Me desperté mucho antes de que los primeros rayos de sol alcanzasen mi ventana. Tenía mucho que preparar y planificar, ya que iba a ser un trabajo difícil ir detrás de la señora Fanny sin que se diese cuenta de mi presencia. La señora Fanny normalmente desayunaba una tostada y, sin perder el tiempo, se ponía en marcha hacia el pueblo. Llegaríamos al pueblo a la hora de comer, por lo que tendría que llevar o provisiones o dinero. Decidí meter algunas frutas en mi cesta de tela y una cantimplora llena de agua. Ya me las apañaría para conseguir más comida si tenía hambre. Como era una caminata larga, no me arriesgué a ir descalza y decidí ponerme unas botas que utilizaba para ir en invierno, pero que eran muy cómodas para andar por la montaña. Como la señora Fanny sabía cómo era mi ropa, en secreto había estado tejiendo durante dos semanas un vestido marrón, parecido a los troncos de los árboles. También me había tejido una capa ligera, cuya única función era tapar mi rostro con la enorme capucha.
Mi corazón latía con fuerza mientras me preparaba, y sentía que se me iba a salir del pecho cuando vi a través de mi ventana a la señora Fanny emprender su camino hacia el pueblo. Esperé varios minutos, y tras asegurarme de que no iba a volver porque se le había olvidado algo, salí de mi casa en Loughrigg Fell, en la que había estado encerrada durante diecisiete años. No me molesté en mirar atrás.
Al principio del recorrido era muy fácil esconderse de la señora Fanny, puesto que había árboles por todos lados, y conocía el bosque tan bien que me sabía todos sus escondites o atajos. Pero a cada paso que avanzábamos, notaba como iba desconociendo cada vez más hacia dónde iba. Ya no reconocía los árboles, los matorrales o incluso las rocas. Además, notaba como la cantidad de árboles iba disminuyendo, cosa que me hacía mucho más difícil esconderme de la señora Fanny y seguirla a la vez.
Cuando mis piernas temblaban del cansancio de estar corriendo de un lado para otro, la señora Fanny se paró. Ella se encontraba en una pradera, mientras que yo mantenía las distancias entre los árboles que la rodeaban. Vi atentamente como se sentó en la verde hierba y se disponía a almorzar un simple sándwich de mermelada y mantequilla que se había preparado rápidamente. Aproveché para respirar hondo y sentarme. Mis pies estaban más doloridos que nunca, pues sudaban debido a las botas y notaba todo el rato como se rozaban con éstas. Mi frente estaba mojada del sudor, así que sin pensarlo mucho me arranqué con fuerza un trozo de la capa y con eso conseguí atarme el pelo en una coleta.
Cogí mi cesta para beber un poco de agua, y de pronto escuché el crujido de una rama cerca de mi, dejándome paralizada. ¿Sería la señora Fanny, que me ha visto? Pensaba que había mantenido bien las distancias, ¿pero quien iba a ser si no? Contuve la respiración y me quedé lo más quieta que pude, esperando en cualquier momento escuchar la regañina de la señora Fanny, pero no volví a escuchar nada. Seguramente estaría alucinando.
Pero otra vez volvió a crujir una rama. Y otra. Y otra. Miré por todos los lados, intentando averiguar de dónde procedía aquel sonido. Me levanté y me asomé por detrás de mi árbol hacia donde estaba la señora Fanny, que estaba exactamente en la misma posición en la que la había dejado. Entonces si no era la señora Fanny, ¿Quién era el dueño de esos ruidos?
—¿Quién anda ahí?—susurré. Volví a escuchar otro crujido y entonces supuse que sería algún conejo que andaba por ahí, y mis sospechas se confirmaron cuando vi que un arbusto a unos metros de mi se movía.
Guiada por mi curiosidad y pensando que tal vez el animal estaba herido, fui lentamente hacia el arbusto. Pero, tras inspeccionarlo detenidamente, me di cuenta de que no había ningún conejo cerca. ¿Cómo era posible? Juraría que se había movido.
Escuché entonces unos murmullos, tan suaves que tuve que volver a quedarme completamente quieta para escucharlos, sin entender lo que decían. La voz era como la de un niño pequeño, pero provenía del arbusto. Me volvía acercar para inspeccionarlo. Mis ojos se abrieron de la sorpresa cuando captaron rápidamente una parte del arbusto que era más verde que el resto. Dos insectos, de un tamaño aproximado de quince centímetros, la miraban con una pizca de curiosidad con sus ojos marrones y con sus cuerpos escondidos entre las ramas del arbusto. Me costó diferenciar su cuerpo del arbusto pues eran del mismo color, y sus bracitos y piernecitas contenían unos dedos que parecían raíces. Por encima de sus ojos tenían unas cuantas hojas, lo que se me parecía a como si fueran cabello.

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Bajo las estrellas {Cedric Diggory}
Fanfiction«El corazón me latió más deprisa cuando él se giró para que nuestros ojos se encontrasen una vez más, con aquella sonrisa dibujada en sus labios que me volvía tan loca que las piernas me empezaron a temblar. Y entonces extendió su brazo hacia mi, y...