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1:00 am. Luna creciente. Dos noches antes de luna llena.

Esa tarde su olfato lo había llevado hasta la hija del vendedor de flores, la conocía solo de vista y no podía evitar voltear a verla cada que la percibía cerca. Hizo parecer accidental el haber tropezado con ella, ¡Que gran actuación!, y haciendo uso de su gran encanto la invitó a comer, unas cuantas palabras y atenciones bastaron para que ella cayera rendida ante él. Y a diferencia de las veces anteriores, esta ocasión quiso divertirse un poco más, la tenía ahí, desnuda, de rodillas ante él y le estaba dando una mamada increíble que le provocaban espasmos y gruñidos involuntarios, pero no quería terminar ahí. La llevó a la cama y la hizo ponerse a gatas de espaldas a él para poder embestirla violentamente haciéndola gemir y gritar de placer y dolor, la sujetaba con tanta fuerza de las caderas que dejó sus manos marcadas. Ese olor a exitación lo embriagaba, un último gruñido involuntario salió de su garganta y eyaculó sobre las sábanas, unos cuantos minutos bastaron para volver a empezar ¡Vaya chica! era increíble lo bien que la estaba pasando, otro gruñido involuntario, otra eyaculación en las sábanas y vio a la joven caer rendida sin aliento. Se metió a la ducha y estando ya más relajado algunos pensamientos pasaron por su mente.

De haberlo deseado hubiera dispuesto de Chief aquella primera noche, pero no lo hizo, no era correcto, era como su hermana menor y por pura suerte sus deseos se vieron opacados con el instinto de protegerla y su aroma dulce rápidamente ya no le provocaba nada, aunque no iba a negar que gustaba de gozar de el de vez en cuando.

Y después estaba la joven azabache de vestido rojo y rodetes en la cabeza, su aroma era el peor de todos. Era un aroma delicioso, tan puro y virginal, tan fresco como las flores de loto, que le picaba tanto en la nariz que a veces lo fastidiaba porque removía sus pasiones, pero otras veces le agradaba tener la dicha de poder disfrutarlo, debía mantener su distancia con esa chica, pero al mismo tiempo quería estar cerca.

«¡Joder! ¿Cómo alguien puede oler tan bien?»

Salió de la ducha, se puso unos boxers y se recostó en el suelo quedando mirando al techo, se cubrió la cara con una mano, la paso increíble, pero no quería dormir y menos junto a esa joven. Extrañamente su lobo interno se estaba inquietando otra vez y le pedía salir, no lo entendía. Se removió un poco en el suelo, seguía bastante pensativo.

«¿Qué pasará cuando la droga ya no pueda detenerlo? ¿Y si realmente no hay salvación? ¿Tendré que irme y vivir en las sombras el resto de mi vida?... ¡Mierda!»

No lo soportó, tenía que salir, se levantó y se puso su traje el cual no podría estar completo si no llevaba sus katanas en la cintura, se metió dos píldoras a la boca y con sigilo salió de la guarida para perderse en el bosque caminando a paso lento y metido en sus pensamientos. Se detuvo de golpe cuando cierto ninja de coletas se le plantó en frente y lo señalaba con su katana.

—Esto se acaba ahora — le dijo.

No pudo evitar esbozar una sonrisa burlona y desenfundó sus armas, no podía rechazar ese reto.

—Dame con todo lo que tengas.

Se miraron fijamente por un instante, la luna sería testigo, corrieron a toda velocidad para pronto verse envueltos en una pelea violenta. La fricción de los metales sacaba chispas y el sonido invadió el lugar, estaban dejando el alma en esa pelea, hacían uso de sus mejores técnicas, ninguno iba a rendirse tan fácil. Este era el momento que lo decidiría todo, solo uno quedaría en pie, las peleas de antaño no eran más que juegos para niños en comparación.

Admitía que ese ninja de coletas era bastante fuerte y eso lo hacía más emocionante, estaba teniendo una pelea que valía la pena dar la vida por ello. Los cortes no tardaron en hacerse presentes en sus cuerpos, estaban sangrando, pero eso no los detenía, un pequeño gruñido involuntario salió de su garganta, el olor a sangre le encantaba. El de coletas atacó con tanta fuerza que cuando cruzó sus katanas para detener el golpe el metal se partió y terminaron peleando cuerpo a cuerpo.

El de coletas cayó de cara al suelo, intentó levantarse, pero sus extremidades no soportaron su peso y cayó de nuevo, el verlo así le parecía tan placentero, sonrió de manera tan descarada después de tantos años había logrado doblegarlo, se acercó y tomándolo de esas coletas lo levantó del suelo para poder verlo a la cara, y en la otra mano sostenía lo que quedó de la katana de su enemigo.

—Voy a disfrutar tanto esto, Garu.

El mencionado estaba lleno de odio, había caído, ya no tenía la fuerza de seguir peleando, otra vez esa sonrisa malévola y tan burlona a la vez, la odiaba tanto que no pudo resistirse a escupirle en la cara la sangre que se había acumulado en su boca, estaba derrotado, pero eso no le impidió fastidiarlo un poco más, sonrió divertido al ver su reacción.

Se quejó y sacudió un poco la cabeza, volvió a mirarle y llevó el frío metal destrozado de aquella katana sobre su pómulo izquierdo, muy cerca del ojo.

—Recordarás tu derrota cada que te mires al espejo.

Dicho esto, deslizó hacía abajo el metal cortando ese rostro perfecto, Garu gimió de dolor, y satisfecho por su victoria lo dejó caer de golpe en el suelo y se alejó de ahí.

Bajos instintos (Tobecca)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora