57.

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Él frunció el ceño. — Yo quiero otro bebé.

Nirvana negó. —Lo único que quieres es tener una razón para no dejarme salir de aquí, una razón lógica. 

Ella al ver su cara de confusión, acarició su mejilla. —Te amo... Te amo demasiado, pero tienes que reconocer cuando estás haciendo las cosas mal como ahora lo estás haciendo. ¿No te das cuenta de que me estás hiriendo con tus acciones? —Preguntó y se sintió estúpida al sentir que las lágrimas se apilaban en sus ojos. —Estás arruinando esto tan lindo que siento por ti. 

Él la abrasó con fuerza, y ella sintió que sus lágrimas no paraban de salir, no quería perderlo, ni que él sintiera que la estaba perdiendo, solo quería que él volviera a ser su Justin, el hombre de cual ella perdidamente se enamoró. Lo necesitaba. 

Hablar con él la noche anterior había funcionado parcialmente, no la dejaba volver al trabajo, pero ya podía salir de casa con un guardaespaldas, él llegaba más temprano a casa y podía decir que en cierto punto su vida se había normalizado, el problema era que él se alejaba de ellas cada vez más, tanto que literalmente no hacía falta.

Se encontraba estancada en el duro tráfico. Le había prometido a Augusto que llegaría temprano, había ido a la tienda por cosas para la niña, no podía negar que se emocionaba al verla cada día crecer más, se quitó los lentes de sol y los tiró en el asiento del pasajero. Miró su reloj, eran más de las cuatro. 

Respiró hondo, debió estar en casa hacía más de una hora. No miró su celular, ya que si encontraba llamadas perdidas lo único que lograría sería desesperarse y lamentablemente no podía pasarle por encima a la larga fila de vehículos que tenía delante.

Aparentemente había ocurrido un accidente, los policías bloquearon la calle, así que le tocó una hora más esperar, subió rápidamente a casa con las bolsas en las manos y frunció el ceño al ver a Justin esperándola en la sala. Estaba solo.

— ¿Qué pasa? —Preguntó dejando todas las bolsas en el sofá—. ¿Algo va mal?

— ¿Dónde estabas? —Preguntó él directamente.

Ella se mordió el labio. —Mucho tráfico —respondió caminando hasta la habitación, pero él la tomó por el codo, haciéndola retroceder. 

—Te hice una pregunta —le dijo bruscamente.

Nirvana rodó los ojos. — ¿Qué querías? No le podía pasar por encima a esos vehículos.

—Di la orden de que no te dejaran salir sola.

Ella sintió su corazón martillear fuerte, no quería que despidieran a los guardaespaldas por su culpa, se empezaba a llevar bien con Aurelio. —Fue mi culpa —dijo rápidamente—. Yo les pedí, es más, le rogué que me dejaran ir sola. Necesitaba respirar un poco, te estoy diciendo la verdad.

—Buscaré nuevos guardaespaldas—dijo justin, soltándola.

Eso la hizo explotar. Llevó sus manos hasta su cabeza. —Estoy harta —dijo sin contener todo lo que sentía en el interior. Rabia. Indignación. Impotencia. Tristeza. Odio. Miedo. — ¡Estoy harta! —Gritó—. No me casé contigo para esto, no me casé contigo para estar encerrada.

—Tampoco te casaste conmigo para engañarme —contraatacó él.

Nirvana achicó los ojos y lo señaló con el dedo índice. — ¿Engañarte? —Preguntó con rabia—. ¿Se te olvida que te encontré fallándote a Sonia? ¡¿Te acuerdas?! —Le grito—. No me estoy librando de la culpa, soy culpable por besar a otro hombre. ¿Pero y tú, justin? ¿Tú no eres culpable por tocar a otra mujer que no es tu esposa? Tú lo hiciste y yo no te encerré, ¿Ves dónde está la diferencia? 

—Sonia es diferente —dijo él.

—Omar también —respondió ella con lágrimas en los ojos, al escuchar su maldita respuesta—. Omar nunca me hubiera encerrado, Omar nunca me hubiera engañado, Omar nunca me hubiera hecho sufrir como tú lo estás haciendo. 

—Con Omar no tendrías la vida que llevas ahora.

— ¿Qué vida, Justin? ¿De qué hablas? ¿Crees que si hubiera estado enamorada de Omar me hubiera volteado a verte? —Preguntó acercándosele—. Tú tienes todo el dinero, todo el poder... pero sabes algo... No me importa, no me interesa nada de esto, porque sé que si me hubiera casado con Omar tal vez no hubiéramos tenido dinero para comer... Pero hubiéramos sido felices. Y eso es algo que ni siquiera todo tu dinero hubiera podido comprar. 

Ella secó sus lágrimas y caminó hasta la habitación, no quería verlo, no quería escucharlo, empezó a tirar su ropa en la cama, no podía salir de la casa, pero nadie la obligaría a dormir en la misma cama que Justin. Nadie.

— ¡Yo no amo a Sonia! —Lo escuchó gritar.

— ¡Bien por ti! —Gritó en respuesta, tomando su ropa y caminando hasta la habitación de invitados. 

— ¿Qué estás haciendo? —Escuchó que Justin preguntaba detrás de ella.

Ella respiró hondo y se giró para observarlo. — No quiero dormir en la misma cama que tú. 

Vio en sus ojos preocupación, pero no se conmovió. —Lo podemos arreglar —dijo él.

Ella sonrió. —No me digas —respondió sarcásticamente.

—No moverás a Sarah de nuestra habitación. —dijo él lentamente.

—Perfecto —respondió ella, desvistiéndose frente a él, y metiéndose a la cama de la habitación de invitados. —Buenas noches, cierra la puerta al salir.

Lo escuchó maldecir, y luego estrellar la puerta. Respiró hondo y miró al techo. Definitivamente dormir separados era un hecho. ¿Pero era lo correcto?

Trató de conciliar el sueño pero le fue imposible, a medida que avanzaba la hora escuchaba el llanto desmedido de Sarah, al parecer Justin no podía controlarla, al principio pensó en dejarlo que se encargara de la bebé, pero luego recordó que también era su bebé y sería injusto dejarla llorando.

Se paró y caminó hasta la habitación de Justin, él miraba al techo y con una de sus manos mecía a Sarah, ella se acercó a la niña y le extendió los brazos. —Ven aquí, pequeñita —le dijo, y sonrió al verla gatear hasta ella. 

Justin la observó con el ceño fruncido, pero ella lo ignoró. —Vamos a dormir, Sarah —le dijo dándole un beso en la mejilla. 

Entró a la habitación de invitados y se tiró en la cama con la pequeña, rápidamente vio Sarah acurrucarse contra ella. Nirvana sonrió, era increíble la conexión que tenía con la niña. 

Los demás días pasaron rápido, al parecer algo iba mal, muy mal en la empresa, casi no veía a Justin, y cuando él estaba en casa siempre discutía con alguien por teléfono, mencionaba cifras y despidos. Y aunque ella se moría de ganas por abrazarlo y decirle que todo estaría bien, de quitarle el teléfono y meterlo a la cama, de hacerlo entrar en razón y mostrarle que aparte del trabajo estaban ella y la niña, al final no lo hacía, se quedó totalmente al margen.

No daría su brazo a torcer, ambos estaban en falta y no era cuestión de olvidarlo, sino de hablar sobre ello, y tratar de cambiar esa parte. —Tenemos que hablar —escuchó que decía Justin detrás de ella. 

Ella caminó hasta él. — ¿Qué pasa? —preguntó preocupada.

—Voy a Brasil por unas pocas semanas. 

Amor Destructivo II (Disponible en físico & PDF) Links en bio.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora