El silencio en la mansión era demasiado extraño, el alfa ojiverde se paseó por el lugar y no encontró a nadie, ni sus padres, ni al personal que trabaja en la casa.
Decidió volver a su cama para seguir durmiendo y así lo hizo, cuando estuvo a punto de cerrar los ojos una alarma se disparó en su mesa de noche.
Miró la extraña pantalla y en ella se veía a uno de los niños pataleando en una cuna.
Presionó el único botón y giró su cuerpo para dormir, pero su alfa rasguñaba su pecho y no lo dejaba descansar.
No pasaron más de tres minutos cuando la alarma volvió a sonar.
Y así se repitió un par de veces más, Arián notó que si en esos tres minutos el niño no se quedaba quieto la alarma seguiría sonando y era un sonido realmente molesto, lo suficiente para alertar a cualquiera que algo ocurría.
Se levantó a llamar a las omegas que cuidaban a los mellizos pero nadie respondió.
"¿Qué es lo que quieres?" Le preguntó al pequeño que en completo silencio lloraba.
Al lado de la cuna había una lista con horarios del bebé y según el papel era hora de su biberón.
Seguía sin tocarlo y el movimiento de su cuerpo hacia que la alarma siga moviéndose.
Joan dormía sin ningún problema, ignorante de la desesperación de su pequeño hermano.
Ya no pudo más y lo cargó, tal y como Joseph le enseñó con Joan. El bebé se acurrucó contra el pecho del alfa buscando alimento.
Se dirigió a la cocina y, dentro del refrigerador, habían pequeñas botellas de vidrio que contenían leche.
Dejó al lloroso niño sobre una de las mecedoras que usaban las niñeras y calentó el envase, como el omega le había enseñado.
En un movimiento mecánico, probando el calor del líquido en su antebrazo se sentó en una silla frente a la silla del bebé y acercó el biberón a sus labios.
El bebé succionó tan fuerte como pudo, su pequeño cuerpo todavía temblaba por el fuerte llanto pero su hambre estaba desapareciendo.
Arián lo miraba inexpresivo, el pequeño pelinegro paseaba sus ojos por todo el lugar. No estaba seguro si ya podía distinguir las imágenes frente a él.
El rubio rió avergonzado al recordar todo el tiempo que pasó hablándole a la pancita de su omega, sus voz nunca fue escuchada.
El pequeño clavó su mirada oscura en su padre mientras terminaba su biberón.
"¿No podías parecerte menos a él? Hubieras sacado el ridículo verde de mis ojos y ya, sería suficiente para dejes de imitarlo"
Alex observaba a su padre sin saber este solo recitaba desprecio por sus facciones.
"No pienso cargarte para sacarte el aire, te vas boca abajo a tu cuna, solo te voy a vigilar"
Llevó la mecedora a la habitación y dejó al pequeño en su cama, cuando dirigió la mirada a Joan lo encontró despierto.
"Hola" le susurró, el bebé al oír su voz sacudió sus piernitas "¿dormiste bien?"
Él también tenía una lista de horarios y, según lo escrito ahí, él desayunaba un poco más tarde.
Se sentó frente a las dos cunas a observar que no vaya a ocurrir nada malo.
En el sofá de un cuerpo ubicado en la habitación encontró dos mantas, una celeste con el nombre de Joan y una verde con el nombre de Alex.

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Profesor (En Edición)
RomanceEn una sociedad que rechaza a los omegas varones, Mateo logra cumplir su sueño de ser profesional y entra, después de muchos años, a enseñar en una escuela de la ciudad. Asignado como profesor de historia, nada podría arruinar ese perfecto primer d...