[Capítulo 55]

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Ansiaba poder hallar el final de la noche. Aquello que envolvía al momento carecía de importancia o sentido si entonces el resultado de ese instante nos guiaba, eventualmente, al breve desenlace de la sutil pausa entre los silencios de la montaña. Por improbable que pudiera ser. Tuve la disposición de hacer cuanto fuera pertinente por aquello que buscaba con tal de que no tomase lugar irrumpiendo aquel alto. Pero ignoraba mis advertencias sobre que la noche aún aguardaba expectante.

La luz de los faros de distintos vehículos arrojaron mi sombra hasta las puertas de la mansión ahuyentando del lugar a Efuruto. Fiel a mis palabras. Desapareciendo ante la posibilidad de ser vista. Dejándome de espalda a quienes allanaban mi hogar, con Sumiken descansando sobre las piernas. Rodeado por las brasas casi extintas de lo que había sido un fuego furibundo. La imagen que entonces porté me confirió una naturaleza que si bien errada, comprendía en ser la indicada.

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Chuka & Champawat

Imagínalo. Una docena de hombres curtidos por las decisiones que les condujeron hasta aquel preciso lugar, durante ese exacto instante. Cada uno conoce y mantiene cercanas las razones que previamente, en un inicio, tomaron para con ese camino. Haya sido por una carga terrible e ineludible, casualidad o deliberación personal. Estaban allí. Maldiciendo a vozarrones a la silueta que se interponía entre ellos y la noche. Es sólo entonces que logran verlo. Las armas en el suelo, el fuego avivándose para apagarse al consumirse repentinamente, perseguidos por unos ojos danzantes en la profunda y abrupta oscuridad. Y la sangre en el camino.

Aquello que no ven sin embargo, es un motivo. O eso es lo que conocen.

El corto aliento que le quedaba a aquella noche fue terrible. La figura a la que ya atribuían un nombre desapareció de sus vistas, dándoles caza furtiva sin descanso. Sin la oportunidad de escapar, cayendo uno a uno. Hay alaridos, gritos que piden clemencia ante las decisiones de un error irrefutable. Hay más sangre, por descontado. Huesos rotos, así como el persistente aroma del pelo quemado rondando por el aire. Y también hubo espíritus. Decenas, veintenas. Cientos que cubrieron el cielo. Todo con tal de que durante esa inspiración, la montaña no fuera de nadie más sino que del demonio que la había clamado como propia.

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Hacía un tiempo perfecto dentro del plano inmaterial, como lo era usualmente. Llevaba horas tendido ahí, sobre el césped, mirando al cielo estrellado contenido dentro del cofre de Efuruto. A veces cerraba los ojos, siendo recibido por sueños intermitentes sin rastro de otro matiz más allá del que dejaba la sensación de desasosiego. Era incierto si me despertaba el viento, sus caricias perdidas contra mi cuerpo. El césped y el cosquilleo en las mejillas, o si el misterioso oleaje del lago lo causaba, rompiendo en la orilla cercana.

A decir verdad, lago o laguna eran nombres con los cuales poder referirse al cuerpo de agua que contenía aquella zona del plano inmaterial. No fluía desde ningún lugar, así como tampoco lo hacía hacia algún otro. El agua en este era fresca, dulce y cristalina. Podías beber directamente de ella y según Efuruto, si usabas un cuenco para remojar las frutas de la orilla, el agua contenida de este modo se transformaba en algo parecido al jugo. Pero lo más peculiar era que tuviera oleaje, como el mar.

Una vieja y vaga imagen acudió ante esa comparación, de la arena en los pies y el olor del agua salada.

La sacudí como lo hacía con las cosquillas del césped.

Era claro que la intranquilidad en mí recaía por lo que ocurría fuera en el plano material, pues aunque no me pesara los efectos de mi presencia en aquellos quienes huyeron, algo no se sentía del todo acorde.

[Touhou] Relato de un Híbrido: Eco de una vida.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora