¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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La línea del Sol
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Grover frunció el entrecejo. Estaba igual de perplejo que yo.
—¿Nueva, dices? Esa estación parecía muy vieja.
—Quizá —dijo Bianca—. Pero cuando nosotros vivíamos aquí, de niños, el metro no existía, te lo aseguro.
Thalia se incorporó en su asiento.
—Un momento... ¿Dices que no había ninguna línea de metro?
Bianca asintió.
Yo no sabía mucho de Washington, pero lo que si sabía era que todo su sistema de metro tenia mas de doce años. Supongo que los demás estaban pensando esa posibilidad, porque parecían igual de perplejos.
—Bianca —dijo Zoë—, ¿cuánto hace...?
Se interrumpió al oír el ruido del helicóptero, que fue aumentando de volumen rápidamente.
—Tenemos que cambiar de tren —dijimos al unísono, Percy y yo—. En la próxima estación.
Durante la media hora siguiente, sólo pensamos en escapar. Cambiamos dos veces de tren. No sabíamos adónde íbamos, pero logramos despistar al helicóptero al cabo de un rato.
Por desgracia, cuando bajamos del tren, nos encontramos al final de la línea, en medio de una zona industrial donde sólo había hangares y raíles. Y nieve. Montañas de nieve. Hacia demasiado frío, que traspasó el abrigo térmico que llevó puesto.
Vagamos por las cocheras del ferrocarril, pensando que tal vez habría otro tren de pasajeros, pero sólo encontramos hileras e hileras de vagones de carga, muchos cubiertos de nieve, como si no se hubieran movido en años.
Vimos a un vagabundo junto a un cubo de basura en el que había encendido un fuego. Debíamos de tener una pinta bastante patética, porque nos dirigió una sonrisa desdentada y dijo:
—¿Necesitan calentarse? ¡Acerquénse!
Y vaya que lo necesitamos. Nos acurrucamos todos alrededor del fuego. A Thalia le castañeteaban los dientes.
—Esto es ge... ge... ge... nial..
—Tengo las pezuñas heladas —dijo Grover.
—Los pies —lo corrigió Percy, para disimular ante el vagabundo.
—Quizá tendríamos que ponernos en contacto con el campamento —dijo Bianca.
—No —replicó Zoë—. Ellos ya no pueden ayudarnos. Tenemos que concluir esta búsqueda por nuestros propios medios.
Observé las cocheras, desanimada. Muy lejos, en algún punto del oeste, Annabeth corría un grave peligro y Artemisa yacía encadenada. Y no hablemos de las sospechas que Bianca que adherido en mi cerebro... O y un monstruo del fin del mundo andaba suelto. Y nosotros, entretanto, estábamos varados en los suburbios de Washington, compartiendo hoguera con un vagabundo.