El sol comienza a ocultarse, pintando el cielo con tonos naranjas y rosas. Todo está en calma a mi alrededor, pero mis pensamientos son un torbellino. Los niños corren por el jardín, riendo mientras se persiguen, pero mis ojos se fijan en Carlos, que está sentado en el banco, observando el horizonte. Es extraño, lo sé, pero incluso después de tanto tiempo, no dejo de maravillarme de lo que hemos logrado juntos.
Carlos y yo hemos recorrido un largo camino. De ese primer encuentro lleno de incertidumbre, al amor que hemos construido. Ahora estamos aquí, con nuestras vidas entrelazadas, con nuestros hijos, con todo lo que hemos soñado y vivido. No hay más dudas, ni más sombras de lo que pudo haber sido, solo este presente que me llena por completo.
Él se gira hacia mí cuando escucho mis pasos. Su mirada, llena de confianza, de ese amor que nunca se fue, me hace sonreír.
—¿Vas a quedarte aquí toda la noche? —le pregunto, caminando hacia él con una sonrisa tranquila.
Él me observa y, por un momento, sus ojos se suavizan. No dice nada, pero sus manos se extienden hacia mí, invitándome a sentarme junto a él. Tomo su mano con la certeza de que todo lo que hemos vivido nos ha llevado a este momento, a este amor tan verdadero que nunca imaginamos que tendríamos.
—Solo estaba esperando que llegaras —responde con una sonrisa, y sus palabras resuenan en mi pecho, como un recordatorio de todo lo que hemos superado juntos.
Lo miro, reconociendo en sus ojos la historia que hemos compartido. No es perfecta, ni siempre fue fácil, pero sí es nuestra. No hay más confusión, no hay más dudas de lo que queremos ser el uno para el otro.
—¿Sabes? —digo suavemente, acariciando su rostro con la palma de mi mano—. No me arrepiento de nada. Todo, cada paso, cada momento nos ha llevado a este lugar. A ti, a nosotros, a este amor que ahora es nuestra vida.
Carlos me mira, y en sus ojos puedo ver reflejada la misma certeza que siento en mi corazón. No hay nada más que desee, nada más que necesite. Somos lo que siempre quisimos ser, y ahora, mientras el sol se oculta en el horizonte, todo encaja de una manera perfecta.
—Yo tampoco —responde, y entonces me besa, con una suavidad que refleja todo lo que hemos vivido, todo lo que hemos construido. Un beso que me confirma que estamos juntos, ahora y siempre.
Me recuesto sobre su hombro, dejando que los niños sigan jugando a nuestro alrededor, sabiendo que hemos superado todo lo que una vez nos separó. Que, al final, lo que importa es lo que somos ahora, lo que hemos elegido ser el uno para el otro.
Carlos me abraza con fuerza, y siento que todo en el mundo es posible cuando estamos juntos. Hemos llegado a este punto, y sé que no hay nada más que desee, nada más que pueda esperar, porque todo lo que quiero está aquí, conmigo.
El silencio entre nosotros es cómodo, pero lleno de una paz profunda. El sol ya ha desaparecido detrás de las montañas, dejando una suavidad en el aire que solo acompaña a los momentos más tranquilos. Los niños se acercan de vez en cuando, riendo y mostrándonos lo que han estado haciendo, pero vuelven rápidamente a su juego, sin interrupciones. Todo está en su lugar.
Me acurruco un poco más en su pecho, el sonido de su respiración se vuelve mi ancla, mi lugar seguro. No hace falta que hablemos más, no necesitamos palabras para entendernos. Ya hemos pasado por tanto, y ahora, simplemente, somos. Somos nosotros, juntos, con todo lo que eso implica.
—¿Sabes, Lu? —Carlos murmura, rompiendo el silencio con una suavidad que no me esperaba—. Me siento afortunado, muy afortunado, de que todo esto sea real. De que tú y yo… bueno, de que estemos aquí, ahora.
Lo miro, y en su rostro, en sus ojos, veo una sinceridad que me derrite. No sé cómo pudo ser tan difícil llegar aquí, pero de alguna manera, todo lo que pasamos, todas las pruebas que enfrentamos, nos llevaron justo a este momento. Y no cambiaría ni un segundo de lo que hemos vivido, porque todo nos trajo hasta este rincón de felicidad.
—Yo también me siento afortunada —respondo en voz baja, jugando con sus dedos entrelazados—. Hemos construido algo hermoso, Carlos. Algo que no esperaba, pero que ahora no cambiaría por nada.
Él asiente, tomando un respiro profundo, y luego mira hacia el cielo, ahora estrellado, como si también se perdiera en sus pensamientos. Me abrazo un poco más fuerte a él, sintiendo su calor, su solidez.
—Nunca pensé que podría ser feliz así —confiesa, y noto la vulnerabilidad en sus palabras, una vulnerabilidad que solo compartimos entre nosotros—. Pero lo soy, Lu. Lo soy por ti, por nosotros.
Mis ojos se humedecen sin poder evitarlo. Los años de dudas, los momentos de incertidumbre, las caídas y las heridas, todo se desvanecen al escuchar esas palabras. No tengo que decirle nada, porque él ya lo sabe. Cada gesto, cada caricia, cada mirada, dice lo que necesitamos decir.
—Y yo lo soy por ti —susurro, levantando mi rostro para mirarlo a los ojos. Los dos compartimos ese entendimiento, esa conexión profunda que solo quienes han recorrido un largo viaje juntos pueden tener. El amor no se mide por las palabras, sino por las acciones. Y aquí estamos, el uno para el otro.
Carlos me besa suavemente, un beso lleno de promesas, lleno de todo lo que hemos construido. No hay necesidad de más palabras. Solo nos tenemos a nosotros, y eso es suficiente.
En ese instante, todo lo que alguna vez me preocupó, todo lo que me dolió, se desvanece, porque lo único que queda es este amor que ha resistido el paso del tiempo, la distancia y las dificultades. Y sé que este amor será lo único que necesitaremos para siempre.
El viento acaricia nuestras pieles, y mientras el mundo sigue su curso, yo solo sé una cosa: estamos juntos, y eso es todo lo que importa.
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Quiero que me mires- Carlos Sainz
FanficLucía Garrido, la nueva relaciones públicas de Carlos Sainz, entra con entusiasmo en el glamuroso escenario del Gran Premio de Mónaco, listo para sumergirse en el vertiginoso mundo de la Fórmula 1. Su admiración por Carlos es palpable, pero la eufor...