quedando desdoblada para detener la caída de mis provisiones y el libro que Keine me regaló. Al verlo caer no pude reaccionar de otro modo más que abalanzándome sobre éste para protegerlo. Fui detenido por la tengu en cuanto me vio lanzarme al suelo. Le dio una patada a su espada, haciendo que delineara un semicírculo en el aire para clavarse justo frente a mi rostro. Me miró con severidad, demostrando que ella era quien controlaba la situación. Nadie más.
La muchacha tengu continuó ondeando la mochila aún vacía y al ver que lo último no salía, introdujo una mano para tomarlo. Terminó arrancando un parche que mantenía oculto a simple vista el objeto más importante de mi equipaje. Un cuadernillo, aquel que llamaron mi llave. Ella lo miró asombrada, pasando de la confusión a la furia, enseñando los colmillos afilados.
—¿Qué haces con esto en tu posesión? —preguntó, mas no respondí. Haberlo hecho habría sido un error pues como demostró, no quería escuchar la respuesta.
Frunciendo el ceño abrió con cuidado el cuadernillo para cerciorarse que le pertenecía a quien creía. No tardó en mostrarse asombrada cuando en la primera página, encontró palabras escritas que no coincidían con las del dueño de tan peculiar objeto.
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[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.
Fanfiction[東方] 𝐇𝐚𝐧𝐲𝐨𝐮 𝐧𝐨 𝐦𝐨𝐧𝐨𝐠𝐚𝐭𝐚𝐫𝐢: 𝐉𝐢𝐧𝐬𝐞𝐢 𝐧𝐨 𝐡𝐢𝐛𝐢𝐤𝐢. Soñé con la luna y el filo de su figura, con el aroma de las flores y el sereno de las mañanas. Conocía el nombre de la oscuridad. La llamaba y ella acudía a mí. Su nombre...