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"¿Qué demonios haré de mañana en adelante? Simplemente no me puedo permitir que mi madre venda hasta lo que no tiene con tal de pagarme la universidad, no es justo, Buscaré portales de empleo, en algún lugar habrá alguien que quiera emplear a una aspirante a universitaria sin recursos..."

—Amelia West.

Aplausos provenientes de los presentes en el salón me sacaron de mis pensamientos, ah sí, era mi turno de pasar por mi diploma. Caminé por el estrado hacia la mesa de los directivos de la preparatoria St. Paul's de Londres, lo único que logré distinguir en la distancia fue el rostro de mi madre, irradiaba felicidad. Nora estaba feliz de que su única hija lograra lo que ella no pudo, terminar la preparatoria.

Un nudo en el estómago se me formó al visualizar a la pequeña Nora West, embarazada a los dieciséis años, abandonada por su novio, abandonada por sus padres, sin dinero, sin estudios; peleando con uñas y dientes para sacar adelante a su pequeña Amy, que era como ella me decía cariñosamente. Le debía más que respeto a esa mujer, quien a pesar de la inmadurez y las adversidades jamás me dejó caer.

—Congratulaciones señorita West, enhorabuena, uno de los mejores promedios de esta generación, no puedo esperar a ver su nombre en las listas de las mejores universidades, ¿a cuál piensa ir?— me preguntó el rector Wargner al entregarme mi diploma y sonreír para la foto.

—Cambridge— mentí tajantemente. Tomé mi diploma, sonreí a la cámara y bajé del estrado.

Ni siquiera sabía si iría a la universidad. Y en tal caso de ir, no sería Cambridge.

...

Concluida la ceremonia los presentes nos dispersamos a las puertas de evacuación, un mar de birretes negros inundaban en lugar. Entre todos ellos apareció mi madre, con una sonrisa tan extensa y la mirada contagiada de felicidad, extendió sus brazos invitándome hacia ella.

—Cariño estoy tan orgullosa de ti.

Me zafé lentamente del abrazo y le sonreí tratando de ocultar mi preocupación por el futuro.

—Gracias mamá. ¿Nos vamos ya?— pregunté para poder escapar del lugar, mientras todos probablemente saldrían a comer o festejar la graduación, yo simplemente me iría a mi casa con mi madre, el bolsillo no nos daba para más. Asintió con la cabeza y comenzamos a caminar.

...

Durante el camino de vuelta a casa mi madre no articuló ni una sola palabra, caminamos en silencio atravesando el centro de la ciudad para así llegar a los suburbios donde se encontraba nuestra vivienda. Un apartamento pequeño con los aditamentos básicos, todo de segunda mano, no lujos, yo no conocía el lujo.

Lo único de "lujo" que pude llegar a conocer fueron las instalaciones del St. Paul's dónde me había colocado gracias a una beca por la cual pelee tanto, de lo contrario, no nos habría alcanzado para pagar las colegiaturas ni vendiendo el apartamento.

El frío calaba los huesos y adormecía la piel del rostro. Y claro, uno sin el suficiente dinero para poder comprar un abrigo lo suficientemente adecuado para el clima londinense.

Al llegar a casa me quité la toga y el birrete, dejándolos caer sobre una silla de madera más vieja que mi mamá y yo juntas; y el diploma sobre la mesa, que se encontraba en las mismas condiciones que la silla.

—Ugh, que frío, por Dios— decía mi madre al cerrar la puerta a sus espaldas y sentir el calor del hogar, frotaba entre si sus pálidas y maltratadas manos para darse calor. —Pondré agua para café, ¿vas a querer?.

—Si, por favor— dije desde mi habitación, pues no era necesario gritar ya que la casa era tan pequeña que todo se escuchaba fácilmente.

...

Sentadas en las únicas dos sillas que teníamos en casa, Nora daba sorbos a su café sosteniendo con ambas manos la taza de cerámica con flores despintadas mientras yo picoteaba unas galletas de avena y endulzaba mi bebida.

—Amy, estoy tan apenada contigo. Todo tu esfuerzo estos años y no tuve dinero ni para salir a comer y...

La miré indignada, sacudí mis manos en el aire interrumpiendo sus innecesarias disculpas.

—Madre... madre... por favor no te culpes, en verdad, hay cosas más importantes que pagar. Prefiero que se pague el alquiler de la casa que salir a comer a algún lugar. Yo se la situación y jamás te pediré nada que no me puedas dar.

Movía su cabeza con gesto de negación. Parecía chiquilla.

—Pero...

—Nada de peros, es más, a partir de mañana buscaré empleo, y así veré opciones de universidades, trabajaré y estudiaré al mismo tiempo.

Metió su rostro entre ambas manos.

—Es terrible no poder pagar tu universidad. Si tan solo yo hubiese terminado la preparatoria, tendría un mejor empleo y no tendría que fregar pisos y...

—En tal caso quien debe disculparse soy yo. Yo trunqué tu vida. Así que me hago responsable de mis estudios, para mi suerte acabo de cumplir 18. Ya soy legar para trabajar.

—Bien, pero por favor no vuelvas a decir que truncaste mi vida— su voz comenzaba a entrecortarse. —Tu eres lo mejor que me ha pasado hija.

Extendí mis brazos para acercar las manos hacia su rostro y limpiar las lágrimas que avecinaban con desvanecerse sobre su piel todavía tersa a sus treinta y cinco años. Sus ojos tan verdes y cristalinos me miraron con todo el amor que podían.

Aclaré el nudo el mi garganta, alguien debía ser la fuerte aquí.

—Te amo mamá, saldremos de esta, ya verás.

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