39.

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El bar tender asintió y luego de intentar pasar la tarjeta de crédito se le acercó. —Al parecer la maquina está averiada, no podemos hacer el pago con su tarjeta.

Ella alzó las cejas y buscó entre sus cosas, pero no encontró ni siquiera una moneda, pensaba disculparse con el hombre, pero entonces una voz desconocida la hizo alzar la vista. —Yo se lo pago. 

Ella observó al chico nuevo y no tardó en adivinar que se trataba del mismo que estaba haciendo los malabares con fuego. Él le dedicó una sonrisa y acercó la bebida a ella. 

—No, está bien. Gracias.

— ¿Por qué no puedo invitarte una copa? —Preguntó insistiendo.

—No suelo aceptar bebidas de nadie, lo siento —se disculpó—.

—Viste cuando el bar tender la preparó, no tiene nada de malo, solo te estoy haciendo un favor... 

Ella alzó las cejas. Era un momento incómodo. — Yo... no... —empezó a decir y luego respiró hondo. No se iba a librar fácil de él, así que la aceptó. —Gracias —dijo—. 

Y al beberla, se sintió extraña, él la miraba detenidamente y ella no sabía en qué lugar fijar su vista. —Así que... ¿Cómo te llamas? —Preguntó el chico. 

Ella dejó la copa en la barra y lo observó. —Me llamo Nirvana. ¿Y tú? 

Él salió del pequeño bar en el que estaba, y ella no tuvo más remedio que darse la vuelta en el asiento. —Soy Julio —dijo encogiéndose de hombros. — ¿Esa pequeña es tu hija? 

Nirvana asintió. —Se llama Sarah —agregó sonriendo—.

Y no sabe en qué momento decidió seguirlo, pero sin proponérselo terminó caminando a su lado por los alrededores del lugar. — ¿Haces eso del fuego muy seguido? —Preguntó curiosa.

—Cada cuatro horas, pero ahora lo tengo que hacer más seguido... Ya sabes, hay muchas personas. 

—Me imagino —agregó ella, mirando al frente.

—Todo es una locura, se debe principalmente a la convención de empresarios, todos son ricos y creen que pueden comprar el mundo, y en efecto pueden. 

— ¿No te gustan cuando están aquí?

Él negó. —Demasiado vanidosos, demasiado egocéntricos, demasiado egoístas, demasiado racistas, demasiado narcisistas... 

—Lo sé —agregó pensativa—. Mi esposo está ahí —y al decirlo se arrepintió, julio la observó asombrado y dejó de hablar por unos segundos. 

—Siento haber dicho eso —se disculpó—.

Ella negó. —Es la verdad. 

—En verdad lo siento, tú no pareces una de ellos, pensé que...

—Está bien. No soy una de ellos, puedes estar tranquilo —le aseguró—.

—Tienes bonitos ojos —le dijo él.

—Tú también —respondió ella, demasiado rápido para su propio gusto, pero no mentía, él tenía ojos verdes, que le combinaban con el pelo negro que llevaba amarrado en una coleta. 

Caminaron unos minutos en silencio, nirvana miró su reloj y se sorprendió, casi era media noche, observó a Sarah, la cual dormía plácidamente. —Me tengo que ir —dijo caminando hacia el hotel—. Fue un gusto conocerte. 

Él sonrió. —Lo mismo digo.

Ella asintió y caminó en dirección a su habitación. Empezó a recordar todo lo que había hecho en el día y su sonrisa se borró un poco, recordó a Sonia y a la convención. Cerró los ojos por unos segundos y sintió que el coche chocaba con algo. Abrió los ojos rápidamente y se sorprendió al ver a Justin de brazos cruzados de frente a ella. 

—Vamos —le indicó, señalando el ascensor.

Ella sintió y suspiró con cansancio cuando entró a la habitación. Estaba cansada, solo tenía ganas de dormir. —Nirvana... —empezó a decir él, y justo cuando ella se preparaba para explicarle dónde había estado, él habló. — ¿Por qué bajaste a la niña a la convención? Ese no era el plan. No quiero que mañana la lleves ¿Entiendes? 

Nirvana sintió como algo dentro de ella se desplomaba, él no estaba enojado porque se había ausentado muchas horas, él solo estaba pensando en el "mal rato" que tuvo que pasar por tener a Sarah en la convención. Menudo egoísta.

—...Además, ¿Tenías que pelear con Sonia? ¡Por Dios! Pareces una niñita... 

Ella respiró hondo. Él no le iba a arruinar la noche, sacó al bebé del coche y la llevó hasta el baño, desde donde podía escuchar a Justin discutirle por todas las cosas malas que había hecho en el día. Terminó de cambiarle el pañal a la niña y la llevó hasta la cuna. 

— ¡¿No me estás escuchando?! —Le gritó Justin.

Ella se desvistió en silencio, y cuando quedó en interiores, lo observó. —Siento no haber sido lo suficientemente eficiente hoy, siento no haber sido una frívola típica esposa, siento no saber nada en concreto de economía... Siento haber llevado a tu hija... —negó tristemente—. Siento no estar a tu altura, Justin. ¿Eso es todo lo que querías escuchar? Ya lo tienes, ahora déjame en paz —Concluyó y se tiró en la cama—. 

Escuchó como él estrelló la puerta del baño antes de entrar y no pudo evitar las lágrimas que se desbordaron por sus mejillas. Ella no pertenecía ahí, no pertenecía a él. No era parte de su mundo y nunca se iba a poder integrar. Esa no era ella. 

Amor Destructivo II (Disponible en físico & PDF) Links en bio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora