La primavera llegó como una brisa, inundando nuestros cuerpos de alegría a la vez que el ambiente de color y vida. El manto blanco del invierno había desaparecido para dar lugar a los colores de la primavera. Rosa, amarillo, naranja, verde, azul... Todos los colores estaban ahora mismo a nuestro alcance, ya sea en forma de flores, animalillos... o personas.
El cielo ya no era grisáceo, si no de un bonito color azul y a veces con algunas nubes. Y el sol. Aquella enorme estrella que parecía que no veíamos con claridad desde años. Ahora nos acompañaba todos los días como un amigo más. Ahora, en vez de pasar casi todo el día encerrados en la sala común y cerca del fuego, la gente ya salía afuera, contribuyendo a los sonidos primaverales que consistían en el cantar de los pájaros, las alas de los bichos y la brisa que movía las flores.
Nosotros no éramos una excepción. Ahora, en vez de estar acurrucados junto al fuego, Cedric y yo nos encontrábamos en los campos del exterior del castillo, rodeados únicamente de flores y hierba y bajo la sombra de un enorme árbol. En vez de todas esas capas que me ponía antes de ropa, ahora mi cuerpo estaba tapado solo por un bonito vestido de color lavanda, que dejaba al descubierto un poco de mi espalda, mi pecho y la mitad de mis piernas.
Echaba demasiado de menos llevar vestidos. De pequeña, siempre que llevaba vestidos me imaginaba que era una flor, y que las faldas eran mis pétalos.
Mi pelo era también una expresión de mi yo desde hace años. Llevaba mucho tiempo sin recogérmelo en dos trenzas, como siempre solía tenerlo de niña. Había algo en ese peinado que me hacía sentirme como una cría de nuevo, siempre en las musarañas y hablando con los animales.
Ced, sentado detrás de mi, me ponía flores en el pelo, colocándolas entre mis trenzas de forma que se mantenían. Él mismo había sido el que me había hecho las trenzas, todo eso mientras yo apoyaba mis libros en mis piernas y le leía en voz alta:
—«¿Por favor, podría indicarme qué dirección he de seguir?». «Eso depende» le contestó el gato «de a dónde quieras ir.». «No me importa el lugar...» dijo Alicia. «En ese caso, » le respondió el Gato «tampoco importa la dirección que tomes».
Él soltó una suave carcajada. A pesar de estar de espaldas a él, sabía que seguía poniéndome flores en el pelo pues podía notar sus dedos en mis trenzas, rozándome a veces la espalda.
—¿Enserio era esto lo que leías de pequeña? Si a mí me hubiesen leído un cuento así, probablemente me hubiera explotado la cabeza.
—Es que Alicia en el país de las maravillas no es un cuento.
—Flores que hablan, una niña que crece y decrece comiendo un pastel, un conejo con un reloj, un gato que aparece y desaparece... Si no es un cuento, entonces sería la novela más descabellada que he leído nunca.
—Es ahí donde reside la magia, querido Diggory, en lo descabellada que es. Aún así, tienes que esperar al final para entenderlo todo.
—Como Alicia muera te juro que no te vuelvo a hablar en mi vida.
Me reí a carcajadas.
—No, no muere. Tal vez te haya traumatizado demasiado con Romeo y Julieta. Ya leíste orgullo y prejuicio y, ¿ves? Nadie muere. —dejé de notar sus dedos enrollados en mi pelo, y pude por fin girarme para mirarle.
Sin duda, la primavera era la mejor estación para Cedric Diggory. Todo en él parecía tener mucho más color que nunca. Sus mejillas sonrojadas, su pelo castaño que al sol tenía reflejos dorados, sus ojos verdes, sus labios rosados, su piel dorada... Todo en él parecía florecer como todo lo que nos rodeaba.
Al contrario que yo, a él no le había dado tiempo a cambiarse antes de nuestra pequeña cita. Llevaba todavía puesta la camisa de manga larga del uniforme, remangada hasta los codos y abierta hasta su pecho. Con la espalda apoyada en el trono del árbol y una de sus piernas dobladas, parecía sacado de un maldito póster.
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Bajo las estrellas {Cedric Diggory}
Fanfiction«El corazón me latió más deprisa cuando él se giró para que nuestros ojos se encontrasen una vez más, con aquella sonrisa dibujada en sus labios que me volvía tan loca que las piernas me empezaron a temblar. Y entonces extendió su brazo hacia mi, y...