3. Albus Dumbledore y Cornelius Fudge.

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—Creemos que se trata de un obscurial.

—¿Un obscurial?¿Cuántos años tiene?

—No lo sabemos. No disponemos de nadie que nos pueda aportar información suya, y tampoco está registrada. Ni ha sido detectada por el detector.

—Calma, ministro. Seguro que hay una explicación razonable para esto.

—Profesor Dumbledore, no sé si entiende la gravedad del asunto...

—Se ha despertado.

Abrí finalmente los ojos con lentitud. Averigüé que me encontraba arropada en una cama por su comodidad, pero lo que había a mi alrededor era completamente desconocido. Me encontraba en una habitación blanca, sin cuadros y con una sola ventana y una puerta en la esquina. Mi respiración se aceleró y noté como el dolor me recorría toda la espalda.

En mi mente aparecieron rápidamente varias imágenes, recordándome lo que había pasado. El pueblo. El incendio. Su huida. El oso... Y luego todo en blanco. Me intenté incorporar, pero con solo mover el hombro, un dolor insoportable me recorrió todo el cuerpo.

No estaba muerta.

—Con cuidado, jovencita. Podrías hacerte más daño aún.

Miré a mi lado, de donde provenía la voz que me sonaba haber escuchado antes. Frente a mi había un anciano que me miraba a través de unas gafas que formaban medias lunas. Su barba blanca le llevaba por lo menos hasta la cintura, al igual que su pelo. Pero como si eso no era suficientemente raro, me fijé en que vestía de una forma muy poco usual: sobre su cabeza había un sombrero de punta de color rojo vino, y llevaba puesta una extraña y amplia túnica del mismo color, con detalles dorados.

—¿Quién es usted?

El anciano sonrió.

—Soy Albus Dumbledore, encantado de conocerla...

—Dahlia.

—¡Oh! Un nombre precioso. ¿Como las flores, verdad?—me respondió con calma.

Asentí lentamente, pues el hecho de que me dijese su nombre no ayudaba en nada a aclararme las ideas. Me di cuenta entonces de que había otro hombre presente en la habitación, situado detrás de aquel Albus Dumbledore. Era más menudo, bajito y rechoncho, y me miraba con cierto esquivo, como si intentase evitar que nuestros ojos coincidieran. También vestía de una forma extraña, con un traje negro de finas rayas blancas y un sombrero parecido al que llevaba el anciano. A parte de esos dos nombres, no había nada más llamativo. Ningún mueble a parte de la cama en la que yacía y la silla en la que estaba sentado aquel misterioso anciano que se hacía llamar Dumbledore.

—Perdone, pero... ¿dónde estoy?—le pregunté a Dumbledore.

El anciano me miraba fijamente, como si estuviese analizando cada movimiento que hacía.

—Estás en el hospital de San Mungo de enfermedades y heridas mágicas—miré a aquel hombre sin entender nada. ¿Hospital? La señora Fanny siempre me describía el pueblo, y en él nunca había un hospital—. En Londres—respondió el anciano tranquilamente, como si me pudiese leer la mente.

Me hubiera sobresaltado de no ser porque si movía un dedo de la mano me recorría un dolor insoportable por la espalda.

—¿En Londres?¿Estoy en Londres?—pregunté alarmada—¿Cómo he llegado hasta aquí?¿Dónde está la señora Fanny?

Bajo las estrellas {Cedric Diggory}Donde viven las historias. Descúbrelo ahora