66. Diálogo con las estrellas.

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—Hola, mamá.

La brisa de la noche hizo que pequeños mechones de mi pelo rozasen la piel desnuda de mis hombros, como si esa fuera su respuesta. Me abracé a mi misma con más fuerza, hasta el punto de clavarme las uñas en mis brazos, pues a pesar de estar ya en el temporal cálido de primavera, las noches seguían siendo todavía frías. Y mucho más en la Torre de Astronomía.

Mis mejillas eran las que más sentían el efecto de la brisa al estar completamente mojadas por mis propias lágrimas.

El diario de mi madre estaba a mi lado, posado en el frío suelo de la torre. Lo había leído ya tres veces. Dos en la sala de los menesteres y una aquí arriba. En las tres había acabado llorando.

No pensaba en lo que me había contado sobre Tom y los Horrocruxes, ni sobre las reliquias de la muerte. Ni siquiera celebraba que ya había recibido todas las respuestas que necesitaba. Solo podía pensar en Erin, mi madre.

Y es que, a pesar de haber estado meses viviendo sus recuerdos desde sus ojos, nunca me había sentido tan cercana a ella como cuando leí esas páginas que había escrito para mi. Pero esas páginas también habían hecho que me diese cuenta de lo lejos que estábamos. Y lo que nos separaba no eran simples números, si no un velo entre dos universos: la vida y la muerte.

Porque Erin estaba muerta.

Estaba muerta y yo no podía hacer nada por ello. Estaba muerta y yo, a pesar de que lo sospechaba, nunca lo había asimilado del todo. Estaba muerta y yo viva.

Una lágrima volvió a resbalar de nuevo por mi mejilla.

Estaba muerta. Se suicidó para protegerme, para que yo tuviese una vida mejor. Seguro que ni siquiera enterraron su cuerpo ni le pusieron una lápida que yo visitaría para ponerle flores.

Porque a parte de mi, nadie más se acordaba de su existencia. Era la única que se acordaba de ello a parte de Voldemort y aún así no la había conocido. No había mirado nunca su rostro, ni sabia cómo era su voz. No sabia cómo olía, ni el sonido de su risa.

Miré hacia arriba. El oscuro cielo de la noche me devolvió la mirada con sus estrellas. Y, entre ellas, estaba la que yo había elegido para Erin, una estrella que a simple vista parecía igual que el resto pero que, todas las noches durante toda mi vida, había visto antes de acostarme.

Puede que porque brillase un poco más, o porque estaba un poco más aislada que el resto. Pero mis ojos, con el paso de los años, nunca habían dejado de observarla. Tal vez fuese el destino, pero cuando Cecily me contó sobre las estrellas y los seres queridos, supe que esta estrella era la de mi madre.

Ella merecía una estrella. Merecía el cielo entero, si eso se podía.

Tragué saliva.

—Nunca he tenido el valor de hacer esto, y antes pensaba que era porque parecía que estaba hablando sola, cuando mi verdadero miedo era darme cuenta de que estaba hablando contigo y tú no estás aquí.

El silencio de la noche llenó mis pausas. Me abracé con más fuerza.

—Sé... Sé que tuviste tus razones para... para no estar aquí conmigo. Tú nunca te mereciste la vida que tuviste con Tom. Merecías una vida feliz y espero...—mis lágrimas caían por mi barbilla hasta mis brazos—. Espero que, donde sea que estés, que estés feliz y en paz...

Sorbí por la nariz.

—Yo te perdono, mamá. Me pediste que... me pediste que perdonase todas las decisiones que tomaste y lo hago. Te... Te perdono y te entiendo... Pero...—me mordí el labio para no dejar escapar un sollozo—. Me sigue doliendo que no estés aquí... Me duele que... que nunca te haya llegado a conocer. Que ni siquiera sepa cómo es tu voz. Me duele que...—sollocé—que nunca tuviésemos suficiente tiempo.

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora