Azul. Blanco. Gris.
Esos eran los colores que destacaban la pequeña pero preciosa nube que estaba dibujada en mi muñeca, y a la que llevaba mirando durante más de media hora.
Azul. Gris. Blanco.
Blanco. Azul. Gris.
Repasaba con mis ojos una y otra vez aquella nube, ocupando mis pensamientos por pensar en los colores. En como se mezclan el negro y el blanco para llegar al gris. En como el blanco no es técnicamente un color. En como el azul es un color primario.
Gris. Azul. Blanco.
La nube había perdido ya casi todo su esplendor. No sabía si era porque ya habían pasado muchas horas desde que la pintura tocó mi piel o si era por las lágrimas que habían caído sobre ella a lo largo de las horas, y que no me había ni molestado en limpiar.
Azul. Blanco. Gris.
Si pudiera verme ahora mismo, como si fuera otra persona a lo lejos que me está mirando, seguramente vomitaría del disgusto. Esa chica risueña, llena de colores, alegría y sueños que había abandonado Loughrigg Fell ahora era... ahora no sabía ni lo que era. Podría pasar por una callejera si no fuera por mi uniforme, el cual no me había quitado desde que me lo puse ayer por la mañana. Mi cara, sin color tirando a verdosa, mostraba un rostro apagado. No me había visto, pero estaba segura de que debajo de mis ojos habría unas oscuras medias lunas a causa de no haber dormido toda la noche.
Gris. Azul. Blanco.
Divagué toda la noche. No quería entrar en el cuarto para no ver a las chicas. No podía quedarme en la sala común para no ver a los gemelos. Solo quería desaparecer. Y anduve. Anduve durante horas, como un zombi, por los vacíos y oscuros pasillos del colegio, que se fueron aclarando con el paso de las horas, debido a la puesta de sol.
Sin pensar. Todas estas horas me las había pasado contemplando mi muñeca y los colores que la decoraban. Era lo único que me permitía hacer si no quería caer en un pozo sin fin. Mi mente se había quedado tan en blanco como algunas zonas de la nube. Había una puerta que mantenía encerrados, con mucha dificultad, todos mis pensamientos. Mis lágrimas también estaban encerradas con dureza sobre mis ojos.
Sin embargo, muchas veces esos pensamientos, al ser tantos, aparecían por mi mente. Sobre todo me aparecía el rostro de Cedric. Mil y unas veces lo intentaba contener, y me ponía a mirar fijamente la nube, a decir sus colores en voz alta y sus tonalidades. Tal vez eso lo empeoraba, porque solo hacía que el corazón me latiese un poco más. En mi cabeza, el rostro de Cedric aparecía iluminado con una sonrisa de las suyas. Después, aparecía Conan. No un Conan sonriente, si no el rostro asustado de Conan al verme. Y después, Cedric también me miraba asustado, intentando alejarse de mi.
Había pasado hasta por la enfermería para ver a Conan. Parecía que hoy era un día muy tranquilo en Hogwarts, pues no me topé ni con un profesor ni con la enfermera en ningún momento. Ni siquiera con el gato de Flinch.
El rostro asustado de Cedric volvió a aparecer en mi mente, haciendo que apretase con fuerza mis dedos sobre mis sienes, haciéndome tanto daño que no me dejaba ni pensar. Ese era el punto, al fin y al cabo. No pensar.
Gris. Blanco. Azul. La hierba era verde. Algunos árboles eran marrones. Otros anaranjados. Otros ya tenían sus hojas amarillentas. Otros, al fondo del bosque oscuro, eran perennes.
Me había sentado en el exterior con la única intención de ver más colores. Mi espalda estaba apoyada contra una de las paredes de piedra del castillo mientras observaba la frontera con el bosque oscuro, que estaba frente a mi.
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Bajo las estrellas {Cedric Diggory}
Fanfiction«El corazón me latió más deprisa cuando él se giró para que nuestros ojos se encontrasen una vez más, con aquella sonrisa dibujada en sus labios que me volvía tan loca que las piernas me empezaron a temblar. Y entonces extendió su brazo hacia mi, y...