47. El Yule Ball (Parte 2)

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Cedric.

Su risa resonó por el pasillo por el que corríamos, lo que hizo que una sonrisa se dibujase en mis labios. Cómo había echado de menos ese sonido.

Pasamos por la puerta que daba al Gran Comedor, donde aún continuaba el baile. Lo miré de reojo mientras tiraba de Dahlia hacia otro sitio. No me apetecía volver a entrar allí, sabiendo que en esas cuatro paredes ambos habíamos sufrido como nunca estas horas. Verla descender por las escaleras principales, más hermosa que nunca con aquel vestido que le quedaba como un guante, fue tal vez el peor golpe que se llevó mi corazón. Porque yo no fui el que la estaba esperando. No fui el que bailó con ella durante toda la noche, ni el que la apoyó al salir al escenario sola, a pesar de que intenté con todas mis fuerzas que notase que creía en ella.

Pero ahora... Ahora todo era distinto.

Me había perdonado, a pesar de que yo mismo nunca me perdonaría lo que la había hecho.

Y desde el momento en el que sus labios volvieron a unirse con los míos, sentí como todo encajaba de nuevo. Como estas dos semanas de mierda se iban a la basura y podía volver a tocarla, a mirarla, a besarla y a hacerla reír. No pensaba volver a estropearlo.

—¿A dónde vamos?—me preguntó Dahlia exhausta, al ver que nos alejábamos del Gran Comedor. Aún así, la música resonaba por los pasillos como si tuviésemos la orquesta al lado. Era una canción lenta, que contrastaba mucho con la carrera que estábamos haciendo ahora—. Espera...

Me paré rápidamente y me giré para mirarla. El temor de que se hubiese arrepentido de darme una segunda oportunidad entró en mi cuerpo.

Pero ella solo se estaba quitando los zapatos.

Solté un suspiro y sonreí. Lia solo tardó unos segundos en quitarse los zapatos, pero fue el tiempo suficiente como para que pudiese observarla otra vez de arriba a abajo, a pesar de que no había apartado mis ojos de ella en toda la noche.

Tenía las mejillas y la nariz sonrojadas por el frío. Sus ojos verdes brillaban de la emoción, y debajo de éstos se podía distinguir un poco de maquillaje corrido debido a las lágrimas, haciendo que tuviese ganas de limpiárselo con los pulgares como hice con sus lágrimas. La falda de su vestido, de color rosa y llena de flores, estaba un poco sucia por tirarse al suelo. Y su cabello había abandonado poco a poco el peinado que había traído, de forma que algunos mechones rebeldes caían alrededor de sus mejillas. Tuve ganas de pasárselos por detrás de la oreja. De sus labios salía su aliento entrecortado en forma de vaho. También tuve ganas de apartárselo, pero a besos.

—¿Qué pasa?—me preguntó ella, con sus zapatos ya en la mano.

Que quería besarla hasta que los dos nos quedásemos sin aire, hasta que las dos semanas anteriores hayan quedado en el olvido y hayan sido repuestas por el movimiento de nuestros labios.

—Que eres preciosa—sus mejillas se sonrojaron más ante ese cumplido, lo que me hizo darme cuenta de que no se lo decía lo suficiente.

Estiré de nuevo mi mano hacia Dahlia, y ella entrelazó sus dedos con los míos. Tiré de nuestras manos entrelazadas hacia mí, para que su cuerpo chocasen con él mío. Puse mi mano en su fría mejilla y acerqué mi rostro al suyo, juntando nuestros labios de nuevo.

Y pensar que había intentado sustituir el sabor de sus labios por el del tabaco. Ella si que era mi verdadera droga: sus labios, su sonrisa, su voz, sus curvas, sus manos, sus ojos, su pelo... cada maldito centímetro de ella me volvía loco.

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora