73. Los corazones rotos cortan después (Parte 2).

823 57 31
                                    

Cedric.

Justo después del encuentro.

Solo cuando la figura de Dahlia desapareció por el pasillo fui capaz de volver a respirar.

Y dado que había estado conteniendo mi respiración desde que ella se lanzó a mis brazos, casi me derrumbo al suelo mientras mis pulmones buscaban aire con desesperación.

Después de no verla en dos interminables y espantosos días, esta mañana la había visto entrar en el gran comedor. Y puedo afirmar que una estocada en el pecho me hubiera dolido mucho menos que verla entrar, pálida y con los ojos hinchados de llorar. No sabía si echar a correr hacia ella o hacia el otro lado. No, lo cierto era que lo único que quería era ir corriendo hacia ella, pero sabía que lo que tenía que hacer era la segunda opción.

Y lo mismo me ocurrió cuando la vi a la hora de comer. Ese pinchazo en el corazón que se sentía como si se me hubiese quedado una espina clavada.

Pero nada de lo que sentí en esas dos veces se puede comparar con lo que he sentido al verla ahora.

Su cuerpo entero temblaba, y respiraba con tanta dificultad que me asusté de verdad. Por sus ojos verdes caían gruesas e infinitas lágrimas que me destrozaron. ¿Estaba así por mí? No. Ocurría algo mas. Lo sabía. La conocía demasiado bien y sabía que había algo más. Y nada me desgarró más que no poder preguntárselo ni consolarla debidamente.

Pero entonces ella se derrumbó y me abrazó. Y, joder, nunca había sentido más cosas a la vez como en ese momento. Alegría, tristeza, enfado, ilusión, nostalgia, preocupación... todas esas emociones se mezclaron en mi cuerpo como si fuesen ingredientes de una receta.

Habían pasado cuatro días desde el concierto que para mí se habían sentido como décadas. Me había olvidado de cómo era sentirla en mis brazos, y aún así, en cuanto se pegó a mí, nuestros cuerpos se ajustaron con naturalidad ante el otro. Mis brazos la rodearon entera y su rostro se enterró en mi pecho como siempre. Seguía temblando y yo en ese momento me arrancaba los sesos por no saber que hacer a parte de pronunciar su nombre una y otra vez como un tonto.

Porque en otra ocasión la hubiera apretado contra mí con fuerza y no la hubiera soltado hasta que dejase de temblar. En otra ocasión le habría besado la cabeza y acariciado el pelo y la espalda hasta escuchar como su respiración se calmaba. Y luego la habría besado. Y seguramente la habría llevado a mi cuarto para prepararle un baño y que ahí me contase todo lo que le ocurría mientras yo le lavaba el cabello. Y luego juntos buscaríamos una solución, y seguramente me enterraría en ella una y otra vez hasta acabar los dos agotados.

Pero esa no era la ocasión.

Luego ella se separó de mí y salió corriendo, dejándome como si me hubiese absorbido hasta el alma.

—Joder...—murmuré, pasándome las manos por el pelo, completamente histérico.

Algo iba mal con Dahlia. Le estaba pasando algo y nada me podía frustrar más que no saber o no poder ayudarla. Era en esos momentos en lo que me daba cuenta de verdaderamente como estaba la situación entre nosotros.

Ella había salido corriendo hacia la sala común, así que yo me fui en dirección contraria. Me desaté la corbata pues de pronto me estaba apretando demasiado el cuello, impidiéndome respirar.

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora