43. El "golden couple".

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Pasaron dos días. Dos días en los que pasé casi todo mi tiempo libre con los gemelos o con Dumbledore para entrenarme. Dos días en los que a penas vi o hablé con Ced después de nuestra pequeña charla tras la discusión. Ésta tuvo lugar unas horas después de la pequeña pelea, en la que yo me encaminaba a encontrarme con los gemelos cuando me topé con él.

—Ced...

—Lia...—hablamos los dos a la vez.

—Tú primero—le dije.

—No, tú primero.

—No, ve tú primero.

—No quiero pelearme contigo—me dijo con una mirada abatida—. He odiado cada segundo desde que empezó la discusión y también después. Yo... lo siento.

Yo sonreí con tristeza. Sin duda Cedric Diggory era, detrás de su faceta de chico popular y solamente guapo, un cacho de pan.

—No tengo nada que perdonarte, Ced—dije, acercándome a él con lentitud.

No se apartó cuando pegué nuestros cuerpos y escondí mi rostro en el hueco de su cuello con los ojos cerrados para que todos mis sentidos le absorbiesen. Es más, su brazo recorrió mi cintura con lentitud hasta rodearla entera. Le cogí de la mano y entrelacé nuestros dedos antes de levantar la vista y conectar nuestros ojos.

—Todo lo que dijiste era verdad. Y yo... tengo que solucionarlo. Y tengo una idea—una sonrisa de ilusión se asomó por mis labios—. Pero necesito unos días, ¿podrías dármelos?

Él, con el ceño fruncido ligeramente, acabó asintiendo con la cabeza. Suspiré de alivio y subí mis manos por sus brazos para posarlas en sus mejillas. Me puse de puntillas para darle un beso en la comisura de sus labios, y él se aferró a mí cintura para que le diese más. Aún así, me separé.

—Todo mejorará. Te lo prometo—extendí mi dedo meñique.

Una sonrisa débil se asomó por sus labios antes de entrelazar nuestros dedos, pequeño gesto que por muy insignificante que fuese, ahora era nuestro. Aún, dos días después, recuerdo a la perfección sus labios sobre la palma de mi mano al despedirse.

Pero eso iba a cambiar. Al menos, deseaba con toda mi alma que lo hiciese, porque estas cuarenta y ocho horas se me habían hecho muy largas sin la compañía de Cedric Diggory.

Me dirigí al Gran Comedor con el corazón latiéndome tan fuerte que se parecía más al sonido de un tambor que de un latido. Me senté al lado de Penny, como había estado sentándome estos días, y mis ojos se dirigieron a Cedric. Había notado los suyos puestos en mi durante estos dos días, y hoy no era una excepción. Sin embargo, siempre que le miraba él apartaba la vista y hacía cualquier otra cosa.

Suspiré. Dentro de poco todo cambiaria y esperaba de verdad que para bien. Los nervios se movían en mi interior como la sangre en mis venas, y me encontré tamborileando la mesa con los dedos de la impaciencia y a la vez de los nervios.

—Hola, chérie—los gemelos aparecieron rápidamente a mi lado, sentándose George a mi izquierda y Fred a mi derecha.

Los ojos de Cedric volvieron a mi, pero fingí no darme cuenta.

—¿Lista para la acción?—me dijo Fred, dándome un apretón amistoso en el hombro.

—Lo cierto es que no. Me tiemblan hasta las manos—dije, mostrándoles mis manos para verificarlo.

—Ya habíamos pensado en eso, no te preocupes—dijo George, guiñándome un ojo.

Antes de que pudiese abrir la boca para contestarles, Fred sacó de su bolsillo un pequeño frasco, casi del tamaño de mi meñique, relleno de un líquido que parecía oro fundido.

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora