¿Qué pasaría si un día descubrieras que, en realidad, eres hijo de un dios griego que debe cumplir una misión secreta? Eso es lo que le sucede a Mayven Monroe, que a partir de ese momento se dispone a vivir los acontecimientos más emocionantes de su...
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Ella...
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Habíamos llegado ya al extremo del pueblo cuando sentí una esencia oscura. Dos guerreros esqueletos surgieron de los árboles que había a ambos lados del camino. En lugar del traje gris de camuflaje, ahora llevaban el uniforme azul de la policía estatal de Nuevo México, pero seguían teniendo piel gris transparente y ojos amarillos.
Desenfundaron sus pistolas y nos apuntaron. Thalia le dio unos golpecitos a su pulsera. La Égida se desplegó en espiral en su brazo, Percy destapó a contracorriente y yo presione mi anillo, pero los guerreros no se intimidaron.
Zoë y Bianca prepararon sus arcos. La pobre Bianca tenía ciertos problemas porque Grover seguía medio desmayado y apoyaba todo su peso en ella.
—Retrocedan —dijo Thalia.
Empezamos a hacerlo, pero entonces oí un crujido de ramas. Tres guerreros esqueleto más aparecieron detrás. Estábamos rodeados. Me estaba preguntando dónde se habrían metido los demás guerreros esqueleto. Había visto una docena en el museo. Entonces vi que uno se acercaba un teléfono móvil a la boca y decía algo. No hablaba, en realidad. Emitía un chirrido, como unos dientes royendo un hueso. Y de repente comprendí lo que sucedía: los guerreros esqueleto se habían dispersado para buscarnos. Ahora estaban avisando a los demás. Muy pronto tendríamos al equipo completo con nosotros.
—Está cerca —gimió Grover.
—Estan demasiado cerca —dije.
—Están aquí —dijo Percy.
—No —insistió él—. El regalo. El regalo del Salvaje.
No entendía a qué se refería, pero me preocupaba su estado. No estaba en condiciones de caminar, mucho menos de luchar.
—Debemos combatir uno contra uno —dijo Thalia—. Cinco contra cinco.
—De acuerdo —repuso Zoë.
—¡El Salvaje! —gimió Grover.
Un viento cálido sopló por todo el cañón, sacudiendo los árboles, pero yo mantuve los ojos fijos en aquellos pavorosos esqueletos. Percy fue quien dio el primer golpe, le seguí yo.
Cargué contra ellos. Naturalmente al ser hija de Hades se me sería fácil acabarlos con o sin σκιά.
Había atravesado a un guerrero esqueleto cuando escuché un disparo. Eche un vistazo a mis compañeros, ellos estaban bien.
Mientras otro esqueleto sacaba una porra, yo le rebané la cabeza. Sus huesos se prendieron fuego y luego se volvió polvo. Creía que no lo estaba haciendo bien hasta que los otros guerreros restantes me dispararon desde atrás.
—¡Mayven! —gritó Percy.
Aterricé boca abajo en el pavimento. Pasó un momento antes de que comprendiera... que no estaba muerta. El impacto de las balas le había llegado a mi amigo y eso me aterrorizó. El tiempo pareció detenerse.
—Percy —murmure. Con delicadeza gire para hacerlo caer a la nieve, mientras repetía—. No, no, no.
Lo miré a los ojos y.. el muy descarado estaba sonriendo.
—Estoy bien —dijo como si nada colocándose de pie, tendió su mano para ayudarme.
Ya de pie me encargue de revisar una posible herida. Pero el disparo había sido amortiguado, ¡La piel del León de Nemea! ¿Como pude olvidar su historia?
Y claro, olvide algo más.
Mi radar de almas. Hubiera sabido si él moría o lo estaba haciendo... Solo me deje llevar por el miedo a perderlo.
El momento se rompió cuando Thalia arremetió contra el tercer esqueleto. Zoë y Bianca habían empezado a disparar sus flechas a los otros dos. Grover se mantenía en pie y extendía los brazos hacia los árboles, como si quisiera abrazarlos.
Se oyó un estruendo en el bosque, a nuestra izquierda, algo parecido a una excavadora. Quizá llegaban refuerzos para los guerreros esqueleto.
Las cazadoras les disparaban, pero las flechas no les hacían mella. Uno de ellos embistió a Bianca. Mire a Percy antes de ir a ayudar a Bianca. Creí que no llegaría, pero ella sacó de improviso su cuchillo de caza y se lo clavó en el pecho.
El guerrero entero ardió en llamas en el acto, dejando sólo un montoncito de ceniza y una placa de policía. Pare en seco.
—¿Cómo lo has hecho? —preguntó Zoë.
—No lo sé —dijo Bianca, nerviosa—. ¿Un golpe de suerte?
Ella..
—¡Pues repítelo!
Bianca lo intentó, pero los esqueletos restantes recelaban de ella y no se le acercaban.. tal y como lo hacen conmigo. Quedé tan perpleja que no me di cuenta cuando nos obligaron a retroceder blandiendo sus porras.
—¿Algún plan? —dijo Percy mientras nos batíamos en retirada.
Nadie respondió. Yo aún seguía perpleja, no quería analizar la situación que ocurría con Bianca, me negaba.. no estaba lista, no sabía cómo actuar, o que responder. Así que solo me quede callada, tratando de no pensar de más.
Inesperadamente, los árboles que había a espaldas de los guerreros empezaron a estremecerse y sus ramas a quebrarse.
—Un regalo —murmuró Grover entre dientes.
Entonces, con un poderoso rugido, irrumpió en el camino el cerdo más grande que he visto en mi vida. Era un jabalí salvaje de unos diez metros de altura, con un hocico rosado y lleno de mocos y colmillos del tamaño de una canoa. Tenía el lomo erizado y unos ojos enfurecidos.
—¡Oííííínk! —chilló, y barrió a los tres esqueletos del camino con sus colmillos.
Tenía una fuerza tan enorme que los mandó por encima de los árboles y rodaron ladera abajo hasta hacerse pedazos, dejando un reguero de huesos retorcidos. Luego el cerdo se volvió hacia nosotros.
Thalia alzó su lanza, pero Grover dio un grito.
—¡No lo mates!
El jabalí gruñó y arañó el suelo, dispuesto a embestir.
—Es el Jabalí de Erimanto —dijo Zoë, tratando de conservar la calma—. No creo que podamos matarlo.
—Es un regalo —dijo Grover—. Una bendición del Salvaje.
La bestia volvió a chillar y nos embistió con sus colmillos. Zoë y Bianca se echaron de cabeza a un lado. Percy empujo a Grover para que no saliera disparado en el Expreso Colmillo de Jabalí. Me tiré a un lado, el contrario de donde estaban las cazadoras.
—¡Sí, una gran bendición! —dijo Percy—. ¡Dispersen!
Corrimos en todas direcciones y por un instante el jabalí pareció confundido.
—¡Quiere matarnos! —dijo Thalia.
—Por supuesto —respondió Grover—. ¡Es salvaje!
—¿Y dónde está la bendición? —preguntó Bianca.
Parecía una buena pregunta, pero al parecer el cerdo se sintió ofendido, pues cargó contra ella. Por suerte, era más rápida de lo que yo creía: rodó para eludir las pezuñas y reapareció detrás de la bestia, que atacó con sus colmillos y pulverizó el cartel de «BIENVENIDOS A CLOUDCROFT».