31. Dolor y sufrimiento teñido de fuego dorado (Parte 2)

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Cedric.
Unas horas antes de lo ocurrido.


Me di la vuelta en la cama para tapar la luz del solo que iba directa a mis ojos. Un terrible mareo me llegó a la cabeza por tal gesto. ¿Qué... Qué había pasado?

Volví a girarme, esta vez poniendo mi mano delante de mi para que la luz no impactará en mi cara. Estaba en mi habitación, hasta ahí todo era normal. Mis ojos se quedaron fijos en la silla de mi escritorio, que estaba frente a mi cama en vez de frente a la mesa.

¿Qué...?

Mis ojos esta vez se centraron en mi muñeca, en la que tenia dibujada una flor de color amarillo.

Y todos los recuerdos de la anterior noche me vinieron a la cabeza como un golpe en el estómago. Mejor dicho, un golpe en el estómago hubiera sentado mejor que eso.

—Joder...—murmuré, con una voz ronca y grave que era muy habitual en mis mañanas.

La había cagado. La había cagado hasta el puto fondo.

Me pasé las manos por la cara y luego las enredé en mi pelo, tirando de él como solía hacer cuando estaba enfadado conmigo mismo. Di una vuelta sobre mi mismo y me incorporé de la cama, sintiendo como todo a mi alrededor daba vueltas cuando me levanté. ¿Cuánto habría bebido?

La respuesta se dio sola unos segundos después cuando vomité hasta las entrañas en el bater. A ciegas, mi mano se desplazó por el lavabo hasta alcanzar un pequeño frasco de colonia. Sin embargo, la colonia había sido sustituida por un remedio que combatía la resaca en solo media hora. Invención del mismísimo Gabriel.

Me bebí todo el contenido de un trago. Después me desnudé con pereza y me metí en la ducha, poniendo el agua lo más fría posible. Un gruñido salió de mis labios en cuanto las primeras gotas cayeron sobre mi pelo y resbalaron por mis hombros y mi espalda. Apoyé las dos manos en la pared de la ducha y aguanté.

No sé cuánto tiempo estuve bajo el agua, pero cuando salí el dolor de cabeza por la resaca había desaparecido.

No pensé en ella durante todo ese tiempo. Cada vez que mis pensamientos se desviaban a cierta chica de ojos verdes que me había puesto todo patas arriba, elevaba la cabeza y dejaba que el agua helada se estampase contra mi rostro, sobre todo contra mi frente. Por lo tanto me pasé casi todo el tiempo mirando hacia arriba con los ojos cerrados.

Cuando salí, me sequé el pelo alborotándolo con una toalla, y después la pasé ligeramente por mis brazos y pecho y la até en mi cintura. Necesitaba un cigarrillo. ¿Dónde había dejado los cigarrillos?

Me vestí rápidamente y empecé a caminar de un lado para otro en la habitación en busca de una cajeta de cigarrillos. Me di cuenta de que no me quedaban mientras rebuscaba en los cajones. Pues claro. Todo había sido culpa de los cigarrillos, si hubiese tenido de sobra, nada de esto hubiera pasado.

Cogí el vaso de cristal vacío que me dio Lia ayer por la noche. Lo llené de agua y, tras hacer la cama y ordenar un poco la habitación para despejar la mente, me permití sentarme en la silla de madera.

Y mi mente empezó a divagar. Primero empezaron los recuerdos de ayer por la noche. Como, cuál imbécil, le confesé todo lo que me llevaba guardando durante ya bastante tiempo. Suspiré y escondí mi rostro entre mis manos. ¿Qué me había respondido ella? No lo recuerdo. Eso significa que fue algo malo.

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora