—No puedes hacerme esto.
La voz de Erin resonó en mi sueños después de hace mucho tiempo. A través de sus ojos, me encontraba en una enorme sala, pero que carecía de cualquier tipo de mueble. Por ello, la voz de mi madre resonó por esta, repitiéndose en terribles y vacíos ecos.
—Se hará como yo lo diga.
Tom Riddle estaba frente a Erin, a unos diez metros de ésta. Cada vez, me di cuenta, de parecía más al mago tenebroso del que todos hablaban y a la vez temían pronunciar. Tal vez siempre hubiese sido así, solo que yo era demasiado ciega como para darme cuenta.
Llevaba una capa negra que le tapaba todo su alto y delgado cuerpo. Su rostro era ahora sólo una mezcla de huesos recubiertos por piel, tan blanca como la porcelana.
—Nunca te he pedido nada, To... mi señor. Déjame que te implore esto. Déjame suplicarte para que no lo hagas, y permítete a ti mismo concederme mi único deseo.
—No.
—Por favor...—por mis ojos, los de Erin, aparecieron gruesas lágrimas, mientras ella se arrodillaba al suelo. Cuando lo hizo, me di cuenta de que su vientre había aumentado de tamaño, lo suficiente como para notarlo sobre sus piernas al arrodillarse y apoyar su cabeza en el cuerpo en una extraña reverencia.
—Me gusta verte suplicar. Hazlo otra vez.
Erin apretó la mandíbula. Pero volvió a suplicar. Todo su cuerpo temblaba como si estuviera desnuda en un bosque helado. Tal vez preferiría eso a estar frente a él.
—Por favor, mi lord.
—Puedo concederte todo lo que tú desees, querida. Vestidos, joyas, casas, siervos... Puedo concederte todo, menos eso.
Erin se echó a llorar.
—Yo no quiero casas. No quiero dinero. No quiero nada de lo que me estás ofreciendo. ¡Lo único que quiero es irme de aquí, largarme lo más lejos posible de ti!—gritó ella.
Tom se rió. Su risa fue el peor sonido que había escuchado nunca, pues, en vez de transmitir alegría como lo hacían todas las risas, la suya transmitía miedo. Mucho más miedo que su rostro serio.
—Lo que llevas en ese vientre tuyo me pertenece. Y hasta que no salga de ahí, me perteneces tú también. Esa niña será mi heredera, y hasta entonces tiene que estar lo más oculta posible de todo el mundo.—Tom se acercó a Erin y se agachó para posar sus dedos en su barbilla y elevarle el rostro—. Y no puedo arriesgarme a que la gente siga buscando a su madre.
—¡Espera!¡No!¡Por favor!
Pero Tom se había vuelto a levantar y había sacado de su túnica su varita. Erin chilló, y se lanzó a sus piernas desesperadamente para frenarle. Pero era demasiado tarde. Mientras escuchaba los sollozos y chillidos de mi madre, de la varita de mi padre surgió una potente luz blanca, al principio tan pequeña como una bombilla pero cada vez haciéndose más grande.
Las ventanas y las puertas del cuarto se abrieron de golpe, como si una fuerte rasca de viento las hubiesen empujado. Todas las luces se apagaron mientras la luz blanca se hacía cada vez más grande y poderosa. Ante los ojos de Erin, pude ver como Tom se elevaba ligeramente del suelo, como si si varita tirase de él. Había un vicio terrible en sus ojos mientras su poder se hacía mayor y mayor.
—¡NOOOOO!—escuché como gritaba Erin.
La enorme bola de luz, casi tan grande como tres cabezas, se elevó de la varita de Tom hasta la mitad de la altura de la sala. Era tan blanca y brillante que Erin cerró los ojos para no deslumbrarse, dejándome completamente a ciegas.
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Bajo las estrellas {Cedric Diggory}
Fanfiction«El corazón me latió más deprisa cuando él se giró para que nuestros ojos se encontrasen una vez más, con aquella sonrisa dibujada en sus labios que me volvía tan loca que las piernas me empezaron a temblar. Y entonces extendió su brazo hacia mi, y...