20. De lo que pasó en la cocina de Hogwarts.

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No fue muy difícil encontrarle. Con parar a cualquier alumno de Hufflepuff y preguntar su paradero me sirvió. Mi corazón me golpeaba el pecho mientras me dirigía a las cocinas, que era donde me había dicho que estaba. Al menos no tenía que andar muy lejos sola.

Escuché el ruido de la vajilla junto con el del grifo abierto a unos pasos de la puerta de la cocina. La sala común de Hufflepuff estaba solo a unos cuantos pasos de la cocina, y sin embargo nunca me había aventurado dentro de ella. El olor a comida recién horneada me inundó la nariz mientras que el calor de los hornos inundó mi cuerpo. Suelos y paredes de piedra marrón fue lo primero que vi al asomarme por la enorme puerta, casi tan grande como la del gran comedor. Había muchos hornos, neveras y armarios para guardar la comida y los utensilios. Sin embargo muy poco ruido para lo amplio que era el espacio. Me dijeron que en las cocinas trabajaban los elfos domésticos, pero mis ojos no llegaron a atisbar ninguno. Sin embargo le localizaron a él rápidamente.

Cedric estaba en una esquina de la sala, lavando los platos con calma. Entre sus labios había un cigarrillo a punto de acabarse que expulsaba el humo por todo su alrededor, pero me fijé en que Cedric había abierto una de las ventanas para que el humo no se quedase ahí. Él miraba cabizbajo a sus platos y con el ceño fruncido. Sus manos, vendadas hasta las muñecas, lavaban los platos sin parar, pero parecía que su cabeza estaba en otro lado, porque sus ojos miraban fijamente a un punto del grifo.

Me mordí el labio, sin saber muy bien cómo hacerle notar mi presencia, y sobretodo que hacer después de eso. Había venido a verle con el único propósito de agradecerle todo lo que había hecho y sobretodo mirar si se encontraba bien. Al parecer, a pesar de que su acto había sido para defenderme y de que tenía las manos heridas, eso no impidió a la profesora McGonagall para castigarle a limpiar todos los platos de la mesa de Hufflepuff. Aún le quedaba más de la mitad.

Me aventuré a dar un paso hacia delante, desvelando todo mi cuerpo que estaba escondido tras ésta. Cedric levantó la mirada ligeramente hacia mi y luego la volvió a bajar a sus platos. Instintivamente volvió a levantar su mirada, como si no se hubiese creído que yo estuviese ahí.

—Lia...—dijo, mirándome con sorpresa—¿qué estás haciendo aquí?

Las palabras se me quedaron atascadas en la garganta, y solo pude abrir y cerrar la boca un par de veces. Ced dejó los cubiertos que estaba lavando lentamente y cerró el grifo, sin apartar sus ojos de los míos. Mi pecho subía y bajaba con fuerza, pues era lo único que mi cuerpo me permitía hacer ahora mismo: respirar.

A la mierda.

Sin pensarlo, corrí hacia Cedric y me lancé hacia él. Rodeé su torso con mis brazos y apoyé mi cabeza en su pecho, abrazándole con fuerza. Pude notar en su cuerpo como al principio de sorprendió por aquel abrazo, pero luego noté como todos sus músculos se relajaban y sus brazos rodearon mi cuello, apretándome más contra él. Como si el también necesitase ese abrazo.

Las lágrimas se volvieron a asomar por mis ojos.

—Lo siento—dije en su pecho—. Lo-Lo siento mucho...

—¿Qué es lo que sientes?—me susurró con calma, pero al apartarme de su pecho y alzar mi cabeza para mirarle, vi que su rostro estaba lleno de preocupación.

Tragué saliva, con las lágrimas contenidas en mis ojos.

—Todo... Todo esto—dije, señalando la cocina—, y que te hayas hecho daño por mi culpa, y que la profesora McGonagall se halla enfadado contigo y...

—Dahlia—me cortó Cedric, poniendo su mano en mi mentón para alzarlo, y así obligarme a mirarle a los ojos. A pesar de que ese gesto lo hizo para tranquilizarme, solo hizo que me pusiera más nerviosa—. No es tu culpa. Nada de esto es tu culpa, ¿vale? Debería de ser yo el que te pidiese perdón.

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora