Capítulo 8.

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Se tomó una pequeña píldora una vez que llegó a su oficina y se encerró. Su celular vibró por encima del escritorio y se extrañó al ver el nombre de Hailey en su pantalla. ¿Por qué la llamaba a las 9 de la mañana? Su amiga era famosa por despertarse después del mediodía.

—Alba —dijo con voz alegre.

—Hailey, ¿qué pasa? —contestó mientras se sobaba con la mano libre el centro de su frente, le pulsaba un poco.

Sí recordaba la noche anterior en la que bebió en el bar. Alba sabía que no era normal que una persona se llegara a emborrachar por 6 tarros de cerveza, pero cabe decir que eran tarros mas grande de lo normal y que no debería haberlo hecho cuando sabía que trabajaba al día siguiente. Alba admitía en su interior que esperaba que la cabeza le doliera un poco más, ya que no era para nada tolerable con el alcohol y anoche se había pasado.

—¿Te encuentras bien? —le preguntó.

—Si, lo estoy —confesó—. Me duele la cabeza pero es mejor de lo que me imaginaba.

—Vaya. Ayer estabas borracha, ¿recuerdas? —notó una pequeña pizca de burla en su voz—. Lina y yo te llevamos a casa.

Alba lo sabía.

—Lo sé, y gracias —sinceró.

—Soy la mejor amiga que puedas tener, admítelo —comentó Hailey y Alba soltó una leve risita—. Que cuando estás borracha eres más terca de lo normal.

Alba volvió a reír y esta vez Hailey la acompañó.

—Y a todo esto —comenzó a decir Alba—, ¿por qué estás despierta a esta hora?

—Iba a decírtelo ayer, pero no estabas en tus cinco sentidos y quería que tu emoción por mi fuera real.

Alba se acomodó mejor en la silla de su escritorio, prestando atención a lo que Hailey fuera a decirle. Le dijo que continuara y su amiga soltó un pequeño grito de emoción.

—¡Entré a prácticas en un hospital! —exclamó emocionada y Alba la acompañó en su sentimiento porque ella y Lina sabían lo mucho que se había esforzado en la universidad.

Al principio ni siquiera eran amigas, de hecho, a Alba no le agradaba la actitud que Hailey siempre mostraba en la facultad de medicina. Faltaba a clases, era respondona con la mayoría de los maestros y nunca participaba cuando se lo pedían. Alba tenía la sensación de que Hailey ni siquiera disfrutaba de la medicina. Hailey casi nunca hablaba con los compañeros de la facultad y era normal que se aislara de un momento a otro durante la clase y dejara de prestar atención.

La profesora Cloe las puso como compañeras para estudiar a fondo los sistemas que conformaban el cuerpo humano y fue cuando mas o menos ambas comenzaron a hablar y Alba se dio cuenta que Hailey sabía mucho más de lo que aparentaba. Había demostrado que los pensamientos que tenía hacia Hailey sobre si le gustaba la medicina, fueran completamente equivocados. Hailey fue una de las primeras amigas que Alba tuvo en la facultad y lo mismo le pasaba a Hailey con ella.

Para cuando los dos meses de ser compañeras terminaron, Alba creyó que Hailey iba a volver a ser la misma de antes y se dejarían de hablar. Pero al siguiente día en una de sus clases, Alba se sorprendió al ver como Hailey tomaba asiento alado de ella, la saludaba y por primera vez desde que había iniciado el trimestre, Hailey tomaba apuntes de la clase y participaba de vez en cuando. Su amiga había cambiado, estudió y dejó la actitud de porquería que tenía y hasta sacó mejores calificaciones que Alba en una que otra ocasión.

—En verdad me alegro por ti —dijo por el teléfono con una sonrisa grabada en el rostro.

—Yo también —supo que su amiga estaba sonriendo—. Entro a las 12, pero quiero ser puntual —Rió levemente.

Alba miró el reloj de su muñeca y soltó sonido con la boca que mostraba su queja.

—Tengo que irme —habló—, falta poco para que lleguen los soldados. ¡Suerte hoy! —dijo en un susurró temiendo que en realidad ya estuvieran afuera esperando y pudieran escuchar su conversación por teléfono.

—Entiendo —repuso Hailey al otro lado de la línea—. Nos vemos, Alba. Oh, casi lo olvido, no olvides saludar a Justin.

Escuchó su carcajada y Hailey colgó antes de que Alba le pudiera gritar un leve insulto. Guardó su celular en su bolso y ordenó las carpetas de los soldados antes de que pasaran y se alisó sus pantalones con ambas manos. Espero sentada mientras leía un libro que encontró en su hogar que no era bastante interesante. Miró de nuevo el reloj de su muñeca y por las voces varoniles que sonaban fuera de su consultorio, supo que los soldados estaban esperando.

—Alba, ¿lista para comenzar? —Mel se asomó por la puerta.

—Que pasen.

Tomó otro trago de agua, esperando que el pequeño dolor de cabeza que sentía pudiera minimizarse y así poderse concentrar en su trabajo. Quería pedir el día libre, estaba cansada por la noche de ayer y por haberse levantado tan temprano como siempre hoy. Además, también quería visitar a Hailey en el hospital que estaba haciendo sus prácticas. Les tomó nota a los soldados de todos sus resultados y la sala de espera se fue vaciando con los minutos hasta que Justin fue el último en entrar como la primera vez que lo atendió. Sacó su carpeta del archivero y se acercó a él de manera silenciosa, tratando de que sus pequeños tacones que se había puesto hoy, no se doblaran.

—Tomaré tu presión —Tomó la válvula y se la enroscó en su brazo, tratando de no ver más allá su pecho inflado por las respiraciones irregulares.

—Lo siento —le dijo él al saber lo que ella estaba viendo—, no me gustan las consultas médicas.

Lo que Alba pensó aquél día había sido cierto. Soltó una pequeña risita, no de burla, sino por que era algo normal en varias personas. Era irónico para ella porque de niña las agujas y todo lo que tuviera que ver con hospitales le aterraba. Sin embargo, cuando cumplió los 17 años, había ayudado a una niña que tenía su rodilla lastimada por caerse de un juego y un acto tan simple como eso, hizo que Alba deseara ayudar un poco más a las personas.

—Está bien, soy buena en lo que hago —dijo Alba halagándose a sí misma. Colocó el metal en su pecho para escuchar los latidos de su corazón y frunció el ceño al escuchar cómo latía con rapidez. Alzó la mirada hacia él y dulcificó sus ojos—. Relájate, Justin. Es sólo una pequeña consulta.

Justin asintió con recelo y Alba volvió a poner el aparato en su pecho, alegrándose de que le hubiera hecho caso y sus latidos ya fueran regulares.

—Eso es todo —se alejó de él, anotó sus observaciones en la tabla y le sonrió—. Puedes irte.

—Nos vemos, Alba —dijo mientras se despedía de una mano. Se puso su camiseta sudada y salió de su consultorio con una pequeña sonrisa en los labios.

Alba pronto soltó una sonora carcajada sola en su oficina, al darse cuenta que aquélla playera color gris de cuello V, era la misma que ella había manchado con los tarros de cerveza en aquél bar.

Soldier [j.b.]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora